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Channel: IMPRESIONES DE LECTURA ASALGUEROC
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 Media vida de Care Santos
 (Barcelona, Destino, 2017 -Premio Nadal-)

Es una interesante novela sobre la vida fracasada de cinco amigas que estuvieron juntas en un internado (“La hermana Presentación […] obligaba a Lolita a llevar una venda que le comprimiera los pechos y también a ducharse con el camisón. Ya le había echado el ojo a Marta, cuyo cuerpo había empezado también a cambiar con mucha rapidez”), no se veían desde hacía más de treinta años y una de ellas, Marta, las invita a una cena que sirve a la autora para realizar un profundo estudio sicológico de cada una de ellas y, a la vez, de sus frustradas existencias, en buena medida propiciadas por los hombres con que se han relacionado amorosamente: Nina va de uno en otro sin encontrar la estabilidad emocional; Olga no ha sentido nunca el orgasmo, a pesar de ser madre de varios hijos; Marta creía tener un matrimonio sólido y se ve obligada a pedir al marido el divorcio, porque la engaña con otras; Lola ha esperado tres décadas a confesarle al hombre de su vida que lo amaba y se casó ya mayor con él después de morir la esposa, que era su mejor amiga, y Julia, la diputada, que está sola porque no tiene tiempo para enamorarse y guarda un resentimiento contra las demás porque, realizando el juego de las prendas, la obligaron a realizar una prueba que desembocó en una funesta consecuencia: “Comenzó por el principio. Es decir, por la noche calurosa de 1950 en que Vicentín la violó. Lo dijo a las claras sin rodeos, sin eufemismos. Violación”.

No obstante, Care Santos peca por tres motivos: uno porque fuerza la realidad cuando hace que todo sea culpa de los hombres, lo que suena a puro feminismo: “[…] el gilipollas. Me dejó tirada con los dos enanos y se lio con un putón viejo del sindicato”. Dos, la técnica narrativa, aunque muestre vigor a lo largo de la novela, es la del blá blá blá: narrar, narrar y narrar…; al final aburre, como navegar por un río de aguas plácidas...: “La vida es un riesgo, como una riada. Hay quien siempre camina cómodamente por la orilla contemplando los estragos en las vidas de los demás y hay quien cae al agua y es arrastrado por la corriente. Algunos no salen enteros. Otros caen se zambullen, se dan tres o cuatro revolcones contra el fango del fondo y al fin consiguen agarrarse a algo que había en el camino. O a alguien. Salen y el resto de su vida pueden contar la experiencia de rodar por el fango. Yo soy de éstas”. Y tres, la novela tiene una ambientación claustrofóbica, pues la primera parte se desarrolla en el internado y la segunda en el restaurante de Marta y esto crea una atmósfera asfixiante porque no tiene respiros y la autora debía saber que el lector necesita tomar aire de cuando en cuando.

Y todo para concluir tan largo relato en una idea poco original, que se podría resumir en la expresión tan repetida en la literatura de hoy día: ¡qué asco de vida! Por tal motivo este enfoque supone un puro derrotismo que debería estar penado moralmente, porque no aporta ninguna esperanza a los demás. ¿Y ahora qué hacemos? ¿caemos en el desencanto?..., es decir, no ofrece solución alguna a esta demoledora visión. Entonces me pregunto: ¿para qué sirve este tipo de Literatura si no nos salva? ¿para hundirnos en la desilusión? La verdad es que resulta un sinsentido pues, si no aporta ninguna luz esta novela, ¿qué gana el lector con leerla?

No obstante, como obra literaria, Media vidatiene un buen nivel de calidad por su prosa ágil, su sólida estructura, sus dinámicos diálogos y una seguridad tonal que la autora sabe mantener de principio a fin: “-Nunca más –respondió ella, congelando la sonrisa-. Lo intenté una vez, pero no quisieron verme. Bueno, la doncella me dijo que estaban muy ocupados, que no podían recibir visitas. ¡Visitas! Me despacharon, a  mí y a mi hijos. Mi padre me mandó un recado (supuse que a espaldas de mi madre): si necesitaba dinero podía prestármelo. Yo no quería nada. Estaba a punto de marcharme a Madrid. Sólo quería que mis hijos conocieran a sus abuelos, ¡me dolía tanto que sólo me tuvieran a mí!”.

asalgueroc

Article 3

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Grandes superficies de Pilar Galán

(Mérida, De la luna libros, 2010)

No conocía más que unos artículos de Pilar Galán hasta ahora que me he decidido a leer su libro Grandes superficies donde, desde la perspectiva original de una cajera de supermercado, realiza una inteligente y dura crítica contra los responsables de la desorientación actual que todos padecemos, por no saber adónde vamos con el sistema de vida que, entre unos y otros, hemos contribuido a malmontar: “[mentimos] Veintisiete veces. Yo no me fío de la gente que no miente nunca. Voy a decirte la verdad, aseguran, pero la verdad nunca es nada bueno, nada de estás más guapa, más delgada, tu marido te quiere con locura. La verdad es estás más gorda, más vieja y tu chico se ve con otra. Y el sincero se quita un peso de encima y te lo pone a ti, tan ricamente” (46).

Pilar Galán clama al cielo preguntándose cómo se puede estar a la altura de una sociedad que exige desempeñar un cúmulo de roles simultáneos como, por ejemplo, a la mujer ser la mejor hija, esposa y madre, excelente cocinera, inmejorable cuidadora de niños y mayores, sesuda administradora de casa, estresada trabajadora externa... Y, por si esto no bastara, tener una sonrisa en los labios en cualquier circunstancia, palabras de ánimos para todos y soluciones mágicas siempre, cuando la protagonista padece un tremendo cansancio, provocado por la superficialidad en que vive, la falta de reconocimiento, la desgana y la triste certeza de que este desastrado planteamiento de vida nunca va a cambiar: “Te gustaría sentarte un poco, abrir un periódico, leer un libro, apagar las voces ajenas que te invaden, los goles, los reproches, el diálogo magistral en casa de tus padres, la voz chillona de tu suegra. Pero los niños tienen sueño y es la hora de los baños…” (32).

Por estos motivos, Grandes superficies es, en definitiva, una desencantada visión de la forma desacertada que tiene la sociedad actual de afrontar los retos que han surgido de vivir más años, de la conciliación de la maternidad y el trabajo, de la fragilidad de las relaciones humanas, de la falta de atención a asuntos que llenen el espíritu, de los fracasos personales en una sociedad que solo valora el éxito, del consumismo, de las apariencias, de la nula valoración de la formación intelectual y de la falta de tiempo: “… o lo que sea que nos haga salir de esta puta rutina, qué aburrimiento, cariño, qué vidas más anodinas tenemos todos” (75).

El resultado es un ser humano existencialmente insatisfecho como la desmotivada protagonista del libro que, cajera circunstancial en una gran superficie, es licenciada en Filología Clásica y, sin embargo, tiene que aceptar un trabajo, en el que se siente fuera de lugar, lejos de sus aspiraciones profesionales. Pero se ha visto obligada a abandonar el doctorado, porque la beca no le cubre los gastos y necesita aportar dinero a casa, mientras se decide a preparar las oposiciones como una tabla de salvación que, en realidad, será un calvario hasta que, en el mejor de los casos, las apruebe: “Luego ya se verá: el examen, los destinos, alquilar una casa, cuándo tener un niño, o ni siquiera tenerlo, cómo acercarme, qué bien que es viernes, qué tristeza los domingos por la tarde, qué se puede hacer para llenar las horas en un pueblo de mil habitantes” (235). Vamos, una odisea equiparable a la de Jasón y sus argonautas pero, con la diferencia, de que la realidad en que vive la protagonista no existen los héroes y la existencia da miedo.

Es lógico que la desilusión la invada en este ámbito desquiciado y más cuando el entorno familiar en que se mueve estresada y el ambiente laboral en que trabaja deprimida se halla muy lejos de la armonía, la reflexión y la cordura clásica: “Y cuando la palabra merchandising hace su aparición en la pantalla, la estaflancación de la diseconomía ha conseguido que alcancen un clímax pop up que salpica el power point dejándolos no frills con el blíster totalmente sold out, naked and dumping” (200).

Y lo cierto es que no puede tener otra visión más positiva, porque su trabajo resulta monótono, poco gratificante, embrutecedor y, por si fuera poco, se encuentra rodeada de jefes cuadriculados y compañeros cuyo modo de relación es el chismorreo, los comentarios nada edificantes, las actitudes críticas y malintencionadas, la envidia, la competencia, las mezquindades, las sandeces y obscenidades de mal gusto: “Todos le ríen la gracias a Rosario. […] el de las  pulgas de los camellos es para mearse, pues ¿y el conejo para cenar? El conejo de la mujer, aúlla el Piche” (158).

Una vida anodina en resumen con la que la protagonista sobrevive en una existencia, que no puede dedicar a disfrutar sino a malvivir en una actividad lineal que, además, no le deja tiempo para otras más gratas y a existir sin horizontes ni ilusiones. Algo como la triste visión que Lorca ofrece en “La aurora de Nueva York” (1929): “La aurora llega y nadie la recibe en su boca / porque allí no hay mañana ni esperanza posible. / Los primeros que salen comprenden con sus huesos / que no habrá paraíso ni amores deshojados”… Y lo peor de todo es que noventa años después seguimos igual…

Así la protagonista, que es tímida, no tiene don de gente ni encanto especial alguno, es un náufrago que a duras penas se mantiene a flote en un ambiente hostil, donde es especialmente frágil y vulnerable: “Ya en el servicio me contemplo en el espejo, con la cara desencajada. Y no, no me miro por encima del hombro, estoy perdida y agotada y cansada de padres, madres, de tu madre, para cuándo ese nieto, de Antonio y sus problemas, de no tener tiempo para leer, de que cada vez llegues más tarde a casa, de quererte y no reconocerte, de no saber, sobre todo, de no saber si te esto amando locamente. Pero no sé cómo te lo voy a decir” (162).

Además, por la caja pasan un amplio abanico de personajes que tienen en común, con la protagonista, su frustración vital: la clienta que acaba de saber que su marido la engaña después de una vida dedicada a él; el cliente anciano que va perdiendo la memoria; la mujer presumida que solo intenta ocultar su soledad; el ex compañero de carrera que es un fracasado pero intenta ocultarlo; la bajeza de un antiguo profesor que se avergüenza al verla atendiendo a la caja; el consumismo atroz; el fracaso en las relaciones sociales: “Allí se enamoró de una chica de aquí. No explicó cómo se conocieron ni en qué momento se cruzaron sus vidas. […] Un sábado a las siete de la tarde, cuando faltaba solo una hora para llegar a la estación, ella lo llamó y le dijo que no quería volver a verlo. […] Un día la vio de lejos, del brazo de un tipo maduro” (77).

Grandes superficies, sin duda, es una poderosa llamada de atención para que advirtamos que por este camino no vamos a llegar a ninguna parte y para que aprendamos a rectificar y a conseguir, en un esfuerzo común solidario, una vieja aspiración del ser humano, de la que hoy día estamos más lejos que nunca: la felicidad.

asalgueroc

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La colombiana de José Antonio Leal Canales

(Cáceres, Norbanova, 2016)

Al acabar la lectura de esta valiosa novela, la primera virtud que le reconozco es el denodado esfuerzo narrativo que realiza su autor, José Antonio Leal Canales, a lo largo de un laborioso relato que desarrolla en una cuidada ficción de 479 densas páginas.

Y no solo cuenta la historia sin fisuras ni altibajos sino que desentraña de un modo magistral una trama tupida, detallada y extensa haciéndola avanzar segura de principio a fin, sin dejar ni un cabo suelto; tal es el interés de su autor por los detalles: “Sobre el frontal del lecho, el inevitable crucifijo estaba un poco inclinado hacia la derecha, como si alguien lo hubiera movido al limpiarlo.” (145). Y este arduo ejercicio literario, además, en La colombiana se encuentra jalonado con excelentes retratos de los personajes que, poco a poco, van resultando familiares al lector por la nitidez con que el autor los construye: “Rafael era un hombre tosco y de procedencia humilde, pero había tenido suerte en algunos negocios y eso le había servido para modelar su aspecto, dándole un matiz de ruda elegancia a sus aires plebeyo.” (81).

También, el autor se ocupa de describir con el mismo esmero los lugares por donde se mueven los personajes y, aunque son imaginarios, acaban siendo cercanos al lector por sus descripciones casi pictóricas, quizá influido José Antonio Leal por el carácter didáctico de su oficio de profesor: “Parada estaba situada sobre la falda de una montaña. O quizás sería mejor decir que se alzaba sobre las estribaciones de la misma. Si se llegaba a ella de noche por carretera y desde el norte, las luces provocaban su semejanza con el cuerpo tendido  de una mujer desnuda que alzaba suavemente un brazo al cielo.” (20). Este afán docente se observa en otros aspectos del libro como la elaborada construcción de la trama, la ágil relación entre los personajes, las extensas y detalladas explicaciones para aclarar determinados aspectos del discurrir narrativo, el cuidado de la técnica, el mimo de su estilo… con el fin de que el lector forme parte de la trama y disfrute de la lectura.

Y es que, realmente, en esta narración novelesca todo impresiona: la solidez general de la narración por la seguridad que muestra el autor en su desarrollo. El excelente conocimiento de la sicología humana en el ámbito de la sexualidad: “Ellas pretenden sublimarlo todo. Los hombres, en cambio, siempre impacientes y torpes, ignoran la belleza de los intrincados caminos.” (26). La segura inmersión en los entresijos seductores de la mente, que convierte el relato en un modelo de sensualidad cuando Diana, un personaje ficticio, acaba despertando el deseo no solo en los personajes masculinos de su entorno sino incluso en los mismos lectores: “Cristina no era una mujer guapa. Había en sus gestos y en sus palabras una mezcla de odio y admiración por una mujer que era capaz de provocar en los hombres lo que ella no podía. El deseo.” (73).

Llama la atención, además, el buen manejo de la terminología y de la táctica de la caza aplicada a la conquista amorosa: “Seducir a una mujer casada en la ciudad provinciana era un desafío […] No podía evitar la satisfacción que le invadía cuando lograba el triunfo, parecida a la que podía sentir en el monte cuando, tras la larga persecución entre la breña y el matorral, conseguía abatir a una pieza que se le resistía.” (28). Las soberbias explicaciones del discurrir novelístico, donde todo aparece trazado con una técnica meticulosa, que lleva al lector a familiarizarse, al poco de conocerlo, con el protagonista, el doctor Fausto Olivera, un galán decimonónico trasladado a la actualidad, que se prenda de Diana, una linda colombiana, trata de seducirla y, mientras porfía en el empeño, la chica desaparece sin más y él se dedica por su cuenta a realizar las pesquisas propias de un detective para averiguar su paradero. Y es que la novela desarrolla en realidad una trama policíaca: “No llevaba gabardina ni sombrero, pero al verlo de espaldas le vino a la mente la última imagen que tenía de los detectives que salían en las películas americanas en blanco y negro. Aunque no se pareciera en nada a Humphrey Bogart, y mucho menos a Marlowe.” (265).

Dentro del ambiente gris de este tipo de novela, resulta aguda y humorística la descripción del abogado mayor, Ignacio Garcerán, despistado, lento, minucioso, que parecía no llegar a nada y, sin embargo, fue el que dio la pista a la policía para encontrar al culpable: “Seguía manteniendo de tarde en tarde reuniones con don Ignacio Garcerán. […] El viejo fumaba un cigarrillo tras otro, a veces la ceniza se le quedaba prendida en el cigarro sostenido por sus dos dedos temblorosos, manchados de nicotina, en un equilibrio que parecía imposible. […] Podía quemarse la yema de los dedos sin inmutarse.” (188).

Incluso el autor se permite alardes expresivos como la poética imagen: “Sobre el escenario del crepúsculo caía un sol herido, mientras se cerraba lentamente el telón del día” (84). O esta otra: “La casa estaba desolada. Ya no la cuidaba la señora Fátima. El frigorífico parecía un homenaje al vacío.” (453). También, resulta muy interesante que en el discurrir novelístico se incluyan críticas contra asuntos actuales como el periodismo artificial (324), la religiosidad farisea (331), la prepotencia de alguna etnia en los cementerios (335), los progres convertidos en políticos acomodados a los privilegios del poder (338-339), la incidencia nefasta del fútbol en la masa (378), la justicia y sus confusiones irreparables: “Así funcionan las cosas en el país. La Justicia. Podían tratarte como si fueras un perro, meterte en la cárcel, privarte de la libertad y de la dignidad… No les importaba que pudieras perder tu puesto de trabajo, que parecieras un asesino a los ojos de los demás… Luego podía demostrarse que eras inocente. ¿Y quién pagaba ese error?” (456)…

No obstante, el esfuerzo creador realizado por José Antonio Leal en La colombiana es tan sublime que debía estar aplicado a una magna historia, tipo epopeya como La guerra del fin del mundo de Vargas Llosa, por poner un ejemplo, y no a un argumento provinciano. Dos hechos llevan a esta afirmación: Uno, ya en su novela El testimonio del becario de 2009, desarrolla ejemplarmente una trama local (entonces seleccioné de ella un texto, como modelo narrativo, para el tema universitario “La Lengua y la Literatura española en la cultura de hoy”). Y dos, en La colombiana, creemos, debía haber salido de ese entorno reducido donde las numerosas virtudes de su proverbial relato no pueden lucir con su máximo esplendor como se merecen.

asalgueroc









Article 1

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Espartaco. La rebelión de los esclavos

De Max Gallo (Madrid, Alianza, 2007)

Que no debemos dejarnos llevar por las apariencias, que no, pues luego pasa lo que pasa: desechamos lecturas que nos hubieran encantado. Menos mal que esta vez me dio por llevarme el libro a casa aunque de mala gana (estaban cogidos los dos libros que quería leer); pensaba que la leyenda de Espartaco ya la tenía bien vista del cine en aquella memorable película protagonizada por Kirk Douglas magistralmente, lo mismo que la dirección de Stanley Kubrick.
Pero ahora resulta que la novela me ha ganado pues no es una narración al uso: lo que hubiera sido nefasto porque la historia de Espartaco es superconocida y no hubiera aportado nada nuevo. Esto lo sabía Max Gallo y ha dejado en segundo plano la técnica narrativa para emplear la teatral, con la que le da un enfoque nuevo a la visión del mítico liberador de esclavos.

