El comentario del poemario De la Otra ribera lo elaboré cuando el autor tuvo el detalle de enviarme el libro recién editado y, como solo se lo mandé a él y ahora sigue teniendo vigencia, lo divulgo en mi blog porque creo que puede venir bien a quienes sean lectores activos de libros enjundiosos, cuyos autores sean poetas y, además, pensadores como Luciano Feria, que escriban libros con una densa hondura (El instante en la orilla, Fábula del terco, De la otra ribera, poemarios, y El lugar de la cita, novela recientemente editada que hace poco he acabado gustosamente de leer).
Por este motivo, la lectura de De la otra ribera lleva más tiempo del que espera el lector porque es un libro intenso con una forma original de exponer el poeta sus reflexiones, porque sitúa su expresión entre el versículo y la prosa poética, entre la poesía y la filosofía, que es la forma de reflexión natural del que indaga sobre la existencia. Con este método Luciano Feria consigue distanciar su poemario de la pura literatura sin caer en una expresión desprovista de ella. Es decir, existe un equilibrio formal, que sostiene la dulce y cercana expresión en unos límites que la mantienen entre el sentimentalismo lírico y el drama existencial, en cuya trampa suelen caer los poetas de hoy.
Otro valor que encuentro en De la otra ribera es que dosifica sabiamente las referencias cotidianas de su existir con las alusiones intelectuales, en las que se apoya para justificar sus conjeturas vitales. Y es que se trata de un discurso muy eficaz, que lleva al lector a implicarse en su interpretación, pues el poeta queda preguntas en el aire con las que invita al lector a reflexionar y a esforzarse mentalmente para contestarlas.
Este sabio procedimiento de implicación del lector utilizado por Luciano Feria me ha incitado a comentar determinados momentos de su sugerente poemario, empezando por Este libro ha de ser pronunciado por quien no quise ser: No creo que nadie haya conseguido ser exactamente lo que siempre quiso, porque hay circunstancias inmanejables que a todos desbordan e impiden parecerse totalmente a quien se piensa ser. De todas formas es positivo que esto suceda, porque si no la vida sería una pura y triste predestinación.
Yo creía que iba a morirme joven / como mi padre: Es un fantasma del pasado que condiciona la vida del poeta (este / cuerpo… / esta araña que tengo desde que yo era niño / o acaso desde que murió mi padre…) y unas veces lo lleva al escepticismo y otras, por necesidad, a la creencia (no obstante es mejor no obsesionarse, porque hay mucha gente que tiene todas las razones para morir joven y, sin embargo, llegan a mayores).
La primera meoria del poeta (los de Astenái) son muy agradables (ropa blanca, hora del alba… transparencia… primavera o verano… huelo… siento… mi abuela blanca, geranios… ojos llenos de amor”) debido al recuerdo de la armonía familiar (mi madre hace la cena… son redondos los bolindres suaves … es invierno y ya me llega el olor a vida … ¡yo cerca de ti en el centro del mundo, padre!). Esas vivencias lo llevan al deseo realizable de ser libre, ser sin miedo / a la vida / ni a la oscuridad // estar en confianza.
No obstante el poeta se pregunta ¿Pero no fue la infancia época de claridad?y la respuesta es que no existe ninguna época de claridad en la vida, la muerte siempre está presente, sigilosa, acechante, irremisible. De ahí los miedos de la infancia, y de ahí: Es, en definitiva, la paradoja de la resurrección: volver a ser el niño que se ha liberado de la infancia, pero con la salvedad de que la resurrección, cualquier resurrección, tiene que pasar por la muerte…
“la verdad / es / va a darte / el ritmo / como una carta íntima / como un diario / sólo buscando tu autorrevelación / alzarte / por qué no / el más hondo conocimiento / encarnarlo / ser sabio, ser feliz / ya sin el miedo”: Es la búsqueda de la piedra filosofal. Jesús Delgado Valhondo, por ejemplo, la busca denodadamente primero en su interior, pero la soledad le resulta insufrible; después, sale al encuentro de los demás, pero se decepciona al comprobar que los otros no tienen interés alguno por las cuestiones trascendentes, pues viven inconscientemente la existencia sin hacerse preguntas y sin aceptar su compromiso de seres humanos por desidia y por comodidad. Finalmente tiene que huir: “Hombre que solo soy / cuerpo de no sé dónde / olvidado y atrás / y como todos voy / a una luz que me esconde / para siempre jamás”.
y es ésa quizá la más amarga (aunque previsible) de nuestras derrotas, pues qué difícil arrancar este conocimiento de no esperar la verdadera lluvia yo, hombre, como los surcos y los viejos olivos, los ríos, la piedra y los animales lentos, / sino sólo su símbolo: El ser humano es un elemento más de la naturaleza y, sin embargo, se ha apartado de ella, le ha vuelto la espalda olvidando su componente natural y sustituyéndolo por la artificialidad, que lo aleja cada vez más de sí mismo.
esta sombra, esta amarga pregunta eterna sobre la muerte: Quizás la respuesta se encuentre en que, como el ser humano se ha alejado de la naturaleza, no la tome como un hecho normal. El problema radica en que el ser humano no tiene capacidad para llenarse de vida, deja que la existencia pase por encima de él y lo natural es que él pasara por la existencia. Si cada persona se llenara de vida, la muerte sería un descanso necesario y perdería su dramatismo pero el ser humano, tristemente, no tiene capacidad para entenderla de esa manera y la concibe trágicamente.
