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EL FRANCOTIRADOR PACIENTE
de Arturo Pérez-Reverte
(Madrid, Alfaguara, 2013)

Es un libro que me ha gustado, pues recoge muy bien la filosofía de los grafiteros. La protagonista busca a Sniper, el francotirador paciente, llamado así porque remataba sus obras callejeras con el símbolo de una mira telescópica, entra en contacto con él y mantiene unas interesantes conversaciones sobre el arte actual, cuya síntesis es la siguiente: “En una sociedad que todo lo domestica, compra y hace suyo, el arte actual sólo puede ser libre, el arte libre sólo puede realizarse en la calle, el arte en la calle sólo puede ser ilegal, y el arte ilegal sólo se mueve en un territorio ajeno a los valores que la sociedad actual impone. Nunca como ahora fue verdad la vieja afirmación de que la auténtica obra de arte está por encima de las leyes sociales y morales de su tiempo” (Sniper, 127).

Portada de El francotirador pacienteEl arte es un negocio urdido por unos cuantos listos que han sabido deducir su potencial económico y, para ello,  adulteran convenientemente el marketing y utilizan la necedad de los que no advierten su farsa: ““El arte sólo sirve cuando tiene que ver con la vida” (Sniper, 238). El arte actual es un fraude gigantesco. Una desgracia. Objetos sin valor sobrevalorados por idiotas y por tenderos de élite que se llaman galeristas con sus cómplices a sueldo, que son los medios y los críticos influyentes que pueden encumbrar a cualquiera, o destruirlo. Antes eran los comitentes los que determinaban el asunto, y ahora son los compradores quienes determinan los precios en las subastas. Al final todo se reduce a reunir unos cuantos euros. Como en todo lo demás. Es repugnante la apropiación del mercado por parte de los cuervos del mercado. En este tiempo, un artista es, lo sea o  no, quien obtiene su certificado de los críticos y de la mafia de galeristas que pueden impulsar o destruir su carrera. Secundados por los estúpidos compradores que se dejan convencer” (Sniper, 239).

El arte se encuentra en la calle a la vista de todos y no solo de unos cuantos privilegiados, que se apartan de las miradas indiscretas de la masa en galerías para ricos donde les ofrecen, entre copas de champán, arte como un simple producto comercial: “La calle es el lugar donde estoy condenado a vivir. A pasar mis días. Aunque no quiera. Por eso la calle acaba siendo más mi casa que mi propia casa. Las calles son el arte... El arte sirve para despertarnos los sentidos y la inteligencia y para lanzarnos un desafío. Si yo soy un artista y estoy en la calle, cualquier cosa que haga o incite a hacer será arte. El arte no es un producto, sino una actividad. Un paseo por la calle es más excitante que cualquier obra de arte” (Sniper, 239).

El arte verdadero es la manifestación espontánea de la creatividad, cuyo soporte debía ser toda la ciudad que, de esa manera, rompería su monótono aspecto y ganaría en dinamismo: “Imagina una ciudad donde no hubiera policías ni críticos de arte ni galerías ni museos... Unas calles donde cada cual pudiera exponer lo que quisiera, pintar lo que quisiera y donde quisiera. Una ciudad de colores, de impactos, de frases, de pensamientos que harían pensar, de mensajes reales de vida. Una especie de fiesta urbana donde todos estuvieran invitados y nadie quedase excluido jamás. Esta sociedad te deja pocas opciones para coger las armas. Así que yo cojo botes de pintura. El grafiti es la guerrila del arte” (Sniper, 240).

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Arturo Pérez-Reverte
Al grafiti se le persigue porque ensucia la ciudad, pero la ciudad es un lugar con mal aspecto a causa de los carteles, la polución, los luminosos, las señales de tráfico... que la afean: “Es un enfoque demasiado radical. El arte aún tiene que ver con la belleza. Y con las ideas (Lex). Ya no... Ahora el único arte posible, honrado, es un ajuste de cuentas. Las calles son el lienzo. Decir que sin grafiti estarían limpias es mentira. Las ciudades están envenenadas. Mancha el humo de los coches y mancha la contaminación, todo está lleno de carteles con gente incitándote a comprar cosas o a votar por alguien, las puertas de las tiendas están llemas de pegatinas de tarjetas de crédito, hay vallas publicitarias, anuncios de películas, cámaras que violan nuestra intimidad... ¿Por qué nadie llama vándalos a los partidos políticos que llenan las paredes con su basura en vísperas de elecciones? (Sniper)” (240-241).

