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LA PUERTA DEL ADIÓS de Rufino Félix

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(Madrid, Beturia, 2019)

La primera impresión, que produce la lectura de La puerta del adiós, es la patente presencia del poeta, que parece salirse del poemario para llevar personalmente al lector su mensaje estremecido por la pérdida del tiempo pasado y la imposibilidad de recuperarlo: “Tengo miedo que un día / tu música se acalle / y mis ojos no encuentren / la armonía de tu cuerpo” (“Fugaz”, 21). Este extremo conlleva, en este libro, una acentuación de los tres pilares de la poesía de Rufino Félix, a saber, la enternecedora nostalgia por la pérdida de personas queridas, hechos felices y lugares entrañables; la fina sensualidad como medio de rescatar a través de la memoria su época de plenitud, que relaciona íntimamente con la pasión amorosa, y el excelente uso de la lengua, que se manifiesta en el uso de palabras añosas capaces de equilibrar la desalentadora realidad presente (postrero, desasido, amustió, lagrimea...) con el esplendor pretérito (lumbror, deslumbre, fervor, puridad…): “antes que exhale niebla / la nieve de tu cuerpo / y arrumbe la amargura del olvido / el curvado esplendor de tu cintura” (“Quiero que escuches”, 27).

Ciertamente, en La puerta del adiós, se aprecia con nitidez el equilibrio conseguido por el poeta al destacar por igual uno y otro momento para compensar el desaliento actual con la euforia pasada que, de otro modo, desequilibraría este poemario tan justamente situado en el fiel de la balanza poética. Quiere así el poeta dejar patente que su amor por la vida no va a quedar oscurecido por el irremediable resultado final, pues no solo le ha merecido la pena vivir sino también ha tenido la ocasión de manifestar sus sentimientos (“Se va poblando el aire de susurros / y hay un revuelo esperanzado de alas. // Mi corazón se aviva contemplando / esta hermosa visión de la alborada”, “Amanecer”, 57) y, aún más, de dejar por escrito sus hondas emociones en los versos que contienen sus ya numerosos poemarios, que en un futuro lo trascenderán aireando su consciente y amoroso paso por la existencia: “cuántos momentos felices le debemos: / la luz en la mirada, cuajando los asombros / cuando va descubriendo los pétalos del día / y conoce que el mundo esparce sus perfume / en el aire carnal de los amantes” (“Vive”, 71).

Y es que Rufino Félix concibe el poema como un medio de expresión del dolor y también del gozo: “La emoción del poema / no es solo la palabra / … / También lo es su tristeza / … / o la alegría vibrante” (“Voz honda”, 13). De ahí que en sus versos recoja esa honda sensación de pérdida de un tiempo caduco, que se ha llevado vivencias, ahora irrecuperables y, a la vez, de gratas experiencias relacionadas con la atracción amorosa, que ha proporcionado a su vida los momentos más plenos, libre de circunstancias adversas: “En este poema ardiente / se encuentra la respuesta: / no fue una ensoñación / porque sé que he tenido / la humana exactitud / de la belleza / cobijada en mis brazos, / la excelsitud del beso enajenado / fijando un horizonte inacabable” (“Ensoñación”, 74). No obstante, Rufino Félix se muestra consciente de que la vida es un regalo, aunque tan efímero que puede acabar en cualquier momento; de ahí que recomiende degustar la existencia el tiempo que se viva: “sazonemos la vida que se nos da en precario, / porque basta un instante para que el pulso ceda” (“Aún no”, 19).

La puerta del adiós es, sin duda, una reafirmación del amor por la existencia del poeta desde la perspectiva de un hombre que la concibe con la visión de su plenitud pasada y, al mismo tiempo, con la provisionalidad que le depara su madurez presente: “Este poema lo habitan / las horas de fragancia / y la melancolía / del tiempo que se apaga” (“El vacío”, 69). De ahí que un consuelo reiterado en La puerta del adiós sea el deseo de permanencia, que el poeta encuentra en la perennidad de sus versos: “Desoyendo el lamento / de voces desgarradas / seguiré aquí, al socaire / de la canción del alba / que eterniza en el verso / la luz de las palabras” (“Al socaire”, 55).

asalgueroc

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