(Badajoz, ERE, 2022)
Esta novela histórica es una extraordinaria narración de ahondamiento sicológico en la personalidad huraña y desencantada del segundo emperador de Roma, Tiberio [Julio César Augusto], y de las causas que lo obligan a tener ese carácter retraído y solitario.
La amargura de Tiberio resulta también una excepcional forma de exponer detalladamente los entresijos de su actitud ante el poder y el vano valor que le concedía a los honores. No se debe olvidar que Tiberio era amante de la Filosofía, la Astronomía y la Botánica, saberes que encajaban con su recóndito carácter y su desprecio por las maquinaciones en torno al poder.
En esta novela histórica, a la vez que el lector ahonda en este emperador, también conoce a Augusto, cuyo desprecio por Tiberio era evidente, al que nombra sucesor solo cuando mueren todos los que eran más de su gusto en la línea sucesoria. También, el lector conoce a Sejano, valido de Tiberio, con todos los detalles sobre su carácter arbitrario y cruel; y a los sucesivos herederos al trono, que increíblemente iban muriendo por accidentes como Druso o, misteriosamente, fallecen de repente como Germánico.
Para entender estos hechos inexplicados, este tipo de novela cumple un papel primordial en la reconstrucción de la historia y, sobre todo, de esos puntos oscuros perdidos en el tiempo por no haber rastro de ellos, pero que resultan imprescindibles conocer, al menos, reconstruidos. Y es que el escritor de novela histórica actúa primero como un investigador exhaustivo de los documentos que existen sobre el tema y como inspector minucioso de los lugares donde ocurren los hechos, a los que visita y estudia con detenimiento. Y, a la luz de la información que les proporcionan ambos recursos, expone su veredicto en forma de entretenida y enjundiosa narración novelada.
En La amargura de Tiberio, Martín Tamayo demuestra sus dotes de narrador experimentado en las distancias cortas de los relatos, que tan bien domina desde hace cuatro décadas y que nos ha ofrecido en Cuentos del día a díay otros títulos, que son modelos de este género complejo, donde solo triunfan maestros de la narración como él. Ahora, en las distancias largas de la novela, hace gala de una gran capacidad para el análisis sicológico de sus personajes y para contar minuciosamente hechos incompletos de la realidad histórica que, en su caso, se cierran de una forma redonda en la ficción novelesca.
Así, esta narración novelada es una lección magistral de una clase de Historia de calidad, donde el autor se muestra muy seguro de lo que narra por haber estudiado exhaustivamente el tema tratado. De esta forma su ficción resulta creíble y completa, sobre unos personajes que, hasta ahora, eran conocidos parcialmente, hecho que había dejado en el ideario común durante siglos el amargo sabor de lo inacabado.
Tamayo supera así los fríos documentos de especialistas que muestran los hechos con la frustración del escritor omnisciente, que no sabe todo de los personajes sobre los que escribe. Sin embargo, en la novela que nos ocupa, el autor los conoce tan de cerca que el lector se siente muy próximo a Tiberio en su autodestierro. Y así le resulta más personal y participativo el acercamiento al protagonista de la narración, especialmente cuando es un personaje tan encerrado en sí mismo.
En fin, Posteguillo debía leer con detenimiento La amargura de Tiberio a ver si aprende que una novela nunca es mejor, porque cuente con un elevado número de páginas, como suelen tener sus infumables mamotretos.
Nota.-La amargura de Tiberio, que en mayo será presentada en la Feria del Libro de Mérida, ha sido editada bajo el título de Díptico romano junto a la novela El enigma de Poncio Pilatos (edición revisada) que, en el momento de su primera edición, fue comentada por mí en el artículo “Un enigma resuelto”, que reproduzco a continuación:
UN ENIGMA RESUELTO
(REEx, Badajoz, LXV, I, enero-abril, 2009, pp.567-568)
Cada cierto tiempo alguien lanza al aire la interrogante de si la Literatura sirve para algo y, normalmente, esta incógnita se queda en una pregunta retórica pues nadie suele contestarla, quizás por las connotaciones que se pueden derivar de tan escueta formulación. Sin embargo, hace poco esta duda ha sido resuelta con facilidad por Tomás Martín Tamayo no respondiendo directamente a la pregunta sino escribiendo El enigma de Poncio Pilatos.