[​IMG]Así la historia se presenta en cuadros que se suceden como escenas teatrales, de tal modo que los personajes no se conocen por lo que hablan sino por cómo actúan: Los cabecillas Criso,  Enomao, Vindex… son impulsivos, los ciega la venganza, son valientes pero temerarios; en cambio, Espartaco resulta equilibrado, reflexiona antes de actuar y, aunque es valeroso, se conduce con prudencia; es un líder: “Confío en los dioses. No me traicionarán. No les pido la victoria sino sólo que los hombres recuerden lo que hemos hecho, esperado, soñado. Posidionos, Jaír y Apolonia lo contarán. El legado sabe que si cuenta nuestra historia, será como los griegos. Se acordarán de él” (435).

Llama la atención el alto grado de violencia que usan tanto los romanos como los esclavos, haciendo cierto el dicho de que el hombre es un lobo para el hombre: “El olor a muerte me oprimió la garganta. Algunos cuerpos se habían secado, pero otros, en la sombra de las callejuelas, eran amasijos de carne purulenta y hormigueante que perros y ratas se disputaban, acechados por las rapaces que anidaban en los repechos de las ventanas” (415-416).

También sorprende el uso que el autor hace de la técnica caleidoscópica para enfocar desde varias perspectivas el tema a través de Curio, Jaír, Apolonia o el legado Gayo Fusco Salinator: “En varias ocasiones, creí que me bastaba con tender la mano, con mandar apurar el paso de las cohortes y de las centurias, con lanzar la caballería al galope. Cabalgaba en cabeza, intentando dar alcance a esos perros que se dirigían hacia Brindisi, sin duda para intentar embarcar, cruzar el Adriático y llegar a Tracia” (449).

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Yo siempre creí que los diplomáticos eran unos mamones (Memorias) de Inocencio Arias

(Barcelona, Plaza y Janés, 2016)

Es un libro que he leído con interés de principio a fin, pues lo que cuenta el embajador resulta curioso, pero en muchas ocasiones he tenido que releer, porque no entendía la redacción al estar llena de expresiones del habla común que no se deben aplicar tal cual a la escritura, dar por sabido hechos cuando es normal que el lector no lo sepa, hacer continuos circunloquios con explicaciones interiores que cortan la continuidad de la segunda parte de la frase…

Una pena pues el libro es entretenido pero, claro, hay que entender que un diplomático, aun siendo bueno, no tiene por qué ser necesariamente un buen escritor. Así no es de extrañar que hoy día cualquiera opine de cualquier tema, pinte o escriba sin formación previa.

En fin, aquí habría que recordar el dicho “zapatero, a tus zapatos”…


La mujer del diplomático de Isabel San Sebastián

(Barcelona, Plaza y Janés, 2014)

Es un libro que no he logrado terminar, porque la protagonista que es la mujer del diplomático es una mujer objeto, tradicional, cursi e inútil: todas las tareas de casa se las hacen los sirvientes y pasa el día preparándose para ir atractiva a las celebraciones de las embajadas y poco más.

No quería perder el tiempo...


La carrera espacial de Ricardo Artola

(Madrid, Alianza, 2009)

Este interesante libro narra la historia de la carrera espacial, que enfrentó a Estados Unidos y la Unión Soviética durante los tensos años de la Guerra Fría. Fue una competencia para echar un pulso al contrario a ver quién era el mejor.

Aunque se gastaron un dineral, los avances fueron espectaculares y muchos conocimientos sobre materiales, aparatos, máquinas, alimentos, progresos en la navegación aérea, avances en los vuelos tripulados más allá de la atmósfera, descubrimientos médicos... se han incorporado a la rutina diaria de hoy y nos están haciendo la vida más llevadera. O sea que es cierto, no hay mal que...


Caballo de Troya 3 de J.J. Benítez

(Barcelona, Planeta, 2011)

Leí hace años Caballo de Troya 1 y me impresionó por esa idea de construir una máquina que viajara a la búsqueda del tiempo perdido y por conocer, aunque fuera en la ficción literaria, lo que sucedió a Cristo en los días previos a su martirio y durante su crucifixión, muerte y posterior resurrección.  Mi entusiasmo me llevó a sintetizar las ideas del libro que más me llamaron la atención en dos páginas: [que ahora no encuentro...]

Pero Caballo de Troya 3 me ha decepcionado; las detalladas explicaciones y las impresionantes evoluciones de la "cuna", el vehículo que me asombró en Caballo de Troya 1, ya no me sorprenden y, sin embargo, obstaculizan la lectura igual que la primera parte del libro que resulta tediosa con la extensa introducción que profundiza en los misterios que envuelven las Escrituras.

De tal manera que, lo que me interesa, los detalles de la tarea de evangelización realizada por los discípulos de Jesús después de su muerte, se diluye entre el maremagnum de explicaciones extemporáneas que no me seducen pues, si  leo Caballo de Troya 3, es por descubrir, aunque sea desde la ficción literaria, cómo actuaron sus discípulos después de su ascensión al cielo.


Qué nos ha pasado, España de Fernando Ónega
(Barcelona, Plaza y Janés, 2017)

Es un libro curioso que cuenta con detalle la transición política, reflexiona sobre los años de democracia en España y comenta numerosos datos para que el lector se haga una idea de la evolución positiva, a pesar de los múltiples pesares soportados por el sufrido pueblo español (terrorismo, huelgas, inflación, subidas del petróleo, paro...), que ha experimentado nuestro país en estos cuarenta años democráticos.

La conclusión es que se podría decir que “no nos conoce ni la madre que nos parió”, pues hemos cambiado radicalmente, aunque no siempre para bien, por cien motivos que enumera y comenta pacientemente Fernando Ónega .


Tengo a papá de J. J. Benítez

(Barcelona, Planeta, 2017)

El título es el mensaje enviado a la cúpula militar colombiana por el responsable de la captura del Che Guevara, cuando fue apresado en la selva colombiana.

J.J. Benítez cuenta los últimos días del Che y en su relato no hay nada del héroe y menos del mito, pues el Che aparece como un vulgar guerrillero, barbudo, sucio, desorientado, sanguinario, tozudo, malhumorado y poco valiente. El Che fue un dios con los pies de barro, que Fidel Castro se quitó de en medio (pues era un personaje conflictivo) animándolo a seguir la revolución en África y después en Colombia, donde sus acciones fueron inútiles y absurdas, según parece, “organizada” por el jefe de los servicios secretos cubanos con el fin de eliminarlo.


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POSDATAS de Antonio Reseco

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(Badajoz, Diputación, 2016)

El título es significativo, pues indica que los poemas son independientes como las posdatas que no necesitan tener relación con el texto anterior. Además las posdatas se escriben después del mensaje principal por algo olvidado, alguna advertencia, una declaración de intenciones o de sentimientos…, es como si se salieran del discurrir normal del mensaje y fueran un aparte, muchas veces provocado por una salida de tono, una gracia, una ironía. De ahí que el mismo autor haya declarado que Posdatas es una pura diversión artística compartida con la pintora Pilar Molinos, cuyos novedosos collages le imprimen al libro un aspecto desenfadado, lejos del formalismo de las presentaciones poéticas al uso, hieráticas y aburridas, le aportan un punto de sensualidad y lo envuelven en un ambiente esotérico con las posiciones propias de la danza ritual.

Este juego verso-visual que es Posdatas empieza recogiendo todas las frases huecas que se dicen inconscientemente en los álgidos momentos sensuales, enardecidos por la pasión: “[eres] mi amor en la utopía, sobre la tierra / mi amor sideral, mi amor de ciencia ficción, / mi amor con frío, tiritando, vestido, en el naufragio, con calor, desnudo, posando ante la prensa / mi amor de contrabando, mi duty free” (9-10). Luego este fervor pasional suele ser mentira y no dura más que el momento de pasión desenfrenada. En este sentido, hace poco le preguntaron al cantante Antonio Orozco si en la realidad siente ese amor tan apasionado como el que trasmite en sus canciones y rotundamente contestó que no, que esa intensa emoción la creaba su mente como si se tratara de un deseo inalcanzable, ideal.

Antonio Reseco también aprovecha para ridiculizar la falta de base que tienen las relaciones amorosas calificadas como tales. De tal forma que hay amores que duran días, horas y hasta segundos, los que se necesitan para desahogarse sexualmente: “en el odio y el amor se requiere profundidad // eso dijo el sabio cuando nos vio aparecer / aún con un beso colgado de las mejillas / y el sol a punto de salir sobre nosotros // por eso, esto debe ser otra cosa, / la frívola textura del deseo” (p. 37). Y es que el poeta está refiriéndose a un amor superficial, ese que la realidad actual muestra negando la existencia de amores no cimentados solo en el sexo sino calentones eróticos sin base ni trascendencia alguna que obligan a un miembro de la pareja a realizar concesiones para seguir manteniendo la apariencia de un amor real: “me rindo, dijiste / y supe en ese momento / que habías ganado la partida // para siempre” (41).

No obstante, verdadero o superficial el amor da vida; de ahí su poder: “y a una sola palabra, amor, / todo volverá a ponerse en marcha” (p. 39). Aunque para  sentirlo, se necesite hacer la vista gorda: “mi boca dispuesta / para tu cuerpo // por si acaso se te ocurre / interpretar el papel de víctima // por si acaso” (p. 13). Es cuando el deseo, disfrazado de Cupido, domina el cuerpo y la mente: “Drácula sin sed, / licántropo diurno, / restañador de corazones / de plomo, / amante en paro / y otros oficios” (17) y, cuando no manda el deseo, su puesto es ocupado por los celos: “esa gracia con que bailas salsa / y ese baile, sin pizca de gracia // los dijo Alaska, fueron los celos” (21) o un estado lamentable de desorientación y descontrol irracional: “porque esta manía de lamerte / con la devoción del perro y su herida / no puede ser sana ni buena // porque no hacerlo infectaría / cada minuto de este organismo / hecho reloj” (29).

En fin, Antonio Reseco ha tenido la intención de hacer un divertimento pero, como es característico en su poesía, no ha podido evitar esa sutil pesadumbre que se encuentra latente en su aguda, lúcida y siempre trascendente visión de la realidad. Una realidad que le resulta esperpéntica coincidiendo con la desencantada (y por ese motivo cómica) concepción vital de Ramón Gómez de la Serna: El mundo es un circo grotesco que solo es posible describirlo en clave de humor.

No es la primera vez que este original poeta expone su enfoque crítico del mundo pues, por ejemplo, su obra El conejo, la chistera y el mago sin memoria (Mérida, ERE, 2012) resulta un libro sorprendente por su forma impactante y moderna de narrar con ironía (“Descartados los mayores de ochenta y cinco años, todos en lamentable estado de conservación”, 100), verdades como puños no sermoneadas (“Aquí vivió Bertrand Russel. Seguramente imaginó, durante esa lucha pacifista que lo convirtió en un icono viejecito y canoso, que la humanidad no tiene remedio, y que el color, el olor a curry o que le roben la cartera a uno, tampoco es el fin del mundo”, 22) y con un punto de agria constatación de una triste realidad que pone en la picota para denunciar un mundo absurdo, mitificado y artificial: “¿Cultura? Seguramente tecleando en el ordenador aparezcan un montón de posibilidades. No puede ser tan difícil. Si existe un ministerio y un sinfín de departamentos, lo lógico es pensar que más o menos está acotada la materia. Ya se sabe, las competencias. La Administración siempre escurre el bulto si no considera algo de su competencia, se pasan unos a otros la pelota. Bueno, la pelota es uno mismo, que va de aquí para allá, como se ha hecho toda la vida. No iba a ser menos la cultura” (111).

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EL ÚLTIMO EXPLORADOR de Manuel Leguineche

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(Barcelona, Seix Barral, 2004)

Este libro sobre el explorador británico Wilfred Thesiger de Manuel Leguineche (uno de los grandes reporteros de TVE en la edad dorada de los grandes reportajes, encabezados por Miguel de la Cuadra Salcedo) me ha servido para conocer las poderosas razones que tienen estos aventureros para desear siempre llegar más allá y descubrir qué hay detrás de la línea del horizonte sin importarles penalidades ni peligros.

Todo menos volver a la Gran Bretaña, a la insulsa vida diaria, a la llamada civilización, después de haber probado el dulce (y a veces ácido) sabor de la aventura africana. O sea, la libertad, el placer que procura la abstinencia” (159).

“Hora tras hora, día tras día, nada cambiaba en el horizonte. El desierto, el cielo, siempre la misma distancia frente a nosotros. El tiempo y el espacio eran la misma cosa. En torno todo era silencio; […] todo era puro y limpio, infinitamente alejado del mundo de los hombres: esto es lo que había venido a ver” (“Era la dimensión espiritual de los desiertos, donde el hombre se vuelve insignificante”, añade el autor) (168).

“Ante las cartas, los chalets, los caminos de asfalto, las señales de tráfico… Thesiger decía yo suspiraba por el caos, los olores del desierto, el desorden y la vida deslavazada del mercado de Addis Abeba. Yo quería color y salvajismo, dificultades y aventura” (171).

Resultado de imagen de El último explorador de Manuel Leguineche
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A Thesiger le desagradaba el hastío de la vida cotidiana y la mediocridad general. Pedía espacio, distancia, historia y peligro, mundo vivo (183).

“Tú y yo -le dijo el señor de la guerra bereber al general Silvestre- formamos tempestad; tú eres el viento furibundo, yo el mar tranquilo. Tú llegas y soplas irritado, yo me agito, me revuelvo y estalla la espuma. Ya tienes ahí la borrasca. Pero entre tú y yo hay una diferencia: que yo, como el mar, jamás me salgo de mi sitio, y tú, como el viento jamás estás en el tuyo—” (195).

No es la meta, sino el camino” (197).

“Wilfred Thesiger, despegado de pasiones terrenales, se mueve por los cuatro resortes del espíritu de aventura: la vocación para el riesgo, el anhelo de libertad, el anticonformismo y el deseo de explorar” (220).

Esta idealización de los bedus (beduinos) es una suerte de monserga paternalista basada en el desprecio del materialismo, la tecnología y el desarrollo” (228).

La ira ofusca la mente, pero hace transparente el corazón” (259).

Los animales no se impacientan, ni se lamentan de su situación. No lloran sus pecados en la oscuridad del cuarto. No me fastidian con sus discusiones sobre sus deberes hacia Dios. Ninguno está descontento. Ninguno padece la manía de poseer objetos. Ninguno se arrodilla ante otro ni ante los antepasados que vivieron hace milenios” (289).

Los tuaregs aseguran que Dios creó países con agua para que sus habitantes fueran felices, y los desiertos para que los hombres se encontraran a sí mismos” (364).

“La teoría de Thesiger: cuanto más grande es el padecimiento, más noble es la gente que lo sufre. La satisfacción de alcanzar una meta está en proporción directa a la dureza de la prueba y la dimensión del desafío. Luego si los beduinos son los que más padecen, serán también los mejores” (364).

Los occidentales viven vidas de segunda mano, a través del cine o la televisión. Veo algo así como un aburrimiento masivo. Los beduinos desconocen el tedio, ni siquiera se aburren al afrontar el viaje más largo por el Territorio Vacío. Les basta calcular dónde está el agua, dónde podrán encontrar pastos, cómo resistirán los camellos. En el desierto manda la supervivencia de los más preparados, justo lo contrario que en la sociedad del bienestar” (365).

(fecha lectura enero’18)

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SIETE VIDAS Y MEDIA de Alberto Vázquez Figueroa Y OTROS LIBROS

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(Barcelona, Ediciones B, 2009)

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Es un libro entretenido que está expuesto a modo de entrevista al escritor canario. Habla de dónde le viene su interés por la escritura, de sus obras y de sus vivencias como reportero de guerra en TVE que lo llevaron a poder narrar en múltiples novelas tantas aventuras y en tantos lugares del mundo.


También cuenta sus proyectos megalómanos como las desalinizadoras o el traslado de animales salvajes en peligro de extinción a América del Sur. Aunque, a pesar de su esfuerzo por llevarlos a cabo, ha encontrado tantos obstáculos que un montón de años después de idearlos aún siguen en el tintero.


SOBRE MI PADRE de Tatiana Tolstói

(Barcelona, Nortesur, 2010)

La hija del gran escritor León Tolstói, autor de Ana Karenina o Guerra y paz, habla sobre su padre y cuenta la lucha espíritu-social que mantuvo consigo mismo para ser consecuente con lo que hacía y luego decía hasta el punto de apartarse de la vida regalada que llevaba como conde, abandonar a su fiel mujer y a sus hijos y morir fuera de su casa en la estancia de un jefe de estación.



RAROS DE EUROPA de Rafael Torres

(Madrid, Oberon, 2001)

Cuenta episodios variados y curiosos como “Sin pechos en el Monte Athos”, donde solo había monjes varones y entra Maryse Choisy, que se había seccionado sus pechos para parecer un hombre. 
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“El asesino de Sintra”: Arnaldo Coutinho es el obsesivo enamorado de una vedette, Amalia Herculano, con la que mantiene una tórrida y fugaz relación a quien mata a la salida del cine, cuando la ve con otro hombre.

“La espía fusilada por su marido”: Margarita Vimola, espía en la Gran Guerra, es descubierta y su marido tiene que mandar el pelotón de su fusilamiento.

“Buscador de tesoros submarinos”: Alberto Giani no encontró nunca un tesoro de importancia, pero era el más reputado especialista en búsqueda submarina. 

“El juez polígamo de Escalona”: Rufo Jesús González que convivía como un bígamo con dos mujeres que eran hermanas.


MUJER EN GUERRA de Maruja Torres

(Barcelona, Planeta, 2005)

Maruja Torres en esta narración autobiográfica cuenta con el desparpajo que la caracteriza su vida de reportera de guerra y la influencia positiva que le causaron la gente y los lugares que visitó, en especial el Líbano a pesar del conflicto tan cruento que compartió con la gente normal de aquel lugar, un día considerado la Suiza de Oriente.