Aprendí, con él, el valor irrenunciable de la imperfección: El primer relato de El Aleph de Borges se titula “El inmortal” y en él se pregunta si el ser humano soportaría la perfección de ser inmortal. Y es que quizás la vida tenga sentido porque es imperfecta, finita; en ella se puede comenzar, desarrollar y cerrar un proyecto existencial propio que, tediosamente, no terminaría nunca si el ser humano fuera inmortal. Y, sobre esto, dice irónicamente una leyenda aborigen: En el principio de los tiempos los seres humanos eran inmortales pero, cuando llegaban a la vejez, los achaques los abrumaban de tal manera que le pidieron a Dios que diera una solución a tan grave problema, y Dios se compadeció de ellos y les concedió… la mortalidad.
porque hay un niño que, jugando en el patio, permanece: Claro, permanece lo sencillo, lo natural, la vida sin circunstancias, sin tiempo. Pero esa permanencia no se sabe mantener después, ensimismado cada persona en sus quimeras (en su ego) que la van apartando poco a poco de la esencia de la vida, de esta peña resbalada de lluvia, este valle verde y amarillo cumplido, un árbol perfecto.
creo en el poema como un lugar de cita y hora festiva: El poema es quizás una de las pocas muestras de la escasa reflexión que realiza el ser humano sobre sí mismo y sobre su entorno. De ahí que una buena definición del poema sería calificarlo como “último refugio de los sentimientos”…
“-¡Astenái, Astenái!, cuéntanos cómo era la vastedad de la muerte, si hay en ella algún atisbo o una esperanza para la luz”: El problema del contenido de esta pregunta retórica es que la persona se olvida de vivir, mientras demanda respuestas complejas en un código descifrable, y así cae en un error como la idiotez última del presidente de EE.UU que ha asegurado sin pudor alguno que Dios protege a EE.UU. como si fuera un ente material. Dios es una abstracción que se escapa a la pobre capacidad intelectual de la mente humana. Entonces, ¿cómo pretende el ser humano llegar así a Dios?
temblando, sí, / como siempre que se me asoma al alma la esperanza: Tal como se enfoca hoy la concepción vital que termina con la muerte, la esperanza será siempre una decepción porque genera angustia. Tampoco calma volver la mirada atrás: cómo olía a goma y a frescura su escuela. Quizás la respuesta se encuentre en apreciar la magna aventura que es la vida como descubrimiento continuo (soy sobre todo sorpresa: sorpresa / de estar diciendo esto, / de haber llegado a esto), como asombro (decía Valhondo), pero cada persona se ocupa, egoístamente, de mirar hacia el final con un miedo atroz, y se olvida de disfrutar el camino para llegar a la meta plácidamente cansados y poder sentir el placer de descansar en paz a la llegada (“así que cuando morimos, descansamos” dice Manrique). Y quizás entonces sea que Todo, pues, continúa abierto, amigo y Al grano de mostaza / tal vez está llegándole el tiempo, la hora clara y maestra, / finalmente, / de la resurrección. Pero para alcanzarla es necesario pasar por la muerte, idea atroz para el ser humano que solo se atenúa si se concibe como una experiencia que forma parte de la vida.
dulce muchacho perplejo paralizado ante la irrealidad de la muerte: Uno de los grandes problemas del ser contemporáneo es trivializar todo y en ese todo incluye la muerte. Ese es el problema de hoy día, donde lo sagrado se convierte en banal. Es la trascendencia que siente el autor, mientras nota que su entorno lo frivoliza, pues a quién importa hoy el sentido trascendente de la muerte, si no se dispone de unos minutos para despedir a un amigo.
Y eso era el juego y eran los obstáculos y el aprendizaje, y esto, hoy, es la aventura del arte, el arte, el círculo cerrándose en torno de aquellos campos y de los recuerdos, y es el significado completo del aprendizaje: La gran paradoja es que la indagación lleva a la angustia, pues los lectores han podido comprobar cómo la mayoría de los pensadores han acabado, después de ahondar en sus reflexiones, más desesperanzados. También el artista, el poeta, pensadores en definitiva, suelen acabar desencantados como si descubrieran un abismo en lugar de la verdad. Y este extremo lo reconoce el Luciano Feria indirectamente cuando pregunta: ¿Y no ha sido quizás lo más hermoso del aprendizaje encarnar al significado gratuito de la esperanza?”.
Epopeya del conocimientoes la Literatura, aunque el poeta asegura del aprendizaje, que no es siempre amable: ¡Ay, vino oscuro, pan amargo del aprendizaje!.
¡Oh armonía, oh encuentro con el sí mismo que clamaba tanto tiempo en el fondo. Paz. La dulzura de un niño que va a su escuela. El instinto de huesos y articulaciones floreciendo en espíritu, metanoia. Oh pulso o viento agradable de la respiración tan vivo. Oh inmensa y milenaria majestad del sentido, pero ¿Cómo no acordarse con pesadumbre, de todo mi sufrimiento?: Es una contradicción existencial, que sitúa a la felicidad y al dolor en los extremos pero que, sin embargo, se intercambian con mucha facilidad y lo negativo suele prevalecer oscureciendo los momentos gratos. La existencia no es felizmente lineal sino que está jalonada por muchos obstáculos que se deben superar convirtiendo la vida en una constante prueba de resistencia y de superación.
En fin, leer un libro de Luciano Feria y, ahora en concreto, De la Otra ribera, siempre resulta un apasionante ejercicio espiritual, intelectual y humano, porque pone los interrogantes vitales delante de nuestro espejo interior, de nuestra conciencia.
asalgueroc