El grafiti es un medio para denunciar la insensatez que muestra no pocas veces el ser humano: “¿Sabes cuál es mi próximo proyecto? Mandar a cuantos escritores pueda a pintar el costado de ese trasatlántico monstruoso que encalló hace un año lleno de pasajeros, y todavía yace sobre las rocas de una isla italiana... Todo bajo una frase: tenemos los Titacnic que merecemos... Mandarlos a decorar en colores y platas, en una sola noche, ese monumento a la irresponsabilidad, la inconsciencia y la estupidez humana. El grafito es el único arte vivo. Hoy, con Internet, unos pocos trazos de aerosol pueden convertirse en icono mundial a las tres horas de ser fotografiados en un suburbio de Los Ángeles o Nairobi... El grafiti es la obra de arte más honrada, porque quien la hace no la disfruta. No tiene la perversión del mercado. Es un disparo asocial que golpea en la médula. Y aunque más tarde el artista se acabe vendiendo, la obra hecha en la calle sigue allí y no se vende nunca. Se destruye tal vez, pero no se vende” (Sniper, 241-242).

La actividad del ser humano conservador, que vive en el primer mundo, se ha vulgarizado de tal manera que solo piensa en comprar:“Las ciudades de todo el planeta están llenas de gente que va de un lugar a otro en vuelos baratos para comprar las mismas prendas que a diario puede ver expuestas en los comercios de la calle donde vive. El mundo entero es una tienda de ropa. O quizá, simplemente, una inmensa, innecesaria y absurda tienda” (Lex, 275).

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Un grafitero en acción
El arte grafitero pretende conmocionar al espectador con el fin de hacerlo reaccionar contra la agresión que sufre por la lluvia de mensajes que lo entontecen: “Un bombardeo continuo de imágenes destinadas a manipular al espectador ha borrado las fronteras entre lo real y lo falso... Lo mío devuelve con su tragedia el sentido de lo real” (Sniper, justificando que sus propuestas arriesgadas, que eran seguidas por numerosos grafiteros, provocaran muertes al realizarlas, 290).

El arte actual es una moda adocenada que no emociona; el arte del grafiti crea, sin embargo, una pasión auténtica que vuelve a conmover al creador y al espectador: “El arte moderno no es cultura. Sólo moda social. Es una enorme mentira, una ficción para privilegiados millonarios y para estúpidos, y muchas veces para privilegiados millonarios estúpidos... Es un comercio y una falsedad absoluta. [...] A este arte [al del grafiti] sólo lo justifica la tragedia. Pagar por el arte lo que no se paga con dinero. Lo que no puede ser juzgado por la crítica convencional ni llevado a las galerías ni a los museos. Aquello de lo que no podrán apropiarse nunca: el horror de la vida. La regla implacable. Eso vuelve a hacerlo digno... Esa clase de obras no pueden mentir nunca” (Sniper, 291).

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Vagones de metro pintados por grafiteros
Pero la conclusión de las reflexiones de esta novela es que un arte que apasione no puede generar muerte y, por tanto, no debe ser admitido como recambio de un arte crematístico, hipócrita y elitista: “Voy a contarte una historia de una muchacha. Que poseía esa inocencia en la que tú no crees. Y que me dejó impresos sentimientos en los que tampoco crees. Se llamaba Lita y tenía los ojos dulces. Creía en todo lo que puede creerse a los 18 años: en el ser humano, en la sonrisa de los niños y de los delfines, en la luz que dora los cabellos de alguien a quien amas, en los ladridos de un cachorrillo que cuando crezca será un perro leal hasta la muerte. Ella era inteligente y sensible. Gemía de noche, dormida, como los niños cuando sueñan. Y era escritora de paredes. Salía de noche a la calle para dejar constancia allí de la mirada que, desde su ternura, proyectaba sobre el mundo. [...] Yo amaba a Lita. Me esforzaba cada día en orientarla hacia mí. En sustituir poco a poco, con lo que yo podía darle, aquella melancolía suya. Esa singular desesperación que la acometía a veces, toda su conmovedora inocencia traicionada por la imprecisa justicia de la vida real. [...] Planteaste un desafío... Una de esas intervenciones como tú las llamabas. Algo difícil. Algo que convirtiera el arte banal en algo serio. Que lo autentificase. Algo para sentir el peligro. La tragedia. [...] Dos chicos muertos: Lita y su compañero. Cayeron desde arriba cuando intentaban descolgarse con cuerdas de montañero para pintar la pared de ese depósito. Por sugerencia tuya. Para, en tus palabras de hace un momento, denunciar las contradicciones de nuestro tiempo. [...] Hiciste arte auténtico, desde luego... Dos chicos estrellados abajo, al pie de tu propuesta. ¿Cuántas balas disparaste a la cabeza? [...] También en esto te equivocaste, francotirador” (Alex, 292-296).

El final de la novela impacta, porque la protagonista teóricamente buscaba a Sniper para hacer un reportaje sobre el grafiti. Pero guardaba un secreto que hará sorprendente el desenlace que no te voy a contar, amable lector, para no fastidiarte el placer de conocerlo por ti mismo.

asalgueroc (26-7-16)

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