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Muy interesante resulta cuando Maruja Torres cuenta cuál era para ella el placer de ser reportera: “Con cada reportaje como enviada especial alimentaba la ilusión cavafiana del viaje permanente del que importan menos las metas que el propio trayecto.  Al pretender asir una realidad inacabada me mantenía despierta. Este era, pienso ahora, una de las razones del inmenso placer de aquellos días: ir a buscar sabiendo que iba a perderme en lo infinito, lo diverso, lo múltiple y cambiante. En los otros.

Aquello se parecía mucho al proceso de enamorarse: la aproximación, el cortejo, la incertidumbre, la breve plenitud del acoplamiento, el dolor de la pérdida. Disfrutaba tanto de los días previos. Durante la espera, creía oír a Puccini. Mientras recogía material, al leer libros para documentarme, al asaltar a los colegas que podían instruirme: flotaba. En los aeropuertos, antes de tomar el avión o durante una escala, me sentía encapsulada en un bienestar propio, intransferible, tocada por la gracia de un privilegio que ni reyes ni obispos poseen, algo que no tiene que ver con la riqueza ni con la belleza ni con la cuna ni con el rango: la suerte de pertenecer a este oficio que consiente al aventurero lanzarse al vacío y le permite salvarse en último extremo, por el hecho de contarlo. Trabajar era mi forma de vivir. Y todo lo demás, absolutamente todo lo demás, era subsidiario.”, (246).


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BILLETE AL FIN DEL MUNDO
(La historia del transiberiano, el tren que cambió Rusia)
de Christian Wolman

(Barcelona, Península, 2017)

Es un libro interesante y curioso sobre la construcción del transiberiano, el tren que tiene más de 9000 kilómetros de recorrido desde Moscú a Vladivostok en el extremo oriental de Siberia al borde mismo del océano Pacífico. El autor cuenta la historia de este magno proyecto de ingeniería con cantidad de datos sobre los detalles de esta obra colosal.



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LA HIJA DEL ALFARERO de José Luis Perales

(Barcelona, Plaza y janés, 2017)

Tuve interés por este libro por curiosidad: La fama de su autor como excelente compositor musical lo precedía y pensé con encontrarme algo imaginativo y distinto al blá, blá, blá que invade hoy la narración. Pero su lectura ha sido una decepción, pues el libro contiene una historia simplísima, superficial, tópica, previsible… que, además, cuesta 19,90 euros…


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CUENTOS EN VERDE ACEITUNA de Tomás Martín Tamayo

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(Badajoz, Carisma, 2006)

Cuentos en verde aceituna es un libro de relatos eróticos delicioso, porque es tal la delicadeza, finura, respeto y elegancia desarrollada por el autor de principio a fin del libro que en ningún momento resulta morboso y su lectura queda una placentera satisfacción emocional por haber disfrutado de unos relatos sabiamente elaborados.

Esto sucede porque el autor aborda con tono decidido una temática con la que pocos escritores se atreven pues, aunque se trata de un género narrativo aparentemente banal si se enfoca de un modo chabacano, convertirlo en literatura que no sonroje y resulte una lección de buen gusto (como es el caso de Cuentos en verde aceituna) necesita de un maestro de la narración corta como Martín Tamayo.

Así, en el ambiente erótico creado, el autor entiende que la pasión sexual ocupa una parte fundamental de la naturaleza del ser humano y que como tal se debe tratar de un modo abierto, sin falsa moral ni mojigatería. De ahí que nos encontremos con relatos deliciosamente sensuales: “Ante su insistencia abrí la boca y dejé entrar su lengua y nos perdimos en una exploración mutua. Perdí mi vergüenza inicial y sin dejar de besarla, acaricié sus pechos. Deslicé mis manos por sus piernas…” (23). En esta línea narrativa se incluyen otros relatos que son puras fantasías sexuales como el titulado “El compromiso”, donde la mujer aparece desinhibida, sin morbo, natural y disfrutando de su sexualidad hasta el punto de ser ella la que guía al hombre por los vericuetos de la sensualidad (“Me besó con sabiduría por todo el cuerpo […] otra vez me entregué y dejé hacer a aquella mujer maravillosa, que parecía conocerme mejor que yo mismo.”, 45) o “La saeta”, un relato, pura sexualidad, magistralmente engarzado con el ambiente solemnede una Semana Santa.

También podemos hallar en Cuentos en verde aceituna relatos sorprendentes como “El secuestro” por la impresión que causa la confusión final de los sicarios (“–¡Mi hijo, mamarrachos, me habéis traído a mi hijo!”, 30) o el cinismo del protagonista de “Feliz aniversario”, un putero a quien su mujer se la juega invitándolo a un sitio especial el día de su aniversario de bodas: el burdel que frecuenta asiduamente (“–¡Perpetua, te lo puedo explicar, esto no es lo que parece!”, 36).

Además hay relatos sarcásticos como “El indito de doña Asunción”, un indígena que tuvo que huir lejos de su ama porque no podía atender sus constantes requerimientos amorosos (“Doña Asunción una mala noche se puso enfermita y tuvo que quedarse con ella… Y otra, y otra y otra. Y bueno estaba con los arrebatos de las noches, pero es que últimamente también se ponía enfermita por las tardes y había días en los que hasta por las mañanas… […] Y corrió tanto que quedó atrás a las mismas sandalias de palmera”, 72) o “Verano de ayer”, en el que los deseos platónicos de un niño que despierta a la sexualidad son bruscamente cercenados por la realidad (93). O “La llamada” donde un cornudo contacta con un amigo para trasmitirle su desasosiego porque su mujer no ha llegado a casa y luego resulta que su mujer se entiende con el amigo (107)…

Otros relatos muestran la variedad de registros estilísticos que domina Martín Tamayo, pues también se pueden localizar relatos deliciosamente líricos como “El mar y el acantilado”, una inteligente personificación de la relación sensual entre ambos (“El acantilado se estremecía ante el canto armonioso de la mirada cercana [de la mar], sin atreverse a descifrar si lo que allí se insinuaba era una promesa, una oferta o un sueño”, 77) o “Retrato”, una extraordinaria descripción llena de sensualidad de una mujer  (“Tiene el torso, atlético, dos olas que no acaban de romper, ni alcanzar la playa. Dos esbozos en busca de caricias, sedientos y necesitados”, 97). O “Fugaz”, cuyo contenido es la magnífica descripción de un orgasmo con una alta dosis de sensualidad y lirismo (“Luego una respiración profunda, de estertor. Un estremecimiento volcánico…Todo su cuerpo se colma de paz. […]. Hay armonía en todo su ser”, 107). En estos relatos, además, Martín Tamayo muestra una de sus grandes cualidades de narrador de cuentos: su capacidad de síntesis pues, en los últimos citados, reduce al máximo su expresión utilizando una técnica poética con la que sugiere más que dice, intentando que actúe la imaginación del lector.

Otros relatos son emocionantes como “La despedida” (“La carta escapó como una gaviota entre sus manos y se refugió, como el sobre, en la espuma blanca. Otro golpe de viento y el hombre cayó tras la carta, tras la sentencia escrita en el papel, como un muñeco roto”, 101).

Los hay también patéticos como “A buena hora”, en el que el protagonista, cuando consigue a una mujer que desea, tiene un gatillazo (“Y ahora, ahora precisamente, cuando se perdía al volver la esquina, el penoso asunto, la chincheta, el botón de sotana, el negrillo, inició su desperezo, como si acabara de despertarse de un sueño placentero. […] Me metí en la ducha y lo castigué durante diez minutos con agua fría. A Lucía no he vuelto a verla”, 115). O “Estrategia fallida”, donde el personaje principal concibe un plan para quedar bien ante una mujer saliendo él reforzado, pero los compinches hacen lo contrario de lo que han acordado (“Los tipos no cumplieron su parte y pese a que yo les había pagado generosamente por prestarse al enredo, se emplearon a fondo conmigo. Me dieron una descomunal paliza […] A ella la violaron tres veces”, 125).

Y no podía faltar una muestra de la crueldad humana, como se cuenta en el relato titulado “Paso de frontera”, por la depravación moral que muestran unos soldados y su mando con personas indefensas (“–¿Las enterramos, sargento? ¡Todavía están calientes y de buen ver!”, 42).

En fin, estos relatos, además, llaman la atención (no olvidemos la profesión docente del autor), como los cuentos de El conde Lucanor, pues cumplen una función didáctica con un doble mensaje: Uno que reconoce a toda persona el derecho de experimentar y disfrutar del placer sexual, medio por el que más amor directo se recibe, pues nunca en otra circunstancia somos receptores de caricias, mimos y deseos como en la relación sexual y sus prolegómenos. Y otro que advierte que enfocar mal este tema puede dar lugar a situaciones embarazosas o lamentables para las víctimas.

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LA VIDA ES LO QUE LLUEVE de Pilar Galán

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(Mérida, De la luna libros, 2016)

Otra vez Pilar Galán me ha vuelto a conmover y, en esta ocasión, lo ha conseguido con su libro de relatos La vida es lo que llueve por la elaborada exposición que realiza sobre la complejidad de la existencia cotidiana para un ser humano no preparado para asumirla en todas sus circunstancias y con todas sus consecuencias.

En La vida es lo que llueve, todo un fresco de la realidad de hoy pasa por delante del lector gracias a la radiografía social realizada por la autora que, unas veces, se muestra comprensiva (e incluso enternecedora), porque comprende que la existencia al ser humano común le viene grande y se encuentra desprotegido. Y, otras, se manifiesta muy crítica con los múltiples defectos que el ser humano padece por su soberbia o estupidez. Por ese motivo los personajes son tan numerosos como las situaciones que viven y tan variados como las circunstancias que las envuelven.
Portada del libro (delalunalibros)

Así en el discurrir narrativo de La vida es lo que llueve aparecen temas de la realidad actual como el mal uso que muchos hacen de los medios de comunicación virtuales como twiter (14), un canal de difusión de noticias rápidas sin control alguno, o internet, un medio artificial de evasión para muchos solitarios, que resultan legión en la sociedad deshumanizada actual, porque necesitan vivencias virtuales para soportar la realidad que suele ser ingrata, gris y anodina: “y en cuanto alcanzan sus despachos, se desnudan voraces de labios y de pliegues, se acarician, se tocan, juegan con senos y erecciones […] hasta que una noche más, desde la cocina, llega la voz que los llama a cenar”. (17).

Esta reflexión también es una crítica a la obsesión que existe actualmente por el sexo debido a la desaparición del romanticismo, que la autora describe de una aguda forma imaginándose a don Juan (Tenorio), el galán aquel de la romántica apartada orilla, de vuelta a su tumba cada vez más decepcionado “esquivando vómitos y botellones” (21). Y además Pilar Galán pone en la palestra la obcecación asesina que con tanta frecuencia se manifiesta hoy, aludiendo a temas tétricos como el relato de personas aparentemente normales que son unos caníbales (24) o el hijo abogado que va a hacerle al padre la autopsia, porque en su momento le prohibió ser forense (33).

También aparece otra llamada de atención en “Selectividad, junio” (36) sobre el agobio que produce el actual sistema educativo con tanta prueba evaluadora a través de un alumno que tira al patio de vecinos los apuntes de selectividad harto de estudiar un montón de asignaturas en poco tiempo y acabar confundiéndolo todo: “Romeo y Dulcinea, don Quijote y Julieta, la pasiva absoluta, el ablativo reflejo, […] La desamortización de Montesinos, la cueva de Mendizábal…”.

Además Pilar arremete contra la incultura que produce la ignorancia más atroz como aquel librero de raros e incunables que deja al hijo la librería al morir e, ignorante del amado oficio de su padre, se los regala al trapero y, por si no bastara, le paga por llevárselos (34). Y también arremete contra las habladurías, una manifestación popular de la incultura: “Y en cuanto a lo del harakiri ese que usted pregunta, no sé qué decirle. Yo siempre pido cerdo agridulce, lo que le gusta a mi cuñada.” (“Lunchakos”, 37).

Pilar Galán (avuelapluma.es 
No obstante, Pilar Galán también se compadece ante el fracaso vital de personas que no han alcanzado sus metas laborales o, habiéndolas conseguidos, no han logrado alcanzar objetivos más esenciales como ver cumplidos sus deseos más íntimos. (22). O se muestra comprensiva ante las situaciones complejas en que se ve envuelto el ser humano como en “Manga Rangan” (47), un agudo y sugerente relato que impresiona por su forma literaria de describir la realidad en su aspecto más naturalista cuando el ser humano se encuentra en situaciones extremas y tiene que tomar decisiones que lo desbordan: “[…] y recoge las tijeras que le ofrece la mano ya impaciente del médico de cuidados paliativos, que lleva toda la noche sin dormir, y necesita su permiso para dejar de ser dios y obedecer al destino.”. O reconoce el dolor del mundo al que llama “Las lágrimas de las cosas.” (52). 

Pero el tema que más inquieta a Pilar Galán sin duda es el de los mayores desvalidos por el peso del tiempo como en “Ordo rectus” (48), donde se detecta una honda desazón por la tremenda fragilidad que padece el ser humano por su naturaleza caduca y finita (“Tu rumbo a torcer alcanza”, 50). Esta preocupación se manifiesta en bastantes relatos, donde aparecen personas que pierden la memoria debido a la demencia senil o el alzheimer. O sufren la soledad, aunque tengan familia. O son atendidos por personas extrañas a su mundo aunque, en el caso de las cuidadoras sudamericanas, Pilar Galán reconoce que reviven a los mayores con su español "dulsón" (ahorita, amorsito, bisicleta) y logran que rememoren lejanas pasiones con sus ritmos tropicales: “...dame más gasolina, ...toma más gasolina” (“Yo la conocí en un taxi”, 57). O necesitan del olvido para superar la falta de una persona cercana y ser capaz de seguir viviendo en su ausencia (“Querido Emiliano”, 39). O sueñan con deseos insatisfechos, conectados a una botella de oxígeno (“Tu rumbo a torcer alcanza”, 50).

No obstante, aunque son “malos tiempos para la lírica”, Pilar Galán muestra también detalles humanísimos como en  “Geografía e Historia” (38), un precioso relato-poema que hace pensar en que todavía hay lugar para la esperanza a través de los afectos: “Aquel día de verano, como hoy, seguro que estaba haciendo tonterías, robarte un beso, pedirte una cita, regalarte flores, acompañarte a casa, perdiéndome la historia del mundo a cambio de una breve parcela de tu geografía”.

La vida es lo que llueve se conforma con relatos muy originales, sorprendentes, naturales, muy humanos y con sutiles mensajes sobre la realidad actual, que unas veces parecen advertencias y, otras, peticiones de auxilio, pues Pilar Galán no escribe nada que no lleve implícito contenidos que, globalmente, resultan un nuevo humanismo porque, a pesar del amplio abanico de temas que trata, todos tienen en común el peso de una existencia (de ahí el título) protagonizada por seres frágiles y desamparados, que soportan con más pesares que logros su imperfecta y caduca humanidad.

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BIBLIOTECA. EL SERVICIO PÚBLICO CON CORAZÓN de Magdalena Ortiz Macías

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(Barcelona, UOC, 2017)

La verdad es que abordé la lectura del libro sin mucho entusiasmo, pues no era un tema que me interesa en ese momento. Pero continué por su autora que, directora de la biblioteca municipal Juan Pablo Fornerde Mérida, la ha convertido a lo largo de los años en un centro cultural y en un modelo de buena gestión, a pesar de disponer de limitados recursos humanos y materiales. La clave se encuentra en que Leni Ortiz ha sabido sacar de ellos su máximo rendimiento, apoyarse en entusiastas colaboradores y mantener unas fluidas relaciones con asociaciones, librerías, escuelas, colegios, institutos, colectivos, fundaciones, organismos, empresas y medios de comunicación.

Así la biblioteca que dirige ha acabado con la idea de que debe ser un lugar de recogimiento monacal y ha propiciado otro tipo de ámbito variopinto y dinámico donde se dan cita personas de todas las edades y condiciones, paisanos y foráneos, niños y mayores, estudiosos e investigadores, lectores y curiosos para realizar actividades en torno al libro. En ella encuentran refugio clubes de lectura en varios idiomas para todas las edades y situaciones (jóvenes, maduros, discapacitados, excluidos sociales); edición y presentación de libros; concursos literarios; espacios de lectura fácil; actividades para chicos y chicas con síndrome de Down, discapacitados e inmigrantes; itinerarios literarios y poéticos; visitas guiadas a la biblioteca y al exterior; cuentacuentos; talleres; charlas de escritores; tertulias; conferencias; cursos de informática; Jornadas y Encuentros de diversas especialidades; participación en el Festival de Teatro Clásico y Emerita Lúdica…

Portada del libro
Esta inusitada actividad ha terminado cautivando a las personas amantes de la biblioteca y, puedo decir después de treinta años relacionándome con la biblioteca municipal Juan Pablo Forner, que es un lugar donde se encuentra ambiente, apoyo y participación.

Mi relación con la biblioteca se remonta a final de los pasados años 80 cuando la utilicé como usuario e investigador y, a comienzos de los 90, le doné una copia de las revistas Alor de Badajoz, Arcilla y Pájaro y Anaconda de Cáceres y Ángelus de Zafra, que había reunido para elaborar un estudio de las revistas literarias extremeñas del Medio Siglo.

También por estas fechas participé durante varios cursos con mis alumnos en el Concurso de Redacción que convocaba la biblioteca y colaboramos en su sostenimiento, pues fuimos el centro educativo que supo mantener su participación cuando el concurso sufrió altibajos.

En 2006, las Jornadas sobre Juan Pablo Forner me dieron la oportunidad de colaborar con la biblioteca como miembro del comité organizador y como ponente con la comunicación titulada “Raquel, una tragedia de Vicente García de la Huerta”, que fue editada un año después en sus Actas. También este año intervine en el CD denominado Poetas en Mérida, donde participamos numerosos poetas emeritenses recitando nuestros versos.

