NOTAS PARA NO ESCONDER LA LUZ de Faustino Lobato
(Valencia, Olé Libros, 2019)
Se trata de un denso poemario que es necesario releer con detenimiento, pues su autor usa un original modo de exposición surrealista con un tono filosófico-oracional y una estructura tripartita, que combina los textos introductorios de cada parte, denominadas “Notas al margen” y “Notas en los márgenes”, que luego se escinden en versos independientes para introducir los poemas que constituyen el poemario.
Además NOTAS PARA NO ESCONDER LA LUZ es un libro complejo, pues contiene hondas elucubraciones metafísicas, relacionadas con la luz, esa energía que vivifica lo que es inerte en la oscuridad e imprime vida a todo, incluido el poeta: “Toma nombre la luz en la solemnidad del alba… traza presencias… […] La luz calma las heridas... convierte la realidad en verbo transitivo del color…” (16-19).
Y la luz da vida no solo a lo externo sino más bien (y esto es lo que más interesa al poeta) a su ser interior. O sea, que la luz le resulta un elemento purificador que lo sana emocionalmente y, al mismo tiempo, nutre su espíritu: “La luz rehace mi existencia […] alimenta el ritmo del alma” (27).
Pero a la vez la luz también le descubre su imperfecta condición y, aún más, su vulnerabilidad ante el tiempo y, lo peor de todo, su impotencia intelectual (“ese vértigo de no saber”, 33), para alcanzar respuestas de la divinidad a estos enigmas existenciales: “la angustia de no encontrar el Paraíso” (31).
De ahí que la luz no sea tan vivificadora como en un primer momento piensa el poeta, pues en la claridad se revelan sus carencias (“La luz rompe la falacia de las prisas”, 35) y, por este motivo, necesita la oscuridad y experimentar una existencia sin pensar en lo que le depara el fin de su ciclo vital (“La locura de vivir sin aceptar el destino.”, 37).
Así, expresiones en un principio positivas, como “Somos luz, claridad, / memoria que huye de la farsa del tiempo.” (43), ocultan una doble debilidad como ser humano: su carácter frágil y fugaz como la luz. No obstante, exceptuando esas deficiencias, la luz es para el poeta lo que da sentido al mundo (“La luz salva el color de las cosas.”, 45). Pero la luz con su transparencia también pone al descubierto sus altibajos emocionales que, como ser humano, sufre cuando la luz es oscurecida por las sombras de la existencia (“Unos nubarrones / esbozan el horizonte. // […] // Una sombra de olas / espanta la tristeza. ”, 49).
Luego el poeta también tiene que bregar con la difícil relación con los otros, que suele ser complicada por la propia imperfección del ser humano (“Arrastran dolores”, 53) y por la forma errónea de enfocar sus vidas deshumanizadas (“que alimentan prisas, / sombras de raras figuras, / anónimas.”, 53), que solo encuentran sentido en el poema que desea componer el poeta como indica en tres momentos, "Inspiración", "Poema" y "Musa", situados estratégicamente en el discurrir del poemario (“descubrir, ahí, / […] / el esplendor de los adverbios.”, 55). Así el mediodía, pletórico de luz, acaba siendo un espacio apropiado para el exorcismo purificador, pues “vomita los estragos del alma” (63).
Finalmente la luz se va al atardecer entre tonos naranjas, las vivencias diarias quedan atrás, se oculta la realidad, perviven los sonidos de fondo y deviene un momento apropiado para convertir un poema en oración y congeniar el sexo con el amor y el amor con la muerte. Y también para expresar la intranquilidad por el paso del tiempo y manifestar el temor a despertar al nuevo día para repetir de nuevo la monotonía de una existencia insulsa (“Un gesto de piedad me une a ti / y me mantiene en el poema / invadiendo de formas invisibles / el hastío de los días”, 89).
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