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LA SORPRESA DE LO HUMANO de Faustino Lobato

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(Badajoz, Fundación CB, 2018)

El poemario contiene el júbilo del poeta ante el impacto positivo que produjo en su ánimo y en su vida el nacimiento de su hijo al contar con una nueva presencia humana en su casa y más cuando era consciente de que tenía una edad avanzada para ser padre: “Cuando la ternura toma cuerpo / y el aire se respira entre sueños, / la vida tiene / un / nombre, / Ro / dri /go.” (21).

Y no solo la presencia, sino todo lo que ella conlleva por tratarse de un minúsculo ser humano que protesta, toma el bibe, llora, hace pis y caca, grita, crece a ojos vista, requiere atención constante…, es decir, “la sorpresa de lo humano”. Una novedosa y estresante situación que llega incluso a cambiar los planteamientos de la vida familiar que se ve obligada a reconsiderar muchos aspectos: “la paternidad que me hace crecer hacia dentro. / […] / esta gana de vivir en un continuo empezar / desde cero.” (14).

El poeta entonces toma conciencia de la realidad que hasta ahora había vivido de un modo inconsciente, ensimismado en su laberinto cotidiano, y cambia su forma de ver la existencia a un modo más humano y más agitado, pero menos angustioso, atareado en atender a Rodrigo, ahora epicentro de la casa: “Desde que el tendal con ropa infantil / ahogó la visión de los geranios / y el balbuceo de un ba-ba-ba / se confunde con las voces de la radio, / el cotidiano toma el nombre de Rodrigo / y no existe otra realidad más que la suya,” (35).

Rodrigo trae la alegría al hogar con una inconsciente hiperactividad que le provoca risas, caídas, gritos y llantos. Es un revoltillo lleno de gracia y de vida que consigue hacer olvidar al poeta los contratiempos de la existencia, que se vuelve mucho más grata a pesar de que no resulta más cómoda: “Un ímpetu maravilloso, difícil de contener / que devora el dolor / de soles y mañanas.” (54).


La sorpresa delo humano se conforma como un repaso pormenorizado de cada etapa de la vida de Rodrigo que acaba de cumplir, cuando el padre escribe el libro, cuatro añitos. Así el poemario sigue el discurrir vital del niño desde la misma concepción al momento en que el padre-poeta compone el libro.

La espera (17), el parto (20), el nacimiento (21), el crecimiento (“En el momento que los biberones / ocuparon las estanterías de la cocina / […] / tomé conciencia de que un trozo / de realidad se había colado / por la puerta grande de mi casa. / Entonces, / solo / entonces, / la sorpresa me devolvió / a lo humano”, 23), el sacrificio y la paciencia (25), la evolución expresiva (27) y lingüística (“Un cosmos de bisbiseos / que mañana serán / sílabas / de amor, / odio / o / es / pe / ran / za.”, 34), los juegos (38), el gatear y andar (40), el habla y las preguntas (“Miras y ordenas con rapidez, / mientras los verbos se atascan / en tus labios / con frases que quieren decirlo todo, / sin llegar a completar nada.”, 66), la rebeldía (73) y el colegio, donde el niño conecta con la dura realidad de pertenecer a un frío sistema (“Hace unos meses has comenzado a despertar a las manías del sistema, a las madrugadas infames que desvelan tu sueño de duendes y aventuras.”, 77).

No obstante, aunque el poemario está ilustrado con unos simpáticos dibujos del pintor en ciernes Rodrigo Lobato y cuenta con un estilo ágil, cálido, abierto e, incluso, desenfadado, el ambiente que envuelve las peripecias del vitalista Rodrigo y la resignada paciencia paterna y materna, se encuentra impregnado de la intranquilidad del poeta por el paso del tiempo, consciente de que los muchos años de diferencia existentes entre ellos más pronto que tarde los separará: “Descubro que el tiempo es cruel. / Menguo y Rodrigo / crece. / Una carrera imparable.” (86).

asalgueroc










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