En 2007, la biblioteca convocó el I Encuentro de grupos poéticos, al que respondieron Alcandoria, La luna sola, Babel, Poetas por la Paz y Gallos quiebran albores, grupo al que pertenecía y con el que participé exponiendo sus trabajos, publicaciones y actividades. En este año, además, un proyecto mío encontró apoyo en la biblioteca: el Itinerario Poético de Mérida, una ruta literaria para escolares que fue editada por su mediación y difundida en numerosas ocasiones por ella como una actividad cultural para mostrar los vestigios emeritenses a propios y extraños y, a la vez, fomentar la lectura con los comentarios de cada monumento y la recitación de los poemas que los complementan. También en esta actividad he actuado de guía para distintos grupos.

En 2009, la biblioteca volvió a propiciar la edición de otro de mis libros titulado Catálogo de artículos y cartas de Jesús Delgado Valhondo, para conmemorar el Centenario del nacimiento del poeta emeritense. Además, en 2013, la biblioteca propició la edición de Como un río sonoro de manzanas, la sexta antología poética de la Asociación Cultural Gallos quiebran albores de Mérida, donde participé junto a los poetas de esta mi Asociación. Y, actualmente, la biblioteca está pendiente de la edición de mi libro Mérida Abarcable (1950-1960). Aparte he colaborado y/o  asistido a bastantes actividades organizadas por la biblioteca y, hace unos meses, le he donado la amplia documentación que acumulé para elaborar mi tesis doctoral "La poesía de Jesús Delgado Valhondo".

En cuanto al libro, Biblioteca. El servicio público con corazón, debo decir que conforme avanzaba en su lectura me ha ido ganando, pues en él me he informado de los objetivos de la biblioteca municipal Juan Pablo Forner, que exceden la mera dispensa y recogida de libros porque concibe la lectura como una actividad prioritaria para el desarrollo personal, intelectual y social de las personas.

Lo mismo me ha gustado conocer que uno de los objetivos de la biblioteca sea realizar una labor social admitiendo a todo tipo de personas sin mirar su condición física o psíquica, nivel de conocimientos o procedencia social, religiosa o política. Así todos encuentran refugio (de ahí el subtítulo “servicio público con corazón”) y acomodo (adaptaciones personales) en un espacio generador de un bienestar que supera el aspecto físico y cultural, pues ofrece calor humano y protección en su cálido y seguro ámbito, donde todos se sienten acogidos.

Magdalena Ortiz Macías
También me ha resultado agradable saber que la biblioteca es consciente de realizar una tarea democrática ofreciendo a todos los mismos servicios, recursos y actividades y que se rige por unos principios como que la lectura es un derecho fundamental para todos; que la educación no es posible sin la lectura, pues la transmisión de los conocimientos es lingüística, y que la actividad lectora influye positivamente en la calidad de vida de las personas y mantiene la salud mental de los mayores.

Así la biblioteca se ha convertido en un lugar de encuentro de personas y de culturas, que aprenden a aceptar y respetar a los demás con sus diferencias, a la vez que amplían su visión del mundo. De este modo, todos, niños y mayores, paisanos y foráneos, discapacitados y síndromes de Down, desempleados y migrantes, reciben el beneficio de la riqueza cultural que proporciona la biblioteca haciendo ciertas estas rotundas afirmaciones de Jesús Delgado Valhondo: “Un libro es un monumento. Muchos libros, una ciudad monumental, un mundo. Una biblioteca, un universo.”. (Por cierto, qué bien quedarían estas bellas palabras expuestas con letras grandes en un lugar visible de la biblioteca...).

En fin, el libro de Leni Ortiz me ha gustado por la interesante información que contiene y porque me ha descubierto que la biblioteca municipal Juan Pablo Forner sigue un proyecto, que no está ahí a lo que salga, sino que tiene muy claro que no es una simple expendiduría de libros sino todo un centro cultural, cuyo corazón se manifiesta diariamente en la atención integral de las personas.

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EL PAÍS DE LOS IMBÉCILES de José Manuel Díez

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(Madrid, Hiperión, 2017)

Todavía conmocionado por la lectura de estos poemas impactantes, lo primero que pienso es que resulta un poemario sorprendente (comenzando por el título) tanto en su contenido como en su forma por su novedad expresiva y por los contrastes que contiene. Y es que conmociona ese nuevo tipo de exposición que lleva al lector a encontrarse con un caballo encabritado por el centro de la ciudad (como el de la película “Caballo de guerra” corriendo a galope a lo largo del campo de batalla), genial metáfora de lo que es el poema para el poeta, “belleza desbocada donde nadie la espera” (15); seguramente una de las mejores definiciones de poema que se han escrito.

O esa insistencia formal que impresiona, en poemas como “Escritores suicidas”, para expresar la concepción trágica de la existencia sufrida por muchos escritores: “Gérard de Nerval se ahorcó… / Ángel Ganivet se tiró… / Cesare Pavese tragó… / Víctor Ramos falleció… / Luis Hernández se dejó atropellar… / y Alfredo Costafreda se suicidó en Suiza / después, precisamente, de completar su obra / Suicidios y otras muertes.“ (74).

El libro es tan intenso en emoción y tan denso en significado que solo estos dos poemas descubren varias características primordiales de la poesía de José Manuel Díez: sorpresa, dinamismo y poder de sugerencia.

También ganan el interés del lector otros versos entrañables como los dedicados a las tienduchas donde, por obra y gracia de la pasión poética, el vate los transforma de tema inusual en un afectuoso homenaje a esos locales que forman parte de nuestras vidas: “Las tienduchas de barrio que no tienen ni nombre, / y que todos conocen por el mote del dueño / […] / Esas simples tienduchas, por sí solas, / consiguen que me sienta de este mundo.” (32). O los numerosos poemas que reivindican a los antihéroes, cotidianos sobrevivientes de este bronco mundo, como “Los nombres de Sara” (53), “Pacta sunt servanda” (58), “El regreso” (61) o “Vecindades”: “En nuestra misma planta vive Tytus: / polaco, silencioso, lector de enciclopedias, / doctor honoris causa en matemáticas / […] / Antes de que amanece / Tytus regresa a casa del brazo de otro hombre. / Al subir la avenida con su metro ochenta / es la envidia de muchas de las putas del barrio.” (63).

No obstante, El país de los imbéciles no es un libro siempre emotivo pues su autor, amante y defensor de la naturaleza y de la armonía que inspira, es consciente de que dentro de su ámbito existe una lucha por la supervivencia en las que unos seres matan y otros sucumben: “Los colmillos confirman / el rito milenario de la muerte. / […] / Aquí, en el blanco inmenso, / un reguero de sangre” (24).  O se indigna ante la barbarie humana como cuando se siente Dios y abomina del Hombre por su maldad  o se estremece ante la triste vida de seres anónimos como el que tuvo por nombre de Sara: “Con veintitrés, judía asimilada, / fue obligada a llevar sobre el pecho la estrella / de la denigración y a huir al guetto, / […] / Con veinticinco, presa y humillada, / fue deportada a Auschwitz, / donde sobrevivió catorce meses / […] /. Con veintiséis, […] / fue empujada una noche, / junto a otros trescientos esqueletos humanos, / a las duchas de gas del triste campo.” (53).

O siente una latente intranquilidad ante la certeza de la desaparición de los otros, a los que aprecia de una u otra manera, o se preocupa por su propia permanencia: “La tragedia real es que llegue a morirme, / a morirme del todo, / cuando nadie me lea, ni me extrañe, ni cante / mis canciones, ni sepa / que hubo un día en la tierra / un hombre verdadero como tantos. / Un hombre solitario que sembraba futuros, / que tenía razones, que escribía poemas.” (27). Y es que la preocupación por el paso del tiempo resulta patente en todo el poemario: “Y pienso en el sonido no escuchado, / el más triste, el postrero. / Y pienso en campanadas sin pensarme.” (73).

En compensación el libro contiene momentos metapoéticos muy agudos y originales sobre el oficio de poeta y sobre la misma poesía: “Aquí el acantilado, su presencia vacía. / […] / El poeta ha saltado. / Su poesía alza el vuelo.” (29), extraordinaria metáfora de lo que supone para el poeta actuar como tal, de una forma comprometida: “Porque aún  no es el tiempo de creer en milagros, / si es que puede un milagro dirimir tanta ruina” (72). O en “Taller y símbolo”, original forma de intuir la capacidad creativa de una artista: “El taller de la artista / nos confirma creación entre creaciones. // —Mi desnudez, absorta. Su desnudez, serena.— // De entre todas, es ella / la gran obra de arte.” (30). O en el titulado “El poeta”, donde el vate entiende los ataques hacia él como una forma de perduración en el tiempo: “Han querido matarme muchas veces. / Todavía lo intentan. // No saben que me hacen, / muerte a muerte, / inmortal.” (69).

También son atractivos los poemas donde el poeta se centra en desentrañar conceptos complejos: “Hay un amor que mata. Sí, no hay duda. / Hay un amor que mata en lo que vive. / Y hay un amor, al fin, definitivo, / que muere inexorable en lo que ama.” (56). O se atreve a reflexionar en hechos evidentes sobre los que nadie recapacita (66) o piensa en el soldado sobreviviente a varias guerras al que años después el agua le sabe a sangre: “Corre el tiempo en el hombre, pero no en su memoria. / Tanta vida no absuelve de la culpa acopiada. / ¿Qué vejez es la suya?” (71).

Como algo novedoso por nuestras latitudes, el poemario adquiere un carácter exótico y universal con poemas elaborados en zonas tropicales, donde la variedad cromática, los aromas frutales y la cálida sensualidad se codean con la pobreza extrema y la violencia desmedida: “Ser el funyi en el tango y el pañuelo en la zamba, las rutas que prometen Eldorado, / los bollos de maíz, la madre negra. // Pero también los odios ancestrales, / la alambrada de púas, los venenos del chongo. / […] / Pero también las ruinas y el expolio, / la ciudad de chacales con codicia de hombres.” (22). Esos contrarios son muestra de la paz y el amor que desea el poeta para los seres humanos, sencillos y naturales, que en aquellas tierras hermanas no tienen el ambiente necesario para desarrollar su existencia cotidiana sin violencia.

Finalmente, el poeta ante el dolor del mundo termina el poemario con un poema homenaje, donde alaba la lucha titánica que diariamente el ser humano común se ve obligado a soportar para sobrevivir con una loable dignidad que lo mantiene firme en la existencia: “Y tal vez fracasé. / Pero cuán puro, bello, fructífero fracaso. / Qué dignidad en todo para alcanzar mi nada.” (81).

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MICROGRAFÍAS de Irene Sánchez Carrón

(Madrid, Visor, 2018)

Supongo que si “biografía” es la “narración de la vida”, “micrografías” será la narración de las pequeñas vidas, es decir, de las pequeñeces, matices o pormenores que, aunque aparentemente nimios, por algún motivo y de alguna manera han marcado la existencia de la autora, que ahora los extrae de su memoria y reflexiona sobre ellos realizando un repaso evocador desde la distancia de los años vividos. Entendido así, Micrografías sería como un examen de conciencia de las experiencias claves sobre las que ha ido construyendo su vida: “Después / solo quedaron restos, / los tristes desperdicios del amor, / lazos, cajas vacías, envoltorios / […] / y un corazón confuso, / empapado en vino” (39).

Este es el motivo de que la temática del poemario sea diversa y de que se asiente en vivencias pretéritas ocurridas desde la infancia a etapas vitales cercanas, en cuyo transcurso temporal la autora ha pasado del limbo de la niñez a notar el efecto negativo del cambio de las cosas y de su caducidad: “Alguna vez el rostro de la muerte / se mira en el espejo / de la vida / y el viajero de pronto ve unos ojos / asomarse a sus ojos, / una sombra / crecer sobre la luz.” (51). Y esta sutil preocupación es la que imprime unidad al libro que comienza con una dedicatoria in memoriam dirigida a su hermano a la que le siguen dos citas, que confirman tal extremo (“Como si no hubiese lugar donde guarecerse” de Olvido García Valdés”, 9, y “Oh, ¡si no tuviera miedo a la muerte” de Ingeborg Bachmann, 11), y poemas que advierten sobre la fragilidad de la existencia: “Un descuido y la agenda resbala de tus manos. / […] / Días desparramados por el suelo, / tareas esparcidas por la acera, / […] / Nombres desportillados, / direcciones marchitas, / planes hechos añicos. // ¿Cómo / recomponer tu vida?” (55).

De ahí que la poeta sienta la necesidad de transmitir su experiencia vital a su hijo, a quien muestra la esencia de la vida que palpita detrás de la realidad (“Atreverte / a introducir la mano. Y qué hacer / si tus dedos tropiezan / con la pelusa suave, / con los cuerpos calientes,  con el latido inquieto de las crías”, 20), continuando un proceso parecido al que ancestralmente siguen los contadores de la historia de la tribu, que conservan y pasan la memoria de su grupo a las generaciones venideras con un afán de pervivencia. O también necesite dedicar un poema a su hermano, donde recuerda el abrazo a los árboles como un modo de conexión con la tierra (23), advierta a sus sobrinos cómo la vida se encuentra siempre sometida a contratiempos imprevistos (22) o, incluso, se atreva a airear miedos (12) y traumas vitales: “Y en las largas esperas aprendió, / con los brazos abiertos como alas, / que nada nos espera, / nada nos necesita” (13).

Quizás como contrapunto, la poeta incluye en Micrografíasabundantes e intensos poemas de amor real, intentando aferrarse a la existencia a través de algo nítidamente sentido como es la experiencia amorosa. Así estos poemas van dirigidos directamente a su marido, al que transmite su pasión evocando un sensual encuentro (“Estábamos bañándonos / y comenzó a llover. / […] / el tierno desconcierto de tus labios / me inundó de sabor a lluvia y río”, 33), entonando una bella canción de amigo (“Ay, Dios, / si supiera mi amigo / que ahora tengo miedo, / miedo a decir su nombre”, 57) y elaborando una conseguida imagen que describe a la perfección su arrebatado amor: “Llegaste / con el agua en los labios / cuando ya me marchaba // muerta de sed.” (60). Pero también plantea dudas sobre la consistencia y durabilidad de su relación amorosa, teniendo en cuenta la inestabilidad de las cosas: “La mañana siguiente desata en los relojes / de arena una tormenta. Quizá no vuelva a verte / […] / y todo sea ayer,” (31).

Irene Sánchez Carrón
Micrografías además es un poemario que mantiene un compromiso ético con el entorno denunciando la destrucción de la naturaleza (50), quejándose de la religión oficial que no conforta porque Dios no responde por ese medio terrenal (63) o arremetiendo contra el papel tradicionalmente sumiso de la mujer con poemas protagonizados por mujeres rebeldes que, hasta ahora paralizadas por la mitología, quieren controlar por sí mismas su existencia y resueltamente se liberan del sambenito con que las cargó la Historia: Eva renuncia al Paraíso para ser libre; Perséfore, diosa de la primavera, presiente la llegada del invierno (40); la bella durmiente no necesita al príncipe azul para despertar (41) y Penélope deja de esperar a Ulises porque quiere vivir su tiempo: “Contad, Musas, también esta verdad / que quizás el tiempo oculte / y decid que hace mucho que dejé de esperarle / para gozar sin límites cada minuto mío,” (66).

Por último, llama la atención que en Micrografíasabunden poemas que pueden ser clasificados de enigmáticos, pues tratan hechos de desconexión entre personas: “El se queda esperando el próximo autobús / y ella se aleja sola hacia el fin del trayecto” (21), simples casualidades: “a veces / de pronto / sucede / que uno de los impactos / agrieta sin remedio / tu dura resistencia de cristal” (22), sucesos inexplicables: “Al principio temía encontrarlo en la puerta / al salir a la calle. Pero pasan los meses / y no sucede nada. / Sin ir más lejos, hoy / ha llamado de nuevo. / Por eso te lo cuento” (45) o el paso fugaz del tiempo: “Por la puerta entornada / huye el tiempo veloz, la luz se extingue. // Un final / como tantos finales (62). En todos ellos se trasluce una intranquilidad del yo poético que planea sobre el conjunto del poemario: la inestabilidad de la existencia.

asalgueroc

LA SORPRESA DE LO HUMANO de Faustino Lobato

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(Badajoz, Fundación CB, 2018)

El poemario contiene el júbilo del poeta ante el impacto positivo que produjo en su ánimo y en su vida el nacimiento de su hijo al contar con una nueva presencia humana en su casa y más cuando era consciente de que tenía una edad avanzada para ser padre: “Cuando la ternura toma cuerpo / y el aire se respira entre sueños, / la vida tiene / un / nombre, / Ro / dri /go.” (21).

Y no solo la presencia, sino todo lo que ella conlleva por tratarse de un minúsculo ser humano que protesta, toma el bibe, llora, hace pis y caca, grita, crece a ojos vista, requiere atención constante…, es decir, “la sorpresa de lo humano”. Una novedosa y estresante situación que llega incluso a cambiar los planteamientos de la vida familiar que se ve obligada a reconsiderar muchos aspectos: “la paternidad que me hace crecer hacia dentro. / […] / esta gana de vivir en un continuo empezar / desde cero.” (14).

El poeta entonces toma conciencia de la realidad que hasta ahora había vivido de un modo inconsciente, ensimismado en su laberinto cotidiano, y cambia su forma de ver la existencia a un modo más humano y más agitado, pero menos angustioso, atareado en atender a Rodrigo, ahora epicentro de la casa: “Desde que el tendal con ropa infantil / ahogó la visión de los geranios / y el balbuceo de un ba-ba-ba / se confunde con las voces de la radio, / el cotidiano toma el nombre de Rodrigo / y no existe otra realidad más que la suya,” (35).

Rodrigo trae la alegría al hogar con una inconsciente hiperactividad que le provoca risas, caídas, gritos y llantos. Es un revoltillo lleno de gracia y de vida que consigue hacer olvidar al poeta los contratiempos de la existencia, que se vuelve mucho más grata a pesar de que no resulta más cómoda: “Un ímpetu maravilloso, difícil de contener / que devora el dolor / de soles y mañanas.” (54).


La sorpresa delo humano se conforma como un repaso pormenorizado de cada etapa de la vida de Rodrigo que acaba de cumplir, cuando el padre escribe el libro, cuatro añitos. Así el poemario sigue el discurrir vital del niño desde la misma concepción al momento en que el padre-poeta compone el libro.

