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LOS ADOQUINES NO ERAN ROJOS de Ángel Bastos Martín
(Amazon, 2015)

El libro cuenta la evolución ideológica experimentada por siete jóvenes amigos desde que en el instituto Luis Felipe Montero, profesor de Literatura y comunista en la clandestinidad, les descubre la realidad de una España oprimida por la dictadura y les suscita deseos de justicia, libertad y progreso. El medio usado por el docente es la lectura de poemas de Miguel Hernández, del que les recita las “Nanas de la cebolla” y  poemas de Viento del pueblo, Machado, Lorca, León Felipe, Cernuda, Gabriel Celaya..., cuyos versos activan la capacidad crítica de estos chicos y los conciencian hasta el punto de que Pedro, un componente de la pandilla, quiere estudiar Filosofía y Letras en Salamanca para hacer de sus alumnos chicos desobedientes que piensen por sí mismos: “Luis pensaba en los días pasados en París, en la fuerza de la gente [...] el pueblo unido jamás será vencido [...] pero el mundo apenas sale a la calle, son ráfagas en la historia como ahora, ay si la gente fuese consciente de la bomba de su fuerza, se acabarían las miserias, las desigualdades...” (41).

Sin embargo el tiempo, que todo lo altera, también los cambia a ellos, y todos sus anhelos de un mundo mejor queda en pura teoría y el grupo acaba desestructurado por problemas personales, de pareja, ideológicos y por la conversión de la mayoría en acomodados burgueses: “mi amigo Marcos, mi compañero Fernando renegaron de sus ideales como tantos que eran tan rojos de boca, yo misma [Teresa] me he adocenado, la única que mantiene la fe en la revolución es mi amiga Sandra” (237). Pedro falleció de leucemia, José murió por su adicciones y Marcos desapareció después de maltratar a Marga, desengañado por trastocar su idealismo político en interés personal y fallarle sus previsiones.
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Por estos motivos, quizás el libro sea la crónica de una decepción, que debió sufrir el mismo autor en su juventud, cuando el mayo del 68 francés propició que los jóvenes progresistas soñaran con el comienzo de la construcción de un mundo más habitable pero, poco después, este ardiente deseo quedó en nada: “Al final Octavio va a tener razón somos unos progres de salón, unos pequeños burgueses que jugamos a ser revolucionarios pero que nos hemos mojado poco; los adoquines de las barricadas del Barrio Latino en el mítico 68 no eran tan rojos” (216). Incluso los más sinceros como Sandra se desengañan: “Todos estamos un poco decepcionados, creímos que la libertad era el talismán de la Arcadia prometida y ahora nos llega la depresión por la dura realidad” (187). Lo mismo le sucede a Fernando cuando, como sindicalista de CC.OO., propone proyectos ecologistas que los dirigentes ignoran: “Estoy decepcionado con esta democracia de pacotilla” (188). No obstante, Sandra ofrece su ayuda a la revolución sandinista como médico, cuando advierte que los antiguos revolucionarios se han convertido en auténticos burgueses. De ahí que el libro sea en realidad una crítica a que la teoría progresista no se reflejó en la práctica y los jóvenes del mayo francés fracasaron como los de la pandilla que, incluso, lo sufrieron en su vida personal y sentimental (menos Sandra que encontró el amor en César, un comandante revolucionario nicaragüense).

No obstante, el libro también tiene momentos amables como cuando Marcos es padre por primera vez y, eufórico, sale de noche por el pueblo a anunciarlo a voces y expresa sus deseos futuros para el hijo en una ofrenda, que recuerda un rito ancestral íntimamente engarzado en la naturaleza: “Mi Pedrito que esta luna y estas estrellas iluminen siempre tu camino, que la madre naturaleza te haga hermoso como los cerezos en flor del valle, que el viento arrastre las nostalgias y melancolías del futuro, que la lluvia se lleve las tristezas, que el sol brille eternamente en tus sentimientos y que seas libre como las aves  que surcan los cielos” (109). También el libro contiene detalles atractivos como el ritmo dinámico del desarrollo de la narración con detalles como, por ejemplo, la descripción cervantina de la caricatura de Marga que le regaló Mario: “La exuberancia del pelo negro, los ojos amelados muy expresivos, la frente noble, los pómulos agudos, una boca pequeña de labios gruesos un poco exagerados y la nariz chata pero graciosa mostraban un acabado casi perfecto de su carácter” (249). Además es un libro que recuerda una época entusiasta en que los ideales afloraron y se pensó, hecho positivo, si lo comparamos con el momento actual, en que nadie tiene opinión más que para temas superficiales.

