MICROGRAFÍAS de Irene Sánchez Carrón
(Madrid, Visor, 2018)
Supongo que si “biografía” es la “narración de la vida”, “micrografías” será la narración de las pequeñas vidas, es decir, de las pequeñeces, matices o pormenores que, aunque aparentemente nimios, por algún motivo y de alguna manera han marcado la existencia de la autora, que ahora los extrae de su memoria y reflexiona sobre ellos realizando un repaso evocador desde la distancia de los años vividos. Entendido así, Micrografías sería como un examen de conciencia de las experiencias claves sobre las que ha ido construyendo su vida: “Después / solo quedaron restos, / los tristes desperdicios del amor, / lazos, cajas vacías, envoltorios / […] / y un corazón confuso, / empapado en vino” (39).
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Este es el motivo de que la temática del poemario sea diversa y de que se asiente en vivencias pretéritas ocurridas desde la infancia a etapas vitales cercanas, en cuyo transcurso temporal la autora ha pasado del limbo de la niñez a notar el efecto negativo del cambio de las cosas y de su caducidad: “Alguna vez el rostro de la muerte / se mira en el espejo / de la vida / y el viajero de pronto ve unos ojos / asomarse a sus ojos, / una sombra / crecer sobre la luz.” (51). Y esta sutil preocupación es la que imprime unidad al libro que comienza con una dedicatoria in memoriam dirigida a su hermano a la que le siguen dos citas, que confirman tal extremo (“Como si no hubiese lugar donde guarecerse” de Olvido García Valdés”, 9, y “Oh, ¡si no tuviera miedo a la muerte” de Ingeborg Bachmann, 11), y poemas que advierten sobre la fragilidad de la existencia: “Un descuido y la agenda resbala de tus manos. / […] / Días desparramados por el suelo, / tareas esparcidas por la acera, / […] / Nombres desportillados, / direcciones marchitas, / planes hechos añicos. // ¿Cómo / recomponer tu vida?” (55).
De ahí que la poeta sienta la necesidad de transmitir su experiencia vital a su hijo, a quien muestra la esencia de la vida que palpita detrás de la realidad (“Atreverte / a introducir la mano. Y qué hacer / si tus dedos tropiezan / con la pelusa suave, / con los cuerpos calientes, con el latido inquieto de las crías”, 20), continuando un proceso parecido al que ancestralmente siguen los contadores de la historia de la tribu, que conservan y pasan la memoria de su grupo a las generaciones venideras con un afán de pervivencia. O también necesite dedicar un poema a su hermano, donde recuerda el abrazo a los árboles como un modo de conexión con la tierra (23), advierta a sus sobrinos cómo la vida se encuentra siempre sometida a contratiempos imprevistos (22) o, incluso, se atreva a airear miedos (12) y traumas vitales: “Y en las largas esperas aprendió, / con los brazos abiertos como alas, / que nada nos espera, / nada nos necesita” (13).
Quizás como contrapunto, la poeta incluye en Micrografíasabundantes e intensos poemas de amor real, intentando aferrarse a la existencia a través de algo nítidamente sentido como es la experiencia amorosa. Así estos poemas van dirigidos directamente a su marido, al que transmite su pasión evocando un sensual encuentro (“Estábamos bañándonos / y comenzó a llover. / […] / el tierno desconcierto de tus labios / me inundó de sabor a lluvia y río”, 33), entonando una bella canción de amigo (“Ay, Dios, / si supiera mi amigo / que ahora tengo miedo, / miedo a decir su nombre”, 57) y elaborando una conseguida imagen que describe a la perfección su arrebatado amor: “Llegaste / con el agua en los labios / cuando ya me marchaba // muerta de sed.” (60). Pero también plantea dudas sobre la consistencia y durabilidad de su relación amorosa, teniendo en cuenta la inestabilidad de las cosas: “La mañana siguiente desata en los relojes / de arena una tormenta. Quizá no vuelva a verte / […] / y todo sea ayer,” (31).
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Irene Sánchez Carrón |
Micrografías además es un poemario que mantiene un compromiso ético con el entorno denunciando la destrucción de la naturaleza (50), quejándose de la religión oficial que no conforta porque Dios no responde por ese medio terrenal (63) o arremetiendo contra el papel tradicionalmente sumiso de la mujer con poemas protagonizados por mujeres rebeldes que, hasta ahora paralizadas por la mitología, quieren controlar por sí mismas su existencia y resueltamente se liberan del sambenito con que las cargó la Historia: Eva renuncia al Paraíso para ser libre; Perséfore, diosa de la primavera, presiente la llegada del invierno (40); la bella durmiente no necesita al príncipe azul para despertar (41) y Penélope deja de esperar a Ulises porque quiere vivir su tiempo: “Contad, Musas, también esta verdad / que quizás el tiempo oculte / y decid que hace mucho que dejé de esperarle / para gozar sin límites cada minuto mío,” (66).
Por último, llama la atención que en Micrografíasabunden poemas que pueden ser clasificados de enigmáticos, pues tratan hechos de desconexión entre personas: “El se queda esperando el próximo autobús / y ella se aleja sola hacia el fin del trayecto” (21), simples casualidades: “a veces / de pronto / sucede / que uno de los impactos / agrieta sin remedio / tu dura resistencia de cristal” (22), sucesos inexplicables: “Al principio temía encontrarlo en la puerta / al salir a la calle. Pero pasan los meses / y no sucede nada. / Sin ir más lejos, hoy / ha llamado de nuevo. / Por eso te lo cuento” (45) o el paso fugaz del tiempo: “Por la puerta entornada / huye el tiempo veloz, la luz se extingue. // Un final / como tantos finales (62). En todos ellos se trasluce una intranquilidad del yo poético que planea sobre el conjunto del poemario: la inestabilidad de la existencia.
asalgueroc