La espera (17), el parto (20), el nacimiento (21), el crecimiento (“En el momento que los biberones / ocuparon las estanterías de la cocina / […] / tomé conciencia de que un trozo / de realidad se había colado / por la puerta grande de mi casa. / Entonces, / solo / entonces, / la sorpresa me devolvió / a lo humano”, 23), el sacrificio y la paciencia (25), la evolución expresiva (27) y lingüística (“Un cosmos de bisbiseos / que mañana serán / sílabas / de amor, / odio / o / es / pe / ran / za.”, 34), los juegos (38), el gatear y andar (40), el habla y las preguntas (“Miras y ordenas con rapidez, / mientras los verbos se atascan / en tus labios / con frases que quieren decirlo todo, / sin llegar a completar nada.”, 66), la rebeldía (73) y el colegio, donde el niño conecta con la dura realidad de pertenecer a un frío sistema (“Hace unos meses has comenzado a despertar a las manías del sistema, a las madrugadas infames que desvelan tu sueño de duendes y aventuras.”, 77).

No obstante, aunque el poemario está ilustrado con unos simpáticos dibujos del pintor en ciernes Rodrigo Lobato y cuenta con un estilo ágil, cálido, abierto e, incluso, desenfadado, el ambiente que envuelve las peripecias del vitalista Rodrigo y la resignada paciencia paterna y materna, se encuentra impregnado de la intranquilidad del poeta por el paso del tiempo, consciente de que los muchos años de diferencia existentes entre ellos más pronto que tarde los separará: “Descubro que el tiempo es cruel. / Menguo y Rodrigo / crece. / Una carrera imparable.” (86).

asalgueroc









DIEZ LIBROS DE LECTURA Y DE RESULTADO VARIO

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ARTES MARITALES MIXTAS PARA UNA FUGITIVA de Zebina Guerra

(Barcelona, Penguin Random House, 2017)

Es un libro fresco que ayuda a desintoxicarse de la narrativa del bla, bla, bla que inunda la literatura actualmente, pues su autora se muestra muy dinámica, simpática, moderna y positiva.

A pesar de sus fracasos y de que cuenta una historia rocambolesca,  la protagonista transmite una enérgica concepción vital en forma de filosofía para la existencia, que resulta espontánea, despreocupada y atrayente para los lectores, hartos de neuras y otros conflictos personales que convierten la lectura en un calvario, porque hoy la mayoría de los autores concibe la escritura como un desahogo siquiátrico, manifestación del nuevo existencialismo (como lo llamo yo) y no como una actividad placentera: “—Sari, niña, llevas ahí parada con cara de tonta como cinco minutos. Venga, haz el café, que el crío de la Pepita debe de estar a punto de llegar con el pan. Respiré aliviada. A pesar de sus cosas, mi madre volvía a ser mi madre. —Mira, otra vez esa cara de atontada. No sé a quién habrá salido. ”.




EL AROMA DEL COPALde Javier Martínez Reverte

(Madrid, Debate, 1988)

Las casualidades de la vida, a veces guardan sorpresas, y afirmo esto porque, como lector que busca libros emotivos, cálidos, trascendentes, me he encontrado por pura suerte con El aroma del copal de un autor excepcional, aunque no debidamente conocido, Javier [Martínez] Reverte, cuya escritura me atrae desde que un amigo me regalara Corazón de Ulises, un delicioso y emocionante viaje de Reverte por las islas del Mar Egeo y, animado por la experiencia, leyera Vagabundo en África, un interesante y divertido viaje por África.

El aroma del copal es un libro precioso, lleno de bellas descripciones del paisaje tropical del que Manuel Márquez, el protagonista, se enamora tras percibir su sensualidad (el libro es eminentemente sensual) a través del aroma del incienso del árbol llamado copal; de la humedad de la selva, voluptuosa, acaparadora; del exotismo del habla sudamericana; del atractivo corporal femenino; de la tensión vital en que se vive por los peligros de la selva, los paramilitares y los guerrilleros; de Ninette, una dulce mejicana que mantiene con el protagonista momentos de ternura antológicos (“Se movió despacio encima de la muchacha. Ella volvió a gemir y a dejar que su cuerpo se agitara descontrolado bajo el suyo. Besó sus labios. […] Quedaron tendidos un rato allí, cara al cielo”, 124), hasta que ella puede cruzar la frontera con Méjico desde Guatemala, donde se encuentran.

Manuel Márquez, al comienzo de la novela, sobrevive en Madrid como un autómata, está divorciado y ha perdido a su único hijo con dos años. No depende de nada, no tiene aprecio por nadie y acepta como geólogo un trabajo de la compañía petrolera Texoil para huir de un ambiente que lo asfixia, con el fin de buscar un sentido a su vida y lo encuentra en la selva de Guatemala, donde palpa la presencia de Dios en su obra, la naturaleza, al sentirse parte de ella: “La selva le traía de pronto todos los sonidos de la vida. Y a él, todavía en sueños, le pareció un regalo inexplicable y gratuito. […] Era el cielo un bordado de millones de puntos de oro […], un mar de oro. […] Y todo parecía formar la identidad de un ser omnipresente, un alma inteligente, sabia y poderosa.  […] Y por primera vez en su vida, tuvo la certeza de que era un ser nacido de la tierra” (55-241).



UN MUNDO SIN MIEDO de Baltasar Garzón

(Barcelona, Plaza y Janés, 2005)

Es un libro donde el juez Baltasar Garzón cuenta sus acciones legales contra carteles de la droga, blanqueadores de dinero, mafias de trata de mujeres y todo tipo de delitos mayores.

Destaca la ardua tarea que es necesaria emprender para desmantelarlos y los obstáculos interpuestos por compañeros, políticos y delincuentes.

Un mundo sin miedo es también un manual de moralidad profesional, de buenas intenciones, recomendaciones y respeto por la justicia.



PIEDRA DE TOQUE. 15 POETAS EMERGENTES EN EXTREMADURA de Daniel Casado

(Mérida, ERE, 2017)

La homogeneización del discurso artístico, provocada por la expansión de internet (el Movimiento Poético Mundial, los youtubers, la videocreación, los blog de varios autores o los grupos temáticos en redes sociales impregnan de citas y referencias poéticas las redes sociales) ha llevado a la absoluta falta de referentes estéticos que salpica a la creación literaria más joven, invadida por los modos y apetencias del mercado. Algunos de los poetas de la Antología se han iniciado en la poesía de la mano de superventas como Marwan, Elvira Sastre o Loreto Sesma y músicos como Ismael Serrano, Diego Ojeda o Rayden.

Otro factor determinante es la banalización en las redes sociales, bajo un prisma de supuesta aceptación de la obra de autores tan diversos como Bukowski, Benedetti, Cortázar, Neruda, Whitman o Alejandra Pizarnik, un caso claro de distorsión que denota una pobre lectura de su obra.

Hay poetas-músicos como José Manuel Díez que conciben la poesía como espectáculo (performance), mezclan la poesía y la canción y hacen incursiones poéticas y teatrales en prisiones, centros de menores, asociaciones de discapacitados y festivales de toda índole. José Manuel concibe la poesía como un medio y no como un fin en sí misma, una vía de conocimiento para toda clase de mensajes. No obstante, se percibe en la obra de Díez un diálogo con la tradición, con sus maestros y la pulcra edición de sus poemas.

Pero la crítica ha sido sustituida, desde 2007 que apareció facebook, por “Me gusta”, ilusoria idea de una falsa aceptación masiva de lo publicado. En este desquiciado ambiente la verdadera poesía se confunde con el verso apresurado, la ocurrencia ingeniosa y el plagio y tiene que sobrevivir a la reproducción instantánea, el consumo masivo y el olvido inmediato.

Síntesis del prólogo ampliada en la web Extremadura XXI siglos de poesía



MIS MEMORIAS de Emilio Salgari

(Salamanca, Renacimiento, 2012)

Es un libro escrito como sus novelas de aventuras en las que predomina la acción. Su juventud fue, según cuenta, muy dinámica y distendida pero, desde que se casó y tuvo que escribir incansablemente hasta su muerte para mantener a su mujer (a la que llamaba Aída como la heroína de la ópera de Verdi) y a sus cuatro hijos resultó un calvario. Siempre se sintió estafado por sus editores, a pesar de pasar buena parte de su vida sentado en una mesa coja y agarrado a su pluma, con la que escribía incansablemente sus novelas usando tinta elaborada por él para ahorrar.

Salgari al final se suicida, después de ser ingresada su mujer en un siquiátrico, y deja a sus cuatro hijos en la indigencia. Tristísimo final para un escritor que hizo feliz a un numeroso público que disfrutaba con sus apasionantes historias novelescas de Sandokan, “el tigre de Bengala”. Sin embargo, estas narraciones hicieron ricos a sus editores y a él, que tenía todo el mérito, no lograron sacarlo de la miseria.




TIERRA SIN HOMBRES de Inma Chacón

(Barcelona, Planeta, 2016)

Es una novela que me sedujo en un principio, porque tiene un estupendo comienzo que promete mucho pero la narración, poco a poco, se va convirtiendo en el guión de una telenovela, que podría aprovechar cualquier guionista avispado, pues Tierra sin hombres posee los ingredientes de un buen culebrón: escándalos, oscurantismo, enredos, triángulos amorosos, sensualidad, extensión amplia, acciones reiteradas, intrascendencia, entretenimiento…


En fin, teniendo en cuenta lo bien que la novela comienza, la autora se ha estancado sin necesidad en una trama insípida y sin gancho para el lector avezado: la situación de las mujeres que se quedan en Galicia esperando a los maridos que emigran a América y los enredos y habladurías que provocan en pueblos de gente atrasada cualquiera de sus acciones cotidianas.

Poco trabajo hubiera costado a la autora haber descargado este argumento con un tema paralelo que, seguro, hubiera gustado más al lector: la aventura de los hombres que emigran contando sus viajes, fracasos y logros. Pero la autora ha preferido centrarse en ese único punto y es lógico que la novela peque de reiterativa, empalagosa y pesada.



LAWRENCE DE ARABIA. LA CORONA DE ARENA de José María Álvarez
(Barcelona, Planeta, 1995)

Cuenta la agitada vida de Lawrence de Arabia y su estrecha relación con las tribus beduinas con las que ayudó decididamente a arrebatar Siria a los turcos cuando el imperio otomano se desintegró.

Pero el resultado personal fue decepcionante pues, después de tanto luchar, ser herido varias veces, capturado y torturado, no pudo cumplir la promesa hecha a sus soldados árabes de crear un estado independiente para ellos pues, por un tratado internacional, Francia asume el control de Siria. El resto de su vida desmereció la figura legendaria que se había creado en torno a él pues, aunque había alcanzado el grado de coronel, luego ingresó como soldado raso en la RAF con un nombre supuesto y murió oscuramente en un accidente de moto.

La lección que se saca de la lectura de este libro es que existen dioses con pies de barro como en el caso de Lawrence de Arabia, que se convirtió en una leyenda e, incluso, fue asesor de Churchill en asuntos árabes y, sin embargo, vive y muere en el anonimato.



COMO UN ADIÓS DE SEDA de Rufino Félix Morillón

(Olivenza, Herákleion, 2014)

Bello poemario que contiene la acentuada nostalgia del poeta por las vivencias plenas que ha dejado atrás y ahora no le es posible, por edad, recuperar aquella fogosidad sensual que lo hacía desear la belleza femenina y solo puede contemplarla con una profunda tristeza de impotencia, lejana ya su época de plenitud.

Los recuerdos, por tanto, son los que presiden este delicioso, aunque dolorido, poemario consciente el poeta de que ya no hay marcha atrás y seguro de que le resta muy poco tiempo para rememorarlos, cuando la sensualidad invade su hombría y se imagina a una briosa hembra, que le evoca el placer de la existencia que tanto ama.


Destino del deseo

                                               La muchacha,
                                               alegre en la ribera,
                                               frente al mar
                                               atezaba su cuerpo enfebrecido.
                                               El sol se ensortijaba
                                               en sus cabellos,
                                               y recorría su piel enarenada
                                               para afincar en ella
                                               el ardiente destino del deseo.

                                               El mar iba y venía
                                               hasta el límite incierto
                                               donde las olas reincidían continuas
                                               para alcanzar el trato deleitoso
                                               y gozarlo en sus aguas.
                                               El sol y el mar pugnando,
                                               y la muchacha hirviente
                                               mitigando su ardor en el oleaje,
                                               dejándose llevar mientras deslumbra
                                               el fulgente resol que centellea
                                               tras su brillo carnal.

                                               Un hombre la observaba, y le latía
                                               el clamor de la sangre
                                               mendigando fervor de juventud,
                                               consumación de un sueño.
                                               La contemplaba absorto, y le dolía
                                               su respiro dudoso, la flaqueza,
                                               que le impedían pujar
                                               con el sol y las aguas,
                                               para sentir, de nuevo, el dorado frescor,
                                               memoria acariciante de su luminiscencia.
                                               Se supo ya vencido, y se vio inerme
                                               ante el rigor del tiempo.

                                               Sus ojos, empapados de vejez,
                                               veían el desmoronamiento de la vida.

En Como un adiós de seda se nota la acentuación de la nostalgia por el tiempo ido (infancia, adolescencia, juventud -época de plenitud-), se eleva la sensualidad y los deseos de permanencia en la palabra que el poeta interpreta como una muestra de su tremendo amor por la vida, ante la llegada cada vez más inminente de ese fin que tanto teme y padece desde siempre.



TODAS LAS ISLAS LEJOS de Antonio Gómez

(Almaraz, De La Luna Libros, Col. Luna de poniente, 2012)

Antonio Gómez habla desde la experiencia de haber vivido, amado, sentido y fracasado ante las circunstancias, el tiempo y la certeza de la muerte. Vamos, que reconoce haberse defendido en la vida como gato panza arriba, pues ha hecho lo que ha podido y no lo que quería hacer.

También expone Antonio Gómez su creatividad insatisfecha ante una realidad que no es propicia a los altos vuelos de su mente (32). Y además muestra un fuerte desencanto ante la conciencia de la cruda realidad y la provisionalidad de la existencia (38). Sin embargo, es conveniente advertir que el poemario termina con un hálito de esperanza.



LUIS ÁLVAREZ LENCERO. LA HERMOSA LOCURA DE SENTIRSE PALABRA

de Francisco López-Arza

(Mérida, ERE, 2015)

Producto de un largo trabajo de investigación, este libro es el manual sobre Luis Álvarez Lencero que estaban esperando los seguidores de la literatura en Extremadura, porque se necesitaba  conocer con detalle la vida, la poética y la poesía de este artista inefable, amante del verso y del hierro que reflejó en todos los actos de su vida.

Francisco López-Arza, autor de una tesis doctoral sobre la poesía de este poeta social, es el autor del manual que ahora nos ocupa y que ha puesto a nuestra disposición el conocimiento detallado de una figura fundamental dentro de la poesía en Extremadura y de la poesía social de los años 50 del siglo XX en España.  


asalgueroc





MÉRIDA ABARCABLE de Antonio Salguero Carvajal

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(Mérida, Ayuntamiento, Biblioteca Juan Pablo Forner, 2018)

Este comentario informa sobre la edición de Mérida abarcable (1950-1960), un libro de recuerdos sobre la década en que Mérida despierta de su letargo de siglos, impulsada por el Plan Badajoz y la instalación de numerosos negocios que le imprimen un dinamismo económico, social y cultural que sienta las bases de la Mérida actual, hoy capital de Extremadura.


El libro, que ha sido editado por el Ayuntamiento de Mérida gracias a la gestión de las concejalías de Turismo y de Educación, al cuidado de la biblioteca Juan Pablo Forner y al patrocinio de la imprenta de la Diputación de Badajoz, debe su título al deseo expresado por Rufino Félix en su “Paseo a la amanecida” de Reloj de arena. “… iré nuevamente a la busca (en un bello delirio) de la ciudad de mis lejanos años [Mérida], aquella que abarcaba con mis brazos y me cabía en el alma”. Y es que para entender la Mérida de los años 50 se debe tener en cuenta que sus límites eran mucho más reducidos que los actuales pues, con respecto a hoy,  le faltaba bastante terreno que rellenar urbanísticamente para superar la barrera que imponían las vías del tren por el norte y por el este, el Guadiana por el oeste y la plaza de Pizarro por el sur. Es decir, era una población donde todo estaba a mano pues no había distancias entre los extremos.

Mérida abarcable (1950-1960), que he dedicado a mi esposa Carmen y a mi nieto Daniel por haber nacido ambos en Mérida, quiere responder, como se advierte en la contraportada, a la pregunta de ¿cómo era Mérida en la década de la mitad del siglo XX, cuando el Plan Badajoz la convierte en el centro de las vegas del Guadiana y en el referente de Extremadura a nivel nacional? También el libro desea dar respuesta a estas cuestiones ¿cómo vivían los emeritenses, cuáles eran sus preocupaciones, cómo se divertían, cuál era la situación de la docencia, la sanidad y el comercio, cómo vivían la religión y la Semana Santa, quiénes gobernaban el ayuntamiento, cuáles eran sus prioridades? Y, además, quiere informar sobre ¿cómo se celebraban las Ferias, cuáles eran sus problemas más patentes, cómo se vivían los toros, qué aceptación tenían los deportes, cuáles eran los focos de cultura?

El libro tiene como núcleo de su contenido la información que contienen las revistas poéticas emeritenses Jaire y OlallaMérida, la revista de la feria; el semanario Mérida y los documentos que se relacionan en la bibliografía. No se trata, por tanto, de una documentación voluminosa que pretenda agotar el tema por medio de una investigación exhaustiva, sino de unos documentos que solo desean conformar un libro de recuerdos de los hechos más destacados. Y es que mi propósito al componer Mérida abarcable (1950-1960) ha sido elaborar un libro agradable a la lectura y no un mamotreto que abrume con un número excesivo de datos.

Así y todo el libro se distribuye en 30 apartados que acogen los aspectos más variados de la vida cotidiana en la Mérida de la mitad del siglo XX. Comienza con un capítulo titulado “Panorama de Mérida” donde se recogen las dos opiniones que había sobre la población en aquella época: la idílica (Mérida es una ciudad con un gran futuro) y la realista (Mérida es un pueblo grande de 23000 habitantes con abundantes deficiencias).