De ahí que el libro resulte interesante pues es una auténtica lección de pensamiento libre donde todo se habla claramente en las charlas que mantienen frecuentemente los amigos protagonistas sobre las doctrinas neoliberales, el consumismo, la memoria histórica (209), el compromiso político, la defensa sincera de los ideales... Pero la realidad es otra, pues esa capacidad crítica desapareció con el tiempo y sus consecuencias fueron nefastas pues, según la opinión de aquellos jóvenes (ahora burgueses maduros), hasta las aulas se han convertido en simples recintos para lavar cerebros: “La mala educación, la educación castradora nos anula la creatividad y sobre todo la libertad, nos hacen monstruos reprimidos, encogidos, correctos en el peor sentido. Los estados necesitan corderos y tontos para legitimar sus excesos” (235).

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El libro, por tanto, es un fresco en forma novelada de la historia de final del franquismo y de la llegada de la democracia, hechos que produjeron situaciones pintorescas como que el padre del profesor era un falangista acérrimo, pertenecía al Opus Dei y no sabía nada de la actividad clandestina del hijo. Además aparecen otros personajes como los que sufrieron las consecuencias de la guerra civil: el padre de Marga, comunista, y don Pedro que es nombrado maestro por decreto y sin instrucción por ser mutilado de guerra o padecieron la posguerra como Ángel que tiene problemas sicológicos por la persecución a que se vio sometido por un cura en el seminario hasta el punto de ser expulsado: “De todo lo aprendido me quedo con la voluntad de vivir, de querer, de olvidar, de cerrar heridas y de desterrar el rencor”, le dice Marga para animarlo (280). En fin, personajes y hechos como estos animan la argumentación del libro que, bien expuesta, poco a poco va ganando la atención del lector conforme salen a la luz los fantasmas presentes y pasados de los componentes del grupo: “hoy soy mejor persona con todos los adjetivos gracias al marxismo, no a la teología castradora de aquellos infames curas” (184).

Otro atractivo del libro es que el autor desarrolla el argumento cronológicamente y cita momentos históricos como la inauguración del pantano de Gabriel y Galán por Franco; la figura del Che Guevara; libros como Rayuela de Cortázar y canciones libertarias como “Al vent” de Raimon y “L’estaca” de Lluis Llach que leían y escuchaban en la pandilla; el fracaso del mayo francés provocado por la derrota de los comunistas en las elecciones convocadas y ganadas por De Gaulle; la muerte en atentado de Carrero Blanco, sucesor de Franco, y la ejecución del anarquista Salvador Puig en represalia; los hyppies, cuyo lema “haz el amor y no la guerra” levanta críticas en el pueblo y el rechazo violento; la legalización del partido comunista; los asesinatos de Atocha; las elecciones democráticas, las dos España; la revolución de los claveles en Portugal; la transición con cuyos planteamientos la pandilla no está de acuerdo, porque ha permitido que muchos verdugos mueran impunes...

Además el libro tiene el misterio de situar la acción en un pueblo del norte de Cáceres, cuyas referencias geográficas (el Pinajarro, el barrio judío...) nos sitúan en Hervás (Cáceres). Y también aparecen referencias de lugares por los que pasan los protagonistas como es el caso de Mérida (donde vivo) cuando Teresa y Mario viajan de Portugal a España: comen en el restaurante Nicolás, pasean por la calle Santa Eulalia y toman café en la plaza.

En fin, Los adoquines no eran rojos, libro intenso por su abundante información sobre las épocas citadas y la descripción de la evolución ideológica de los componentes del grupo de amigos, resulta una lectura recomendable para aquellos lectores que deseen revivir una de las épocas más apasionantes de la historia reciente de España de una forma elaborada, amena y crítica.

asalgueroc

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