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LATITUDES de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo

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Córdoba, Ateneo, 2019)

En Latitudes, Juan Carlos Rodríguez Búrdalo realiza una reivindicación humanista de la naturalidad, la sencillez y la belleza real de la existencia (“¡Que nunca esta ciudad te niegue, nunca / sus torres sobrepasen tu verdad”, 25) frente a lo artificial, complejo e ingrato de la gran ciudad (“moles grises que parecen / un alto bosque de metal gemelo / y frágiles espejos sin azogue”, 22).

Y es que, en concreto, Latitudes es una desmitificación de esa urbe tan difundida y encumbrada, que tiene por nombre Nueva York (“La ciudad y tu verso van unidos / como el llanto de un niño a su orfandad“, 20). El motivo es que el poeta une a su visión humana de la ciudad, que no es positiva, el impacto descorazonador del poemario “Poeta en Nueva York” de Lorca, donde aparece como un lugar desabrido en el que no existe esperanza alguna desde la misma aurora (“La aurora de Nueva York / tiene cuatro columnas de cieno / y un huracán de negras palomas / que chapotean las aguas podridas”), y la experiencia desencantada de la ciudad, que el poeta José Hierro (27) expone en Cuadernos de Nueva York: “Más allá, la ciudad, / desplegadas las velas de cemento /navega hacia su olvido, / noche, sueño, nunca” (de ”Apuntes de paisaje”).

Como contrapeso, Latitudes es también una mitificación de los recuerdos de la infancia del poeta (“estos pájaros / me han devuelto la luz esta mañana. / Tal vez porque su vuelo vine siempre / con el niño callado que soñaba / un cielo tan abierto como el suyo “, 21), del calor del hogar familiar que no existe en Nueva York, pues ha olvidado los sencillos gozos cotidianos (“Rutina, bar, comida callejera, / la manzana dormida idolatrada… / día tras día, siempre cada día”, 23) y de la naturaleza en su estado primigenio, a la que la mega ciudad ha vuelto la espalda (“Mas no puedo olvidar su trino limpio, / […] / la dicha de aprender en sus colores / la primera noción de la belleza”, 28).

No obstante, la urbe, que tiene también alguna virtud, recuerda al poeta la sensualidad, que le despierta Audrey Hepburn en la película “Desayuno con diamantes” (24). Pero lo considera un simple detalle frente a la abundancia de seres desfavorecidos a los que no alcanza la justicia social, representada en el poemario por un indigente africano con un miserable carro de abalorios (25), una mujer desquiciada en la vorágine de la gran ciudad (32), una exiliada profundamente infeliz (33) y los emigrantes indefensos en la Isla de Ellis (36). Todos son representantes del dolor profundo, que sufren los seres humanos marginados por el poder físico y crematístico de la gran ciudad. Aunque luego en la realidad ese poderío tiene poco de verdad y mucho de artificio, pues Nueva York descubre su impostura cuando llega la noche y “las horas mudan su piel, enfermas de neón” (31).

Finalmente, a la hora de la despedida, al poeta decepcionado le resulta dolorosa la vuelta a casa (“vuelvo / con el alma desnuda de esperanza. / Atrás dejo los sueños mutilados”, 41), porque el tiempo vivido en la gran ciudad se le ha ido, como las aves que ve marcharse al final del verano, sin que haya apreciado avance alguno en la construcción de un mundo mejor (“¿Qué puedo yo ofrecerte en despedida / si contigo se va también mi tiempo”, 44). Este es el motivo de que el poemario se cierre con la visión nocturna de Nueva York como exponente del impacto emocional, que causa al poeta su experiencia en la gran ciudad (“la noche / devorando lo tanto guarnecido / en la vieja mochila de los años”, 45).

Después de la lectura de Latitudes, se ve que Nueva York ha conmocionado a Rodríguez Búrdalo, pero no por la grandiosidad de sus edificios de acero y cristal ni por su poder económico sino porque, lejos de actuar como un turista que ve únicamente lo superficial, se ha centrado en el aspecto humano de Nueva York y ha descubierto con pesar que el dolor de los seres marginales sigue patente pues, hoy como ayer, continúan siendo víctimas de la falta de solidaridad y de la deshumanización de la gran ciudad.
asalgueroc


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