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EL CUARTO DEL SIROCO de Álvaro Valverde

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(Barcelona, Tusquets, 2018)

La lectura de El cuarto del siroco me ha producido serenidad, aunque el poeta insiste en la exposición de sus intranquilidades vitales; en especial, la presión negativa, que ejerce el peso del tiempo en su estado de ánimo, y su presencia a lo largo del poemario. Pero resulta más digerible su asimilación ahora que las expone de un modo más integrado en el discurrir, pausado, armonioso, de la suave melancolía que impregna el ambiente emocional del poemario: “hueles / un olor a azahar que salta el muro / del palacio de al lado. / […] / la felicidad, palabra vacua, / solo es posible ante estos simples hechos” (131).

No obstante, en la descripción que hace de sí mismo el poeta se considera un redomado existencialista (“Tenías veintipocos y ya eras / acaso un melancólico incurable”, 119) y se deduce que su pesar vivencial no se origina  en la dificultad del vivir cotidiano sino más bien en su pusilánime carácter, que autocalifica de “miedoso o tal vez fatalista” (119). Este hecho constatado muestra que la raíz de su mal se encuentra en la concepción adversa de la existencia, que percibe como una experiencia fatal  (“la vida / … / un túnel angosto”). No es de extrañar, por tanto, que se muestre insensible ante los aspectos atractivos de la existencia, por estar más obcecado en lamentarse del tiempo que en aprovechar sus bondades: “Vivo hacia adentro. / […] / Desde ese sitio, escucho / la vida que a lo lejos / se me va para siempre” (83).

Además, el poeta se basa en una idea descorazonadora de su propia concepción y de sus semejantes: “Es triste por naturaleza el ser humano”; de ahí que asegurare “la tristeza [es un] sentimiento venerable” y resulte lógico que llegue a conclusiones aún más autodestructivas: “[La tristeza] se precipita cuando piensas / en lo que al fin y al cabo fue tu vida” (142). A esta situación lo ha llevado no solo su pesimismo sino también las dificultades que ha encontrado en su periplo vital (“Era luz de los sueños / que ilumina las sombras / de mi árida vida”, 23) no solo por su entorno inmediato (“daría lo que fuera / por salvar de la abulia y el olvido / este lugar”, 117), sino también por su percepción de la situación del mundo (“esta época atroz y envilecida”, 113).

Álvaro Valverde
Ante esto el poeta crea mecanismos de defensa, “cuartos del siroco”, a través de los que busca refugio en su infancia (“El baño es un viaje / al origen del tiempo. // Y tú un hombre feliz / que regresa a la infancia”, 121), en sus recuerdos (“Ángel, que aún pasea las calles de Lisboa”, 145), en el campo (“Ayer, en el molino, / me bañé otra vez solo / en el estanque”, ), en el anhelo de una vida plácida (“idea / de que la vida es dulce, / sereno este vivir / ante el abismo”, 159) o en la lectura (“Es al atardecer cuando ese hombre / abre la puerta y se aísla en el cuarto / donde guarda los libros”, 79). Y, también como autodefensa, centra su atención en la piedra, los libros o las ovas del río (“Son un ejemplo, duran, / fueron nada y son todo”, 116) por su resistencia al paso del tiempo.

Este pesar, no obstante, tiene su lado positivo pues el poeta alcanza, a través de una contenida expresión poética, a exponer bellos momentos líricos que, impregnados de una latente melancolía, resultan la característica emocional  de este poemario, cuyo autor desea la paz interior de una vida sencilla y rechaza su preocupante complejidad: “sentado solo frente al  valle / con un libro en las manos / … / con la calma debida, / … / Suena el silencio / … / el rumor de las ramas / el canto … de algún pájaro. / Respiras hondo. Ves” (57).

En fin, continúa Álvaro Valverde atrapado en la Estética del desencanto como ya advertí en el comentario que dediqué en este blog a su Lugares de otoño (040812). Y esta constatación resulta fastidiosa porque, aunque ni su concepción vital ni, por tanto, su temática han evolucionado, su modo de decir sigue siendo atractivo por su expresión directa, pausada, armónica que, en una época de aspavientos como la que vivimos, resultaría sanadora si evolucionara hacia una poesía menos repleta de intranquilidades existenciales que, tan insistentes, no resultan poéticamente agradables.

asalgueroc


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