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PRESENTACIÓN de Mérida abarcable (1950-1960)

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PRESENTACIÓN

de

Mérida abarcable (1950-1960)



INVITACIÓN






BIENVENIDA




Buenas noches, querida familia, estimados amigos y apreciados asistentes. Soy Antonio Salguero Carvajal, autor de Mérida abarcable (1950-1960). ¡Bienvenidos a su presentación en el Día de la Biblioteca, que me recuerda este bello texto de Jesús Delgado Valhondo sobre los libros y el lugar donde cálidamente se guardan:


¡UN LIBRO ES UN MONUMENTO. 

MUCHOS LIBROS, UNA CIUDAD MONUMENTAL; UN MUNDO.

UNA BIBLIOTECA ES UN UNIVERSO!”.



PRESENTACIÓN DE JOSÉ LUIS DE LA BARRERA POR ASC



Dicho esto, paso a ocuparme del presentador que es José Luis de la Barrera Antón, aquí presente. Emeritense de pura cepa, realiza sus primeros estudios en instituciones educativas muy arraigadas en la ciudad como las Josefinas, los Salesianos y el instituto Santa Eulalia. También, extremeño de corazón, estudia en la Universidad de Extremadura, donde se licencia en Historia Antigua y después se doctora en Prehistoria y Arqueología.

Posteriormente vuelve a su ciudad, donde ejerce de conservador del Museo Nacional de Arte Romano y desarrolla una actividad profesional, que combina la organización de actividades en el Museo con ponencias en Jornadas, Coloquios, Seminarios y Cursos de Verano, generalmente internacionales; con la excavación arqueológica y con una intensa labor investigadora, que se materializa en abundantes trabajos, artículos y libros no solo de la colonia Augusta Emerita sino también de la Mérida contemporánea como Estampas de la Mérida de ayer (1999)





La decoración arquitectónica de los foros de Augusta Emerita
(2000)






Memorias y olvidos en la historia de Mérida (2006)



Arrecifes del tiempo (2014)




Mérida. Crónicas de un pueblo (2016)



Todos son libros pulcramente presentados e investigados debido a su buen gusto estético, a su laborioso esfuerzo y a su certera palabra. Leer un libro de José Luis de la Barrera para mí supone viajar en una máquina del tiempo que no me miente; tanta es la confianza de calidad que me transmite.

Por los méritos citados, se le ha distinguido con el título de Académico de la Real Academia de la Historia. Hoy José Luis de la Barrera Antón se encuentra con nosotros en calidad de presentador de Mérida abarcable (1950-1960), motivo por el cual le cedo con mucho gusto la palabra.


PONENCIA DE JOSÉ LUIS DE LA BARRERA




"Pocos lugares como éste en que nos hallamos pueden ser tan indicados para presentar un libro que trata sobre Mérida y los emeritenses.

Y más aún si dicha presentación en la Biblioteca Pública viene a coincidir felizmente con una efeméride (la celebración del Día Internacional de las Bibliotecas) y un aniversario. En efecto, el 8 de marzo de 1948, a las once de la mañana, abría por vez primera las puertas esta Biblioteca, bautizada con el nombre de “Juan Pablo Forner” en honor de aquel emeritense ilustre del siglo XVIII, gloria de las letras patrias. Fue ubicada en un vetusto edificio del siglo XVI, todavía milagrosamente en uso en la calle del Puente, conocido como “Casa de Carnicerías”; un edificio levantado en tiempos del Gobernador Álvarez de Meneses, cuyo blasón, junto con el de Carlos V y el de la Provincia de León, al que pertenecía entonces Extremadura, campea en la fachada. Se cumplen, pues, este año de 2018, nada menos que 70 años de aquella inauguración no oficial.

Pues bien, en la sala de lectura de aquella vieja Biblioteca de resabios monacales, austera y severa como una pintura de Gutiérrez Solana o un escrito del primer Aldecoa, se gestó un Patronato que, junto con otras instituciones de la época (como el Liceo, el Instituto de Segunda Enseñanza o el Museo Arqueológico) e iniciativas particulares (como las celebradas tertulias literarias del tipo “Bodegón de la Victoria” o “Plasmón”), mantuvo viva la llama de la cultura en la ciudad durante décadas.

Será precisamente gracias al mecenazgo del Presidente de Honor del Patronato de la Biblioteca y Director del Matadero, don José Fernández López (que había realizado una generosa donación de 1411 volúmenes) cuando se ponga en marcha una iniciativa del mayor interés: la publicación de un Semanario que, con el nombre de “Mérida”, venía a dar satisfacción al anhelo de un grupo de intelectuales de difundir la realidad más candente y rescatar páginas de una historia fecunda y desconocida para el gran público.