Los restantes capítulos sirven para formarse una opinión sobre cuál de las dos posturas era la más acertada y, en todo caso, para que los habitantes de la Mérida de hoy apreciemos cuánto ha cambiado la ciudad para bien en los últimos 70 años. Así, en los diversos capítulos, se conoce la actividad municipal (El centro y los barrios. El ayuntamiento), económica (La industria, el comercio y el consumo. El Plan Badajoz. La Hermandad. El Turismo. Las comunicaciones), cultural (El Liceo. El cine. El teatro. La radio. La poesía emeritense), sanitaria (La sanidad. La situación social), religiosa (La religión. La Semana Santa), educativa (La docencia. La moral), ambiental (La política. La sociedad. La crítica. El cuartel de artillería. Los problemas apremiantes. Las curiosidades) y festiva (Las ferias. Los toros. El deporte. Las diversiones. El costumbrismo).

El origen de Mérida abarcable (1950-1960) se localiza allá por el año 1987 cuando entro en contacto con Jesús Delgado Valhondo, para que me aconsejara qué tema tratar en mi tesina. Y me sugiere estudiar la revista poética Gévora de Badajoz (entonces los dos vivíamos allí).

Al investigar sobre Gévora me encontré con las otras revistas extremeñas de la época, entre las que se hallaban dos emeritenses: Jaire Olalla, editadas en los años 50 en nuestra ciudad. Y en el transcurso del estudio sobre ellas me topé con Mérida, la revista de la feria, y con el semanario Mérida, que contienen interesantes datos sobre la Mérida de mediados de siglo XX. Así la información de estas cuatro publicaciones y, en especial de las dos últimas, se convirtió en el grueso del contenido del libro.

En fin, espero haber conseguido mis buenos propósitos no solo para que el esfuerzo realizado sea fructífero sino más bien para que Mérida abarcable (1950-1960) contribuya a un mejor conocimiento de la Mérida actual con su aportación informativa sobre la Mérida que Rufino Félix abarcaba con sus brazos y le cabía en el alma.

Antonio Salguero Carvajal

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PRESENTACIÓN

de

Mérida abarcable (1950-1960)



INVITACIÓN






BIENVENIDA



Buenas noches, querida familia, estimados amigos y apreciados asistentes. Soy Antonio Salguero Carvajal, autor de Mérida abarcable (1950-1960). ¡Bienvenidos a su presentación en el Día de la Biblioteca, que me recuerda este bello texto de Jesús Delgado Valhondo sobre los libros y el lugar donde cálidamente se guardan:


¡UN LIBRO ES UN MONUMENTO. 

MUCHOS LIBROS, UNA CIUDAD MONUMENTAL; UN MUNDO.

UNA BIBLIOTECA ES UN UNIVERSO!”.



PRESENTACIÓN DE JOSÉ LUIS DE LA BARRERA POR ASC

Dicho esto, paso a ocuparme del presentador que es José Luis de la Barrera Antón, aquí presente. Emeritense de pura cepa, realiza sus primeros estudios en instituciones educativas muy arraigadas en la ciudad como las Josefinas, los Salesianos y el instituto Santa Eulalia. También, extremeño de corazón, estudia en la Universidad de Extremadura, donde se licencia en Historia Antigua y después se doctora en Prehistoria y Arqueología.

Posteriormente vuelve a su ciudad, donde ejerce de conservador del Museo Nacional de Arte Romano y desarrolla una actividad profesional, que combina la organización de actividades en el Museo con ponencias en Jornadas, Coloquios, Seminarios y Cursos de Verano, generalmente internacionales; con la excavación arqueológica y con una intensa labor investigadora, que se materializa en abundantes trabajos, artículos y libros no solo de la colonia Augusta Emerita sino también de la Mérida contemporánea como Estampas de la Mérida de ayer (1999)





La decoración arquitectónica de los foros de Augusta Emerita
(2000)






Memorias y olvidos en la historia de Mérida (2006)



Arrecifes del tiempo (2014)




Mérida. Crónicas de un pueblo (2016)



Todos son libros pulcramente presentados e investigados debido a su buen gusto estético, a su laborioso esfuerzo y a su certera palabra. Leer un libro de José Luis de la Barrera para mí supone viajar en una máquina del tiempo que no me miente; tanta es la confianza de calidad que me transmite.

Por los méritos citados, se le ha distinguido con el título de Académico de la Real Academia de la Historia. Hoy José Luis de la Barrera Antón se encuentra con nosotros en calidad de presentador de Mérida abarcable (1950-1960), motivo por el cual le cedo con mucho gusto la palabra.


PONENCIA DE JOSÉ LUIS DE LA BARRERA

"Pocos lugares como éste en que nos hallamos pueden ser tan indicados para presentar un libro que trata sobre Mérida y los emeritenses.

Y más aún si dicha presentación en la Biblioteca Pública viene a coincidir felizmente con una efeméride (la celebración del Día Internacional de las Bibliotecas) y un aniversario. En efecto, el 8 de marzo de 1948, a las once de la mañana, abría por vez primera las puertas esta Biblioteca, bautizada con el nombre de “Juan Pablo Forner” en honor de aquel emeritense ilustre del siglo XVIII, gloria de las letras patrias. Fue ubicada en un vetusto edificio del siglo XVI, todavía milagrosamente en uso en la calle del Puente, conocido como “Casa de Carnicerías”; un edificio levantado en tiempos del Gobernador Álvarez de Meneses, cuyo blasón, junto con el de Carlos V y el de la Provincia de León, al que pertenecía entonces Extremadura, campea en la fachada. Se cumplen, pues, este año de 2018, nada menos que 70 años de aquella inauguración no oficial.

Pues bien, en la sala de lectura de aquella vieja Biblioteca de resabios monacales, austera y severa como una pintura de Gutiérrez Solana o un escrito del primer Aldecoa, se gestó un Patronato que, junto con otras instituciones de la época (como el Liceo, el Instituto de Segunda Enseñanza o el Museo Arqueológico) e iniciativas particulares (como las celebradas tertulias literarias del tipo “Bodegón de la Victoria” o “Plasmón”), mantuvo viva la llama de la cultura en la ciudad durante décadas.

Será precisamente gracias al mecenazgo del Presidente de Honor del Patronato de la Biblioteca y Director del Matadero, don José Fernández López (que había realizado una generosa donación de 1411 volúmenes) cuando se ponga en marcha una iniciativa del mayor interés: la publicación de un Semanario que, con el nombre de “Mérida”, venía a dar satisfacción al anhelo de un grupo de intelectuales de difundir la realidad más candente y rescatar páginas de una historia fecunda y desconocida para el gran público.

Este Semanario, comandado por los Sres. Sáenz de Buruaga –arqueólogo, archivero y bibliotecario– y Rabanal Brito –periodista­–, llegó a tirar, ahí es nada, 110 números, entre el 27 de diciembre de 1952 y el 29 de enero de 1955. El Semanario “Mérida” no sólo constituyó el cordón umbilical que unía a los emeritenses con su entorno más inmediato, sino que, al mismo tiempo, contribuyó a dar a conocer el rico pasado histórico-artístico y literario de Mérida. Cuando terminó su andadura, en sus cientos de páginas salidas de las prensas de la Imprenta Rodríguez, se había ido condensando tanta información que, andando el tiempo, llegaría a convertirse en una fuente primordial para el conocimiento de la Mérida de aquellos años.

Y así lo entendió Antonio Salguero que, tras el expurgo del Semanario y de otras publicaciones coetáneas como las Revistas de Feria, “Olalla” y “Gévora”, le permitió acopiar un caudal de noticias y datos que con pericia supo engarzar y articular en treinta capítulos para presentarlos de una manera amena y cercana.

Tan cercana como era aquella Mérida de la década de los Cincuenta, década en la que el autor y este modesto presentador nacieron.

Una Mérida en la que el alumbramiento de un niño, el enlace nupcial de una pareja o el óbito de un vecino se anunciaban para general conocimiento. Porque, en aquella Mérida “de sol y melancolía” que dijera don Alonso Zamora Vicente, Secretario de la Real Academia de la Lengua y profesor en el Instituto emeritense –entonces ubicado en un caserón de la calle Moreno de Vargas–, todo el mundo se conocía.

Una Mérida cercana, sí, en la que pasear por la calle Santa Eulalia, la Plaza, la Rambla o el Parque de los Enamorados, era un continuo saludarse entre viandantes.

Una Mérida que veía pasar las horas con la monotonía de un cangilón de noria o la parsimonia de las recuas de burros areneros, que nuestro egregio poeta Rufino Félix ha reflejado en más de un escrito, y nuestro autor refiere.

Una Mérida de cielos límpidos surcados por los flechados vencejos, por las tan queridas y, si se nos permite la expresión, tan emeritenses cigüeñas.

Una Mérida de tascas y pregones mañaneros.

Una Mérida de fiestas de guardar, religiosamente observadas, como correspondía a una época marcadamente impregnada del nacional-catolicismo imperante.

Una Mérida en la que el tañido de las campanas se oía sin dificultad en cualquier punto de la ciudad y de fuera de ella, porque el tráfico rodado apenas si se dejaba sentir.

Una Mérida, en definitiva, cercana y abarcable porque, como bien dice Salguero parafraseando a Rufino Félix, “cabía en el alma”.

A lo largo de las casi doscientas páginas del libro escritas por Salguero, se nos ofrece un cumplido retablo de la vida cotidiana emeritense de la década de los Cincuenta; un tiempo que se nos antoja crucial para los destinos de la ciudad, ya que marca el inicio de la gran transformación urbanística que pretendía hacer de Mérida esa “Mérida del Porvenir”, la “Gran Mérida” como se decía en los círculos oficiales.

Y no es extraño que al alborear la década, un 18 de julio de 1950, Fiesta de la Exaltación del Trabajo en el calendario festivo franquista, se anunciara a bombo y platillo (y nunca mejor dicho porque llegó a actuar la Banda Municipal en el evento), la demolición del barrio de Tenerías, que daba fachada (mísera fachada) al Guadiana. Con ello se pretendía crear también una “Gran Avenida”, como entonces se catalogaba, de la que tan necesitada estaba Mérida, aunque ésta bien se hiciera esperar, pues todos recordamos, en los años setenta, la escombrera que eran los taludes que caían al río.

Esta intervención urbanística será la punta de lanza de otras que vendrán después, entre las cuales la que supuso el desmantelamiento del “Barrio Bizcocho”. Si la meta era cambiar radicalmente la fisonomía urbana de Mérida para hacer de ella una ciudad moderna en toda regla, había que extender el radio de acción a toda la población. Y como en el amor y la guerra, también aquí todo valía con tal de alcanzar el objetivo. En este sentido, recuerdo una anécdota que me contó mi padre: El alcalde don Francisco López de Ayala y García de Blanes le citó en su despacho de alcaldía y le encargó la realización de un reportaje fotográfico con que ilustrar un expediente que iba a presentar al Ministro del ramo, el Conde de Vallellano, para allegar fondos con los que derribar las infraviviendas. Y como quiera que unas chabolas de otras estuvieran algo distanciadas entre sí, le pidió si podía hacer una pequeña trampa en el laboratorio para presentarlas de forma agrupada, formando un núcleo más homogéneo, menos diseminado del que en realidad constituía. Esta pequeña añagaza ayudó a que el Proyecto municipal fuera aprobado y, por aquello del “do ut des” latino  tan frecuente en la época, (o en todas las épocas) sirvió para que el Ministro fuera nombrado Hijo Adoptivo de la Ciudad.

Los Cincuenta es el momento de la desaparición de aquellos viejos barrios y del nacimiento de otros, bien con carácter oficial (como “el barrio de la carretera de Madrid”, luego de Las Sindicales; el de la República Argentina o el de San Antonio), bien privado, como San Bartolomé, conocido popularmente como el “de los chinos”. Pero todos nacían con un déficit importante a nivel de infraestructuras. Son esos “problemas apremiantes” como certeramente los cataloga Salguero: Faltas de viviendas sociales (entonces llamadas “viviendas baratas”), de infraestructuras sanitarias y de alumbrado público, entre otros.

Hoy nos parece impensable que hasta esa década no se adoquinaran calles tan céntricas y concurridas como José Antonio (hoy Cervantes), en 1952, o Comandante Castejón (antes San Andrés y ahora John Lennon), Cava, Teniente Coronel Asensio (la calle del Puente), Romero Leal o Félix Valverde Lillo. Al haberse cerrado al tráfico la calle Santa Eulalia, los adoquines ya no serían levantados por los vehículos, por lo que se optó por sustituirlos por un pavimento de tipo hidráulico. El solado granítico de la Plaza de España quedará inmutable por algunos años, para desgracia de los niños de entonces, que nos zaleábamos las rodillas cada vez que nos caíamos. Y una calle tan céntrica como Arzobispo Mausona no se abrió hasta 1953 para conectar la calle Calvo Sotelo (la del Cine María Luisa) con Teniente Coronel Yagüe, hoy Almendralejo.

Y entre aquellos déficits, el muy importante del alumbrado público. Hasta el 30 de abril de 1953, según se recoge en un acta municipal, no se aprobará por el Ayuntamiento la extensión del tendido eléctrico a la precitada calle Arzobispo Mausona y a la Barriada de la República Argentina. Por su parte, la barriada que empieza a formarse más allá del circo carecerá de luz eléctrica: tan sólo unos postes de cuando en cuando y unas débiles bombillas alumbran el paso de los vecinos desde el “Parque de Abajo” hasta San Lázaro. Desde aquí y hasta La Antigua debían alumbrarse con linternas para evitar tropezarse o meter el pie en un socavón.

Dos factores muy bien analizados por Salguero en su libro, ayudarán sobremanera al despegue de la ciudad: el “Plan Badajoz” y la generalización del fenómeno turístico.

La década comprendida entre 1950 y 1960 es la década de la ilusión, la del ansiado incremento demográfico. En esos diez años, Mérida suma mil habitantes por año, el doble de lo que sumará en la década siguiente. Se sueña con llegar a los cien mil habitantes, como si ello fuera empresa fácil. ¡Con tal optimismo se veía el futuro de la ciudad!

Son años en que se relanza el Festival de Teatro Clásico; años en que el eximio poeta emeritense don Félix Valverde Grimaldi organiza Certámenes poéticos, que concitan en la ciudad figuras literarias de prestigio. Aquí morarán o laborarán importantes personalidades de la cultura, como don Jesús Delgado Valhondo (de cuya obra literaria nuestro autor, Antonio Salguero es el mayor especialista), don Santos Díaz Santillana, doña Ana Finch, don Manuel Sanabria, don Antonio López Martínez, don Demetrio Barrero, don Carlos Fernández Ruano, don Rafael Rufino Félix y tantos otros que sería imposible relacionar aquí y ahora.

Se lucha denodadamente por dejar atrás los oscuros años de la inmediata posguerra, por echar por la borda viejos rencores, por abandonar sempiternos resquemores, por dejar atrás esa subsistencia autárquica que tan bien pintara Camilo José Cela en su novela La Colmena.

En la década de los Cincuenta, el Estado español se esfuerza por abrirse de nuevo al mundo y Mérida, en tanto que parte de él, hará lo propio. Su mejor carta de presentación será la impresionante nómina de monumentos antiguos.

Gerard Brenan, el famoso hispanista, visitó Mérida en dos momentos cronológicos distintos, con un hiato de una quincena de años (antes y después de la guerra civil) y pudo percibir con sus propios ojos el cambio operado en la ciudad, en un momento en que el Matadero era el buque insignia de una pléyade de empresas e industrias que progresivamente se irán instalando en la ciudad. Pero, al igual que Brenan, cientos de turistas visitarán Mérida. El turismo se dispara y a comienzos de los Cincuenta ya se intuía que, junto con las industrias, debía ser el motor de la economía emeritense. Al Parador de Turismo llegarán turistas de todos los países y se pugnaba por establecer en la Plaza Queipo de Llano (donde el Parador) una Oficina de Turismo. Se pretendía dar la imagen de una ciudad moderna, para lo cual era perentorio dotarla de infraestructura básica: “El buen turista (se decía) necesita organizarse; no basta con nuestra proverbial amabilidad, ni mucho menos con los improvisados cicerones, entre los que abundan los gitanos, todo lo colorista que se quiera, eso sí, pero negativos al fin”. Cicerones como el que acompañara en su visita a Mérida a Mariano José de Larra o ese literario “Robustillo” que trae a colación Salguero y que formaba parte de ese aguafuerte costumbrista emeritense al que el autor dedica un capítulo.

Con todo, lo que se buscaba era recuperar el tiempo perdido, que para nuestra ciudad podía cifrarse en varios años. En 1955 visitó la ciudad el periodista inglés Henry V. Morton, el cual, paseando por la ciudad, se topó con dos mozalbetes provistos de sendos cartelones (seguramente pintados por Josán o Carbajo, aunque nunca lo sepamos) que anunciaban la película “El final de la leyenda”. Estrenada en 1950, había tenido que pasar un lustro para que se exhibiera en las sala del cine Liceo. Y otro tanto cabría decir de “Lo que el viento se llevó”, la superproducción hollywoodiense por antonomasia, que fue proyectada por vez primera en 1939 y aquí no llegó hasta 1954, como pone de manifiesto Salguero.

No quisiera terminar sin agradecer al amigo Antonio Salguero la oportunidad que me brindó de leer en primicia su manuscrito, para que, tal y como había hecho en otras ocasiones con otros libros suyos, pudiera asesorarle históricamente. También la gentileza que ha tenido en invitarme a presentarlo públicamente. Y yo, desde aquí, quiero animar a todos a disfrutar de la lectura apasionada de este libro tan nuestro; para que no tenga que venir nadie de fuera a enseñarnos nuestra propia historia reciente, la que vivieron nuestros padres. Un libro que, como todos los libros, nos ayudará a adquirir esa conciencia crítica que nos permite tener los suficientes elementos de juicio como para discriminar lo bueno que tuvo aquella época de lo malo (que también lo hubo, claro que sí). Para que seamos más libres porque, como dijo don Miguel de Unamuno “sólo el que sabe es libre y más libre el que más sabe. Sólo la cultura da libertad”.