Y la ha solucionado porque, con esta ingeniosa novela, Tamayo demuestra que la Literatura sirve, entre otras cosas, para reconstruir (aunque sea desde la ficción literaria) hechos históricos que no se pueden recomponer científicamente tal y como sucedieron, porque no ha quedado rastro documental alguno de ellos y se convierten, perdidos en la memoria del tiempo, en sucesos enigmáticos que, como en el caso de Pilatos, han acaparado el interés general desde que ocurrieron.
Está claro que la reconstrucción de Martín Tamayo no es lo que realmente sucedió como él mismo advierte en una nota introductoria, pero ofrece en cambio un estupendo relato novelado de lo que pudo haber sucedido. Los puristas de la historia no le darán importancia al extraordinario ejercicio creador de este novelista porque, según ellos, o se cuenta el suceso con datos documentados o lo que escriba un “fingidor”, por muy bien compuesto que esté, no tiene valor alguno. Pero la verdad es que ante la nada, es decir, ante el hecho de que continúe el enigma de una figura tan denostada como el incomprendido Pilatos, resulta una estupenda solución la propuesta por Martín Tamayo porque es deseable que, gracias a su novela, se pueda imaginar lo que debió ocurrir a que siga siendo un misterio sin desvelar.
Si a esto se une que la recomposición vale, como si de un documento histórico se tratara, para desmitificar al imperio romano por la denuncia de su insultante corrupción política, a los judíos por su cerril tozudez y al mismo Jesucristo por su silencio, que no ayudó un ápice a las buenas intenciones de Pilatos (a lo mejor porque consideró que no había hecho mal alguno y, por tanto, no tenía de qué defenderse), la invención de Martín Tamayo se convierte en un relato consistente que va más allá de la resolución de un misterio del pasado, pues rellena una laguna histórica al mismo tiempo que realiza un trabajo creativo, largamente ansiado por muchos.
Además, se nota que El enigma de Poncio Pilatos es más que un ejercicio literario, pues Tamayo ha debido de realizar largas y minuciosas investigaciones sobre la situación política de la época, el carácter del emperador Tiberio, la actuación de los prefectos provinciales, los sucesos que llevaron a la crucifixión de Cristo, el momento histórico en que vive Pilatos, la figura central de la novela y, en general, la ambientación de un hecho que sucedió hace ya veintiún siglos en una zona especialmente conflictiva.
A realizar con bien esta ardua y complicada tarea lo ha ayudado sin duda el autor del prólogo que, en un alarde de síntesis, explica sencillamente en sólo unas páginas los distintos enfoques que el escritor-investigador puede adoptar ante un hecho histórico. Consigue así Tamayo componer una ficción literaria que, en la mente del lector, se muestra como una historia muy creíble, de tal manera que Pilatos aparece, desprovisto de enfoques distorsionados por el fanatismo, como un funcionario sensato, eficaz y bienintencionado, que no sólo no se lavó las manos, sino que fue el único interesado en absolver a Cristo a pesar del mutismo del maestro, de la ambigüedad de sus superiores y de las maquinaciones de sus enconados enemigos judíos.
A la vez, y a falta de una imposible interpretación histórica del suceso (porque de Pilatos, como explica el autor, sólo existe una sucinta referencia en una inscripción donde sólo se lee a duras penas su nombre), esta fábula novelada resuelve un enigma que muy bien podría haber sucedido como lo cuenta Tamayo, porque no se excede en ningún momento en su tarea creativa ni en la ambientación ni en el diseño de los personajes ni en el tema, donde se limita a ahondar exclusivamente en los sucesos que se ciñen al protagonista.
Como pórtico de esta novela se ha elegido acertadamente una sugerente escena de ambiente clásico, donde aparece Pilatos dirigiéndose a la masa en una actitud indicativa de que se está empleando a fondo para salvar a Jesucristo y de espaldas al lector, quizás para presentarlo como un enigma que se va a resolver en la novela.
asalgueroc