Este Semanario, comandado por los Sres. Sáenz de Buruaga –arqueólogo, archivero y bibliotecario– y Rabanal Brito –periodista­–, llegó a tirar, ahí es nada, 110 números, entre el 27 de diciembre de 1952 y el 29 de enero de 1955. El Semanario “Mérida” no sólo constituyó el cordón umbilical que unía a los emeritenses con su entorno más inmediato, sino que, al mismo tiempo, contribuyó a dar a conocer el rico pasado histórico-artístico y literario de Mérida. Cuando terminó su andadura, en sus cientos de páginas salidas de las prensas de la Imprenta Rodríguez, se había ido condensando tanta información que, andando el tiempo, llegaría a convertirse en una fuente primordial para el conocimiento de la Mérida de aquellos años.

Y así lo entendió Antonio Salguero que, tras el expurgo del Semanario y de otras publicaciones coetáneas como las Revistas de Feria, “Olalla” y “Gévora”, le permitió acopiar un caudal de noticias y datos que con pericia supo engarzar y articular en treinta capítulos para presentarlos de una manera amena y cercana.

Tan cercana como era aquella Mérida de la década de los Cincuenta, década en la que el autor y este modesto presentador nacieron.

Una Mérida en la que el alumbramiento de un niño, el enlace nupcial de una pareja o el óbito de un vecino se anunciaban para general conocimiento. Porque, en aquella Mérida “de sol y melancolía” que dijera don Alonso Zamora Vicente, Secretario de la Real Academia de la Lengua y profesor en el Instituto emeritense –entonces ubicado en un caserón de la calle Moreno de Vargas–, todo el mundo se conocía.

Una Mérida cercana, sí, en la que pasear por la calle Santa Eulalia, la Plaza, la Rambla o el Parque de los Enamorados, era un continuo saludarse entre viandantes.

Una Mérida que veía pasar las horas con la monotonía de un cangilón de noria o la parsimonia de las recuas de burros areneros, que nuestro egregio poeta Rufino Félix ha reflejado en más de un escrito, y nuestro autor refiere.

Una Mérida de cielos límpidos surcados por los flechados vencejos, por las tan queridas y, si se nos permite la expresión, tan emeritenses cigüeñas.

Una Mérida de tascas y pregones mañaneros.

Una Mérida de fiestas de guardar, religiosamente observadas, como correspondía a una época marcadamente impregnada del nacional-catolicismo imperante.

Una Mérida en la que el tañido de las campanas se oía sin dificultad en cualquier punto de la ciudad y de fuera de ella, porque el tráfico rodado apenas si se dejaba sentir.

Una Mérida, en definitiva, cercana y abarcable porque, como bien dice Salguero parafraseando a Rufino Félix, “cabía en el alma”.

A lo largo de las casi doscientas páginas del libro escritas por Salguero, se nos ofrece un cumplido retablo de la vida cotidiana emeritense de la década de los Cincuenta; un tiempo que se nos antoja crucial para los destinos de la ciudad, ya que marca el inicio de la gran transformación urbanística que pretendía hacer de Mérida esa “Mérida del Porvenir”, la “Gran Mérida” como se decía en los círculos oficiales.

Y no es extraño que al alborear la década, un 18 de julio de 1950, Fiesta de la Exaltación del Trabajo en el calendario festivo franquista, se anunciara a bombo y platillo (y nunca mejor dicho porque llegó a actuar la Banda Municipal en el evento), la demolición del barrio de Tenerías, que daba fachada (mísera fachada) al Guadiana. Con ello se pretendía crear también una “Gran Avenida”, como entonces se catalogaba, de la que tan necesitada estaba Mérida, aunque ésta bien se hiciera esperar, pues todos recordamos, en los años setenta, la escombrera que eran los taludes que caían al río.

Esta intervención urbanística será la punta de lanza de otras que vendrán después, entre las cuales la que supuso el desmantelamiento del “Barrio Bizcocho”. Si la meta era cambiar radicalmente la fisonomía urbana de Mérida para hacer de ella una ciudad moderna en toda regla, había que extender el radio de acción a toda la población. Y como en el amor y la guerra, también aquí todo valía con tal de alcanzar el objetivo. En este sentido, recuerdo una anécdota que me contó mi padre: El alcalde don Francisco López de Ayala y García de Blanes le citó en su despacho de alcaldía y le encargó la realización de un reportaje fotográfico con que ilustrar un expediente que iba a presentar al Ministro del ramo, el Conde de Vallellano, para allegar fondos con los que derribar las infraviviendas. Y como quiera que unas chabolas de otras estuvieran algo distanciadas entre sí, le pidió si podía hacer una pequeña trampa en el laboratorio para presentarlas de forma agrupada, formando un núcleo más homogéneo, menos diseminado del que en realidad constituía. Esta pequeña añagaza ayudó a que el Proyecto municipal fuera aprobado y, por aquello del “do ut des” latino  tan frecuente en la época, (o en todas las épocas) sirvió para que el Ministro fuera nombrado Hijo Adoptivo de la Ciudad.