De modo que, en este día en que se celebra el Día Internacional de las Bibliotecas, como decía el poeta Luis Cernuda: “hagamos del libro una cosa viva y de su lectura una revelación maravillada, tras la cual quien leyó ya no será el mismo”. Que la lectura de este delicioso libro, “Mérida abarcable (1950–1960)” suponga  para todos esa suerte de “revelación maravillada” que su autor, Antonio Salguero, nos ha querido regalar.

Enhorabuena, Antonio, y muchas gracias a todos Vds. por su atención."


PONENCIA DEL AUTOR




En primer lugar quiero agradecer a José Luis de la Barrera su aguda y detallada presentación del libro y las loas dirigidas a mi autoría y más cuando proceden de un investigador de su prestigio. De ahí que celebre mi propuesta de que fuera presentador de mi libro y de que él aceptara sin dudarlo. Muchas gracias, José Luis, por tus reflexivas y elogiosas palabras.

La elaboración de un libro de investigación que se precie nunca es una tarea fácil ni corta aunque le resulte grata al autor como ha sido la confección de Mérida abarcable, pues su origen se remonta a 1987 cuando Jesús Delgado Valhondo, al que le fui a pedir consejo de investigador novato, me descubre la existencia de la revista Gévora de Badajoz, de cuyo análisis, que me llevó tres años, resultó el libro titulado Gévora. Estudio de una revista poética de Extremadura




Después, el análisis de esta publicación me conduce a conocer las revistas extremeñas de los años 50 y, entre ellas, a Jaire



y a Olalla,




ambas de Mérida, a través de las cuales llego al encuentro con otras dos publicaciones emeritenses, que no eran poéticas pero habían editado mucha poesía: la revista Mérida de la Feria



y el semanario
Mérida



De las cuatro publicaciones he editado información, a petición de Ángel Briz, en dos artículos de la revista de la Feria en 2004 y 2005 y ahora en el apartado “La poesía emeritense” del libro que nos ocupa.

Con este material poético me propuse elaborar un libro titulado Mérida, la ciudad de la Poesía, pero luego pensé que ya había analizado bastante la poesía en Mérida con mis estudios sobre el poeta emeritense Jesús Delgado Valhondo
mis Itinerario Poético de Mérida




Itinerario Monumental de Mérida



artículos sobre la poesía de Rufino Félix como el titulado “La sangre derramada”


y con poemarios como Canciones de una abierta herida




que edité con poemas de alumnos, profesores, poetas de Gallos quiebran albores y otros vates emeritenses en el instituto Emerita Augusta, y presenté con mis alumnos, a través de diaporamas


en la Casa de la Cultura de entonces, hoy UNED.

Así que, después de encontrarme con una cita de Rufino Félix, que luego comentaré, decidí editar un libro que se llamara Mérida abarcable (1950-1960) con la información extraída de las publicaciones emeritenses citadas mientras seleccionaba sus contenidos poéticos, que pueden consultar en Extremadura, XXI siglos de Poesía




la web que tengo el gusto de mantener al día con el profesor Luis Martín.

Es decir que desde el origen a la edición de Mérida abarcable han pasado 31 años… Así que, como les decía, la elaboración de un libro de investigación suele ser ardua y larga…


En fin, contada las peripecias de la procedencia del libro, voy a comentar tres detalles sobre su confección para que puedan coincidir conmigo en cómo lo he concebido y, por tanto, para apreciarlo en su justa medida:

1º)Mérida abarcableno es un trabajo exhaustivo de investigación y, como consecuencia, no es un libro que dice todo lo que sucedió en la década. Mérida abarcable es un conjunto de recuerdos y, por tanto, es un libro incompleto como la memoria. Mi objetivo era elaborar un texto grato a la lectura con la redacción clara, la letra grande, los capítulos cortos y la extensión mediana y que no me robara mi tiempo durante años, como me había sucedido con investigaciones anteriores.

2º)Mérida abarcableno es un álbum de fotografías sino es un libro de textos, las fotos solo son un complemento visual de los textos. Quien se acerque a ellas con espíritu perfeccionista se va a llevar una decepción, pues algunas tienen escasa calidad como suele suceder en los libros con fotografías antiguas, las cuales, como es necesario decolorar, aclarar y uniformizar antes de su edición, pierden calidad.

Y 3º)Mérida abarcable trata exclusivamente de la década 1950-1960. Por tanto en su texto no aparecen hechos, empresas, proyectos o noticias que estén fuera de ese cómputo temporal. No obstante, el libro no se encuentra aislado en la década sino que está conectado con la historia anterior y posterior, por ejemplo, a través de la trayectoria del Instituto Nacional de Enseñanza Media Santa Eulalia desde su creación en 1933 hasta su nueva ubicación en 1967.

La PORTADA del libro lleva un pergamino de Olivar, en cuya parte central aparece un mapa de Mérida que representa una pequeña población que apenas ha superado el casco urbano pues, por ejemplo, si se observa el entorno del teatro y del anfiteatro romano, está vacío igual que el espacio entre la plaza de Pizarro y la plaza de toros.


En la CONTRAPORTADA aparece sintetizado el contenido del libro que rescata del olvido cómo vivían los emeritenses su día a día en la década central del siglo XX, cuando Mérida sale de su letargo de siglos por el impulso de la actividad económica del Plan Badajoz.

La PRESENTACIÓN de Silvia Fernández, delegada de bibliotecas municipales, abre el libro destacando el contenido de las tres decenas de apartados que lo componen informando sobre los más variados aspectos de la Mérida del Medio Siglo. 

La DEDICATORIA va dirigida a Carmen, mi mujer (Carmen Pérez González) y a Daniel, mi nieto (Daniel Moscatel Salguero), porque han nacido en Mérida y también en agradecimiento a mi querida esposa por mostrarme su firme aprecio en los últimos 42 años y como muestra especial de afecto a mi querido nieto por simpático y por cariñoso.

A CARMEN, MI ESPOSA

A DANIEL, MI NIETO

QUE HAN NACIDO EN MÉRIDA

El TÍTULO procede de la visión del mapa de la portada y de mi encuentro con una cita del poeta emeritense Rufino Félix en su libro Reloj de Arena, donde dice sentidamente [RUFINO FÉLIX ESTÁ PRESENTE]:

“… IRÉ NUEVAMENTE A LA BUSCA (EN UN BELLO DELIRIO)

 DE LA CIUDAD DE MIS LEJANOS AÑOS,

 AQUELLA QUE ABARCABA CON MIS BRAZOS Y ME CABÍA EN EL ALMA”.


De ese sentido que abarcaba con mis brazos surge el título de Mérida abarcable, es decir, de una población de poco más de 23.000 habitantes donde todos se conocían por lazos familiares, de vecindad o cercanía porque no había distancia entre sus extremos.

El ÍNDICE surge de la distribución de la información conseguida en Olalla, la revista y el semanario Mérida, el citado libro de Rufino Félix y los documentos que cito en la Bibliografía.

Se estructura en 30 apartados, que son suficientes para conocer los aspectos más diversos de la vida cotidiana de la Mérida de mediados de siglo XX, cuando se convierte en el centro del Plan Badajoz, aprovecha los beneficios generados por este magno proyecto y resurge de su anonimato secular.


Puerta de la Villa

Mérida abarcable comienza con un capítulo titulado “Panorama de Mérida”, donde se recogen las dos opiniones que había sobre la población en aquella época: la idílica (Mérida es una ciudad con un gran futuro) y la realista (Mérida es un pueblo grande con abundantes deficiencias).


Foto aérea de Mérida

Los restantes CAPÍTULOS sirven para formarse una opinión sobre cuál de las dos posturas era la más acertada y, en todo caso, para que los habitantes de la Mérida de hoy apreciemos cuánto ha cambiado la ciudad para bien en los últimos 70 años. No obstante, Francisco López-Arza ha asegurado que Mérida abarcable no es solo muestra de la vida cotidiana en Mérida sino también reflejo de nuestro país en aquella época.

Ciertamente, llevaban razón los que aseguraban el buen futuro de Mérida, pero la realidad de aquel presente, sobre todo de la primera parte de la década, es que Mérida era una población con múltiples carencias.


Calle Santa Eulalia

En los diversos capítulos, se conoce la actividad municipal, económica, cultural, sanitaria,religiosa, educativa, ambiental y festiva de Mérida.

Biblioteca Juan Pablo Forner

Resumiendo mucho el contenido, diré que el AYUNTAMIENTO realizó un gran esfuerzo para arreglar calles, instalar fuentes, crear jardines y modernizar la población, aprovechando que cuadruplicó su presupuesto gracias a la actividad económica generada por el Plan Badajoz. Sus mejores servicios culturales para Mérida fueron la fundación de la biblioteca Juan Pablo Forner y la edición del semanario Mérida.


Chozo del Barrio Bizcocho

Los PROBLEMAS APREMIANTES fueron la supervivencia diaria, la pobreza, la falta de vivienda, el abastecimiento de agua, los cortes de luz, la escasa educación social y los perros callejeros.



Instituto Santa Eulalia c/Moreno de Vargas

La DOCENCIA estuvo presidida por las escuelas diurnas y nocturnas y el Instituto Nacional de Enseñanza Media Santa Eulalia en la calle Moreno de Vargas, por el analfabetismo, las escuelas ilegales y la falta de estudios superiores después del bachillerato.



Cartel de la Feria de 1956

La FERIA grande de Mérida se celebraba en septiembre como ahora. Además había tres ferias de ganado: la de febrero (o Feria del moco), la de septiembre (que coincidía con la Feria grande) y la Feria Chica (o de los gitanos) en octubre como ahora.

La Corchera


Las principales INDUSTRIAS de Mérida, al final de la década, eran la Corchera, Cepansa, el Matadero, Cerveza Cruzcampo, Insecticida Zeltia y Procampo.



Casa Zancada

El COMERCIO experimenta un auge inusitado por el impulso del Plan Badajoz con la apertura de numerosos negocios de todo tipo para atender a la creciente demanda de la población.


Mercado de Calatrava



Peristilo teatro Romano



Plaza del Parador

En fin, no comento más detalles para que la lectura del libro les resulte un descubrimiento de principio a fin.




Por último, quiero agradecer al ayuntamiento de Mérida y, en especial, a Leni Ortiz, directora de la biblioteca municipal Juan Pablo Forner, a los concejales Silvia Fernández y Pedro Blas Vadillo, al director de la imprenta de la Diputación de Badajoz, Domingo Casado, su interés por la edición de este libro, y a ustedes, amable público, su presencia y su atención. Muchas gracias y buenas noches”.

asalgueroc

EL MONARCA DE LAS SOMBRAS de Javier Cercas

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(Barcelona, Random House, 2016)

El autor explica el título con esta afirmación relacionada con la Mitología: “Aquiles es el hombre de la vida breve y de la muerte gloriosa, que fallece en la cumbre juvenil de su belleza y de su valor y accede así a la inmortalidad, el hombre que derrota a la muerte mediante kalos thanatos, una bella muerte que representa la culminación de una vida bella. Ulises, en cambio, es el polo opuesto: el hombre que vuelve a casa para vivir una larga vida dichosa de felicidad junto a Penélope, a Ítaca y así mismo, aunque al final le alcance la vejez y después de esta vida no le aguarde otra.” (26). Ulises va a visitar a Aquiles en la mansión de los muertos y le asegura que su muerte es la mejor, pues ha quedado en la memoria colectiva, pero Aquiles, el monarca de las sombras, le responde que “querría ser siervo en el campo que reinar sobre todos los muertos que allá fenecieron” (261).

“El monarca de las sombras” en la novela es el protagonista, Manuel Mena, un joven de Ibahernando (Cáceres), el pueblo natal de Javier Cercas, tío-abuelo del autor, que luchó como alférez en el bando nacional durante la guerra civil y murió en combate. Este hecho lo aprovecha Cercas para realizar una profunda reflexión sobre la absurdez de la guerra que a nadie (ni a Aquiles) convierte en héroe como en el caso de Manuel Mena pues, por mucho que se les alabe, la realidad es que han muerto en la mejor edad de su vida sin saber a ciencia cierta por qué lo han hecho y, en el caso de saberlo, si su sacrifico ha merecido la pena.

También Cercas con El monarca de las sombrasquiere realizar un exorcismo purificador sobre algo que lo intranquilizaba desde hace tiempo: la actuación de su familia en aquel triste conflicto de hermanos contra hermanos, de paisanos contra paisanos. Para lograrlo lleva a cabo una clarividente descripción de la situación política y social de antes y durante la guerra en Ibahernando, que enfrentó a todos contra todos y fracturó la convivencia hasta hoy, 80 años después (cuando escribo este dato, el gobierno de España acaba de aprobar un hecho conflictivo relacionado con la guerra civil: la exhumación de Franco del Valle de los Caídos…).

No obstante, lo más relevante de El monarca de las sombras es que la técnica empleada convierte al libro en la novela total, pues Cercas no incluye en ella solo la narración de la historia sino los preliminares que hasta ahora solo eran considerados preparativos para escribirla y luego eran desechados al terminarla por su autor. De tal forma que esta novela es el resultado de una investigación detectivesca, en la que no solo implica a David Trueba, director de cine, y a un equipo de rodaje, sino también a toda su familia, incluida su madre, como si novelar consistiera en una más de la actividades cotidianas. Así no se le escapa ni un detalle al escritor metido a policía, pues cuenta desde el mismo germen de la historia, pero no de la que narra la novela sino del proyecto escritor desde que un creador literario piensa componer el libro: “había resuelto hacer una pausa en la novela que estaba escribiendo para sumergirme en el mar de informaciones sobre Manuel Mena” (157).

Así, Javier Cercas va contando, como si formara parte de la novela, los detalles de la preparación de la historia de manera que va construyéndola conforme realiza los preparativos: el motivo de por qué quiere contar esa historia, sus pesquisas para documentarse, los inconvenientes de errores documentales que lo despistan y lo obliga a reconsiderar la marcha de sus investigaciones y empezar de nuevo, los callejones sin salida donde se adentra, las dudas sobre el valor de la historia para contarla e, incluso, sus altibajos emocionales. Bien, con estos avances y retrocesos, Javier Cercas va contando la novela que es la narración fragmentada de la vida del protagonista hasta que, sin saber casi nada de él, acaba reconstruyendo la trágica existencia de su tío-abuelo Manuel Mena, a pesar de que solo ha quedado la memoria de los pocos mayores que aún viven de aquella época, los partes militares y un escrito del protagonista.

Es decir, Javier Cercas, usando la expresión taurina “Hasta el rabo todo es toro” (sobreentendiéndose “desde los cuernos”), aplica este principio: “la novela es tal desde que el escritor la piensa por primera vez hasta que le pone el punto y final”, mientras que, tradicionalmente, los escritores realizan los preparativos (en muchas ocasiones durante años acumulando datos, informes y detalles) y, una vez completados, se ponen a escribir con todos los datos necesarios para contar la historia de un tirón, si es posible; y el resultado de este proceso es la novela. Sin embargo, Javier Cercas, y este es su acierto, en El monarca de la sombra usa una técnica, que puso en práctica en Soldados de Salamina, con la que va más allá al incluir los preparativos y mezclarlos con la construcción de la historia novelesca.

Para el lector resulta muy interesante esta técnica porque acompaña al escritor en todo momento y se convierte en activo copartícipe de lo que lee, pues conoce a fondo la dimensión global de la actividad escritora. Además con esta técnica el autor actúa como un excelente narrador histórico rellenando los espacios oscuros del relato después de indagar y llegar a la conclusión más cercana a los que realmente pudo haber pasado. De tal manera que al final tiene la historia totalmente reconstruida con datos comprobables más los que ha deducido de sus arduas investigaciones. 

Así Cercas logra reconstruir las peripecias de su tío-abuelo, a la vez que va introduciendo reflexiones sobre la inutilidad de la guerra y críticas contra la violencia por ella generada con la advertencia de que la muerte no crea héroes. De este modo tan original, los lectores tienen una interesante historia que leer y un motivo para sentirse orgullosos de haber intervenido en su composición. De tal manera que Javier Cercas duplica la función de la Literatura y propone una nueva y más estrecha relación entre el autor y el lector.


El monarca de las sombras es un excelente ejemplo práctico para un curso de Teoría Literaria donde conocer la complejidad de la elaboración literaria, aprender a valorar esta actividad como una profunda labor intelectual y, una vez coparticipada, disfrutar plenamente de la lectura.
asalgueroc

EL VERANO DEL ENDOCRINO de Juan Ramón Santos

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(Tenerife, Baile del Sol, 2018)


El verano del Endocrino no es un libro único si no, debido a su carácter multisignificativo, muchos libros en uno. Globalmente, es el resultado de una elaboración literaria que expone la obsesión del ser humano, materializada en el Endocrino, por dilucidar los enigmas del mundo y del universo ante los que se encuentra solo, sin recursos intelectuales para comprender sus enigmas, lleno de intranquilidades ante el cambio de las cosas y atiborrado de dudas mientras intenta comprender sus porqués, a través de la observación, la reflexión personal y la ciencia.

Y también el libro es el reflejo de la capacidad de asombro del ser humano ante lo desconocido, que necesita constantemente colmar descubriendo las bellezas, las sorpresas y los enigmas de la naturaleza, de la cual siente que forma parte como un elemento grandioso y frágil al mismo tiempo. Así el libro es un ir constante del Endocrino (el ser humano) a la búsqueda de respuestas como típico hombre renacentista para, una vez comprendida la realidad, ordenarla y aclarar su comprensión del mundo, observando, descubriendo y mostrando una ávida curiosidad por saber qué hay más allá de la línea del horizonte.

El libro, además, es un escaparate de la diversidad de caracteres, que muestran la complejidad de abarcar la comprensión del ser humano reduciéndolo a un talante estándar. De esta manera, por sus páginas pasan numerosos prototipos como el indolente (guardabosque), el romántico entusiasmado (el Endocrino), el descabellado (el Maestro), el calculador (parecido al personaje de El buscón, que iba montado en una mula trazando figuras geométricas para calcular la estocada más certera)… y toda una sucesión de personajes extravagantes como aquellos que se encontró en su caminar Don Quijote. Cada uno, sin embargo, cumple su función en el mundo con sus voluntariosos y loables intentos de superación, sus magros aciertos y sus crasos errores pues, como decía aquel, el ser humano viene al mundo sin libro de instrucciones y todo lo tiene que aprender por él mismo tropezando al menos dos veces en la misma piedra.

Así, después de leer en el libro sobre tantos personajes raros que se mueven en mundos creados por ellos, se llega a la conclusión de que lo que ha sucedido es una inversión del hecho literario, o sea, el loco parecido al Alonso Quijano de El Quijote no es el Endocrino sino el mismo autor, Juan Ramón Santos, que ha sido víctima de su propia creatividad y deambula en el libro por las regiones etéreas de la creación entre ficciones y realidades, extremos entre los que oscila la mente humana, despistado aparentemente y despistando al lector conscientemente para producir lo que en Teoría Literaria se llama extrañeza literaria, es decir, literatura. Le presenta al lector una realidad que este no identifica con la que conoce porque, aunque ciertamente es la realidad (montes, árboles, gallinas, ovejas, cabras, riachuelos, personas…), muchos detalles no encajan, resultan extraños y eso es lo que produce el placer estético hable de lo que hable y lo haga de la manera que lo haga: “Allí decidieron pararse, holgazanas, las cabras. Y, mientras olisqueaban matojos y ensayaban entre piedra y piedra, los saltos y piruetas propios de su condición, el endocrino…”.

Aunque, en un principio, parece ser que el autor solo deseaba elaborar una novela donde reflejar la atracción sentida por su admirado Don Quijote (el Endocrino sale del pueblo a buscar respuestas, usa una bacinilla de sombrero...), pero luego sus lecturas de la Biblia, de la leyenda de los falsos profetas y la llegada del Mesías verdadero, la Mitología, El Principito, Niebla de Unamuno, Tractatus de Wittgenstein, Tres tristes tigres de Cabrera Infante, Conversación de Hidalgo Bayal… le han exigido estar también referenciadas y, de tanto novelar imaginando irrealidades, ha acabado desbordado por su propio poder creativo escribiendo literatura. Don Quijote arremete contra molinos de viento y eso resulta sorprendente al lector pero, a pesar de ser una locura sin sentido, no abandona la lectura sino que continúa leyendo con mayor avidez por la extrañeza que le provoca tan descabellada acción… Y es que así es la misma vida, llena de contradicciones, momentos dulces, devociones y locuras. Y lo que aplica el autor de El verano del endocrino es el Arte por el Arte, el placer de escribir por el simple hecho de narrar, describir, exponer y entablar diálogos sin límites ni condiciones. Nada más y nada menos. Es decir, esto es lo que hace el loco (literariamente hablando, claro) de Juan Ramón Santos. ¡Bendita su locura!

Por este motivo, conforme se avanza (lentamente, por cierto) en la lectura de El verano del Endocrino se va detectando que el autor disfruta, ríe calladamente, se enternece y llega a asombrarse de su misma capacidad redactora con la que agranda o achica al personaje, lo aúpa o lo hunde a su antojo, lo hace inmortal o lo destruye. De ahí que, a veces, llegue a ser una novela desquiciada y esperpéntica, un pasatiempo lleno de verborrea narrativa, finura expresiva y calidad lingüística con sabor a experimento literario. No obstante, el libro también es una escaparate donde el autor saca a relucir su hipótesis sobre su concepción de la existencia, a través de la cual expone la idea de que el ser humano no es uno sino todos al mismo tiempo y cada personaje representa una parcela de su personalidad o es el mismo individuo en etapas distintas de la existencia. Este desdoblamiento explica que, entre el discurrir narrativo, el autor deslice críticas a temas presentes como la comida basura, la palabrería de los políticos o el ser humano artificial que se ha olvidado de su procedencia natural.

Juan Ramón Santos
En cuanto a la riquísima expresión, El verano del Endocrino es un extraordinario alarde de lengua narradora y de redacción impecable, pulcra, segura, exquisita, elaborada y de alta calidad: “al conversar con él uno tenía la sensación de que aun pudiendo abarcar mucho más, limitaba deliberadamente el ámbito de sus opiniones, el perímetro conceptual de sus discursos, como si en cada situación adaptara la hondura de sus consideraciones a la capacidad de su interlocutor” (17). Y todo el discurso narrativo no solo se encuentra perfectamente engarzado sino también salpimentado con una fina ironía, tan general en el libro que el lector a veces se pregunta: “¿esto va en serio?”. No obstante, hay que entender que el libro es la narración pura, el gusto por contar deleitando y, además, con el firme convencimiento del autor de que debe hacerlo con soltura y con gracia (a veces, amarga). Sirvan de ejemplo los episodios estrambóticos de la visita a la presa de Cárdeno, la torre de vigilancia forestal o el campamento scout, que son productos del fluir imaginativo del autor creando historias encadenadas, inverosímiles, ficticias, literarias, con las que se está divirtiendo y, a la vez, creando en total libertad. También se encuentran en todo el libro excelentes descripciones como la del ambiente dinámico de la construcción del poblado de la presa y de su posterior declive, ejemplo de medida redacción y de agilidad narradora, y de otros episodios rocambolescos que se suceden sin solución de continuidad y dejan al lector agotado, pero ahíto de placer estético: “El Maestro sacó del bolsillo un metro, comprobó la longitud del libro, […] tomó un fino y reluciente serrucho , […] comenzó a serrar con energía y sin contemplaciones el volumen, que en menos de un minuto cayó mutilado” (144).

En resumen, Juan Ramón Santos en El verano del Endocrino reúne en sus páginas toda su experiencia lectora de El Quijote, hecho que es patente, pero también de otros libros que le han descubierto la cultura ancestral de los contadores de historias, la indagación de los presocráticos, el sentido docente de los cuentos medievales, la curiosidad renacentista, el desconcierto barroco, el orden racionalista, el idealismo romántico, la búsqueda de respuestas científicas, la transparencia realista y la búsqueda de nuevos caminos expresivos de las Vanguardias. No obstante, el Endocrino, como ser humano que ha buscado esforzadamente y no ha encontrado las respuestas que necesitaba para comprenderse y entender el mundo, termina reconociendo su fracaso: “Quise ser Prometeo, pero lo único que hice fue el gilipollas” (211).

Quizás este hecho explique el loco dinamismo de El verano del endocrino, que envuelve con papel de regalo el fracaso existencial del ser humano y lo disimula camuflándolo en un ejercicio literario que a Juan Ramón Santos, excepto la intranquilidad citada, le resulta grato y placentero, porque le ha supuesto dejar libre su imaginación y sentir el placer de no estar sujeto a nadie ni a nada, si acaso a la concepción del Arte (en este caso a la escritura) como puro juego y nada más. Y es que en El verano del endocrino Juan Ramón Santos, aun exponiendo su mayor preocupación existencial, ha disfrutado del placer de narrar por narrar.

asalgueroc


MININOS de Pilar Fernández

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(Mérida, Calefonia, 2018)

Este libro de relatos es fruto del carácter singular de Pilar Fernández que, si en Archipiélago descubrió su atracción por el mundo clásico; en Tombuctú 52 días, su preferencia por la exótica cultura mora y, en Esta precaria dicha, su apasionada concepción del amor, ahora, en Mininos, se presenta en estado puro con todas sus virtudes personales y poéticas a la vista: sensible, enamoradiza, pasional, frágil, solidaria, exótica, viajera y, como sus gatos, misteriosa y delicada.

Licenciada en Filología Románica, Pilar Fernández en Mininosmuestra una clara influencia de su formación clásica en los nombres míticos con que denomina a sus gatos (Sapho, Orfeo, Dafne, Sócrates), en el atractivo que encuentra en sus leyendas y en sentirse como una matrona romana rodeada de felinos libres y enigmáticos, alrededor de aquella rotunda presencia personal de la que hacía gala cuando escribía el libro.
Portada del libro en la que aparece Jason

Luego a este ingrediente clásico fundamental se debe añadir la sensibilidad que, en Mininos, se encuentra con frecuencia en forma de delicadas y etéreas descripciones ambientales: “Las suaves colinas pobladas de coníferas y arbustos nos dieron la bienvenida, al igual que la luz, aún violenta, de una tarde recién estrenada del cielo diáfano y celeste del mes de agosto.” (34). Y resulta llamativo que Pilar no solo prodigue esta sutil virtud, propia de las almas sensibles, sino que la eleve de tono cuando describe a sus gatos: “El más sedoso y dócil, con diferencia, ha sido Orfeo. Es blanco, con manchitas marrones. Debió ser fruto del cruce de siamés y angora, de ahí la suavidad de su pelaje y sus pupilas azules. Semeja uno de esos nimbos, un poco cargados de tormenta de verano.” (72). Y también sorprende que imprima a estas detalladas visiones de sus amados gatos un halo de trascendencia: “Tal vez fuese por mi empeño en que Sapho II llegara a ser el símbolo de la perpetuidad de la vida, por lo que ella misma, en la edad adulta, se convirtió en una auténtica Diosa Madre Gatuna, progenitora de varias camadas abundantes de hermosos y sanos cachorrillos.” (78).

Además, habría que sumar a sus virtudes anteriores la presencia de la ternura, un rara emoción en el mundo de hoy que, sin embargo, resulta característico en Pilar Fernández como consecuencia de su concepción amable de la existencia y de su percepción especial de los animales: “Yo lo adopté y comencé por darle leche desnatada en una jeringuilla gorda, iniciando su toilette espolvoreándole un antiparasitario de consistencia semejante al talco que no daña los ojitos, ni al Medio Ambiente. Pasado un rato, lo cepillé bien con una manopla de plástico blando y le preparé su comedero-bebedero y su arena, una infusión de manzanilla puesta a enfriar, un algodón para limpiarle las legañas y una camita en un lugar fresco. Muy pronto se quedó dormido y tranquilo. Había sido una larga jornada” (73).

Con estos ingredientes, Pilar Fernández cuenta la experiencia de su convivencia con gatos y muestra tal conocimiento de sus hábitos que resulta una auténtica experta de estos felinos como Dian Fossey lo fue de los gorilas: “Una de las costumbres llamativas que tenía Sapho II era la de marcar su territorio para que Dafne no se acercase a ella, y lo hacía de la manera más contundente, no con el orín como los machos, sino dejando una buena plasta de caca en mitad del pasillo o en el cuarto de dormir. Y se quedaba tan fresca” (79). Incluso imparte, sin intención erudita, lecciones propias de una estudiosa del comportamiento sexual de sus gatos, que describe sin tapujos y, curiosamente, usando la expresión típica de una representación teatral: “Al tiempo que iba creciendo su atracción sexual por Orfeo se hacía cada vez más evidente y, a pesar de que sabía que era el marido de Dafne, lo buscaba por todas partes. En época de celo, Sapho II se colocaba en la ventana con la cola para arriba y profiriendo unos maullidos desgarradores para llamar la atención del macho que dormía en su habitación con Dafne. […] Las cópulas de Orfeo y Sapho II eran auténticas películas porno de sexo gatuno, el Kamasutra de los felinos. […] Una pasión desbordante y una atracción fatal. […] de aquellos polvos vinieron estos cachorros. Sapho II quedó embarazada de su loco amante tres veces” (79).

Y lo llamativo es la relación estrecha que existe entre el amor de los gatos y el de los humanos, pues el apasionado amor gatuno que Pilar cuenta, como en las obras teatrales del XVII, conforma también un triángulo amoroso en Mininos entre dos gatas (Dafne y Sapho II) con Orfeo, y hasta un cuadrilátero amoroso cuyos lados son dos gatos, Amarguito y Orfeo, y dos gatas, Dafne y Sapho II. Y, como sucede entre los humanos, el pique entre los gatos acaba en una típica pelea de apasionados pretendientes: “Los dos eran antagónicos hasta en el color: uno blanco impoluto y el otro negro, negrísimo; uno dócil y con cierto pedigrée, el otro rebelde ‘porque el mundo lo hizo así’. Cuando se encontraban en el pasillo se enzarzaban en unas peleas brutales… unas nubes de pelusas blancas, negras y grises, volaban por los aires como esporas en un cielo de primavera. Costaba Dios y ayuda separarlos” (86).

En fin, como sucede lo mismo en el terreno amoroso que en la vida humana, Pilar Fernández no distingue entre humanos y gatos; y no porque los gatos actúen como los humanos, sino porque los humanos actúan como animales (sin ánimos de ofender) que son: “Orfeo se sintió muy triste y maullaba desolado recorriendo cara una de las habitaciones de la casa, buscando a Sapho II cuando se escapó un buen día  y nunca más se supo. Era demasiado amante de la libertad y estaba ya cansada de parir y criar gatitos. Fue explicable” (76). De tal forma que, en ocasiones, parece que la autora, cuando habla de sus gatos, se refiera a ella misma como, por ejemplo, cuando describe la actitud ante el amor de Dafne que “en el amor siempre fue la más sumisa y complaciente a veces hasta límites de auténtica humillación. Por su entrega incondicional, se puede decir que Dafne ha sido la verdadera esposa de Orfeo […] un amor compartido que tuvo sus altibajos e infidelidades como casi todas las parejas” (“Dafne, la ninfa de los ojos verdes”, 64). E incluso, explica las relaciones gatunas con expresiones escogidas de la realidad cotidiana: “Cosas curiosas que tiene el destino: Orfeo tuvo durante bastante tiempo esposa (Dafne) y amante (Sapho II). Con la primera mantenía una relación como mandan los cánones. Dafne siempre fue  ‘la legítima’ y, como dice la copla, Sapho II hizo el papel de ‘la otra’” (69).

Pilar Fernández con Orfeo (www.europapress.es)
No es de extrañar que, como un rasgo propio de una personalidad sensible y delicada, la aventura amorosa breve y apasionada siempre esté presente en la otrora dulce vida de Pilar Fernández: “Como, a estas alturas, mi atracción por A. K. (y la suya por mí) no parecía limitarse a nuestra común afición gatófila, acabamos durmiendo juntos aquella segunda noche en su minúsculo apartamento de la Rue Labat, en pleno corazón de Montmartre” (34). Sin embargo, Pilar Fernández coincide en el amor con los gatos en que sus devaneos amorosos suelen acabar, igual que un emocionante episodio romántico, en frustración como en el caso de Dionisio y Sapho, aunque después (a Pilar le sucede algo parecido) la gata, olvidadiza, vive una aventura apasionada con Caramelito, al que “mi gata lo fue envolviendo y seduciendo con su astucia femenina y acabaron por vivir una historia de amor.” (63).

Junto a las características citadas, también el exotismo impregna el libro de ese dulce aroma del descubrimiento de lo nuevo y de lo distinto. De ahí que sea normal encontrarse en Mininos con los nombres sonoros de personas y lugares visitados por Pilar Fernández (Sultane, Les Animaux, Forum-Les Halles, Neelu, Dominique, Nueva Delhi, Au Père Traquile, Château Rouge…), que mezcla con bellas y conmovedoras historias, como en el caso de Neelu, un dependiente hindú de una tienda de animales, y Sultane, una gata (42), y las condimenta con pizcas mágicas (“he notado que las buenas vibraciones de Orfeo también las captan mis amigos y familiares, porque no conozco a nadie a quien este animalito le haya caído mal. Seduce a todos son su bondad y con su belleza”) y con referencias a sus dotes adivinatorias en forma de enigmas: “Es curioso el destino de los humanos y también el de los felinos. Sócrates había muerto de la misma manera que su madre y del mismo modo que el filósofo griego que le daba nombre” (56).

En Mininos, además, el lector realiza gratificantes viajes pues Pilar Fernández, mezclada con sus historias de gatos, va contando sus experiencias viajeras y a la vez, con la naturalidad que le caracteriza, introduce deliciosas descripciones que expone con una parsimonia idéntica a la que emplea en la realidad vivida: “Aquel mes de septiembre decidimos viajar a Portugal un grupo de amigos para hacer camping. Pasamos unos días de relax en Ericeira, donde pusimos nuestra tienda en un bello pinar junto a la playa. […] Nos paramos a tomar un café y buscar la casa solariega que los familiares de Ángel habían alquilado para todo aquel septiembre. Tras una peregrinación por varios palacetes, dimos con una mansión de piedra gris…” (48). De ahí que en este libro, aunque su núcleo temático sean los gatos, se localicen narraciones de sus desplazamientos con comentarios y anécdotas, que conforman un libro de relatos viajeros dentro de los relatos de Mininos.

No obstante, Pilar Fernández, a pesar del carácter amable del libro, no elude la realidad porque es consciente de los contratiempos que jalonan la existencia de los gatos, como de la humana, y en Mininostambién aparecen momentos tristes como el de la muerte de Sapho, en cuya descripción Pilar Fernández muestra sus sentimientos más a flor de piel que nunca: “Sapho murió una mañana de lluvia y viento del mes de abril. Se quedó en la mesa de operaciones. Entró viva y me la devolvieron en una caja de cartón […] sus hermosas pupilas azul turquesa se volvieron completamente negras” (65).

Sin embargo, en Mininos abundan los momentos en que Pilar Fernández cuenta situaciones graciosas como el de la gata que le gusta jugar al escondite y se oculta en la cesta de la ropa sucia o en la lavadora de casa, donde cree encontrarse en una nave espacial (61) o el del gato que le agrada dormir la siesta… con ella: “Amarguito, muy celoso, exigía que todo los días durmiera la siesta con él en el sofá, lo cual no era difícil, sólo tenía que poner el culebrón de la primera cadena y me quedaba frita… y el gato también.” (87).

En fin, de la lectura de Mininos se deduce que, sin lugar a dudas, Pilar Fernández es feliz al lado de sus felinos, y que ese gozo ha convertido a este conjunto de relatos en un libro delicioso, protagonizado por estos delicados animales que tienen mucho en común con los seres humanos y como tales Pilar los trata con tal dedicación y ternura que, sin preverlo, Mininos es toda una lección de respeto y amor por los animales. Que yo le agradezco y le alabo públicamente.

asalgueroc

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