Los Cincuenta es el momento de la desaparición de aquellos viejos barrios y del nacimiento de otros, bien con carácter oficial (como “el barrio de la carretera de Madrid”, luego de Las Sindicales; el de la República Argentina o el de San Antonio), bien privado, como San Bartolomé, conocido popularmente como el “de los chinos”. Pero todos nacían con un déficit importante a nivel de infraestructuras. Son esos “problemas apremiantes” como certeramente los cataloga Salguero: Faltas de viviendas sociales (entonces llamadas “viviendas baratas”), de infraestructuras sanitarias y de alumbrado público, entre otros.

Hoy nos parece impensable que hasta esa década no se adoquinaran calles tan céntricas y concurridas como José Antonio (hoy Cervantes), en 1952, o Comandante Castejón (antes San Andrés y ahora John Lennon), Cava, Teniente Coronel Asensio (la calle del Puente), Romero Leal o Félix Valverde Lillo. Al haberse cerrado al tráfico la calle Santa Eulalia, los adoquines ya no serían levantados por los vehículos, por lo que se optó por sustituirlos por un pavimento de tipo hidráulico. El solado granítico de la Plaza de España quedará inmutable por algunos años, para desgracia de los niños de entonces, que nos zaleábamos las rodillas cada vez que nos caíamos. Y una calle tan céntrica como Arzobispo Mausona no se abrió hasta 1953 para conectar la calle Calvo Sotelo (la del Cine María Luisa) con Teniente Coronel Yagüe, hoy Almendralejo.

Y entre aquellos déficits, el muy importante del alumbrado público. Hasta el 30 de abril de 1953, según se recoge en un acta municipal, no se aprobará por el Ayuntamiento la extensión del tendido eléctrico a la precitada calle Arzobispo Mausona y a la Barriada de la República Argentina. Por su parte, la barriada que empieza a formarse más allá del circo carecerá de luz eléctrica: tan sólo unos postes de cuando en cuando y unas débiles bombillas alumbran el paso de los vecinos desde el “Parque de Abajo” hasta San Lázaro. Desde aquí y hasta La Antigua debían alumbrarse con linternas para evitar tropezarse o meter el pie en un socavón.

Dos factores muy bien analizados por Salguero en su libro, ayudarán sobremanera al despegue de la ciudad: el “Plan Badajoz” y la generalización del fenómeno turístico.

La década comprendida entre 1950 y 1960 es la década de la ilusión, la del ansiado incremento demográfico. En esos diez años, Mérida suma mil habitantes por año, el doble de lo que sumará en la década siguiente. Se sueña con llegar a los cien mil habitantes, como si ello fuera empresa fácil. ¡Con tal optimismo se veía el futuro de la ciudad!

Son años en que se relanza el Festival de Teatro Clásico; años en que el eximio poeta emeritense don Félix Valverde Grimaldi organiza Certámenes poéticos, que concitan en la ciudad figuras literarias de prestigio. Aquí morarán o laborarán importantes personalidades de la cultura, como don Jesús Delgado Valhondo (de cuya obra literaria nuestro autor, Antonio Salguero es el mayor especialista), don Santos Díaz Santillana, doña Ana Finch, don Manuel Sanabria, don Antonio López Martínez, don Demetrio Barrero, don Carlos Fernández Ruano, don Rafael Rufino Félix y tantos otros que sería imposible relacionar aquí y ahora.

Se lucha denodadamente por dejar atrás los oscuros años de la inmediata posguerra, por echar por la borda viejos rencores, por abandonar sempiternos resquemores, por dejar atrás esa subsistencia autárquica que tan bien pintara Camilo José Cela en su novela La Colmena.

En la década de los Cincuenta, el Estado español se esfuerza por abrirse de nuevo al mundo y Mérida, en tanto que parte de él, hará lo propio. Su mejor carta de presentación será la impresionante nómina de monumentos antiguos.

Gerard Brenan, el famoso hispanista, visitó Mérida en dos momentos cronológicos distintos, con un hiato de una quincena de años (antes y después de la guerra civil) y pudo percibir con sus propios ojos el cambio operado en la ciudad, en un momento en que el Matadero era el buque insignia de una pléyade de empresas e industrias que progresivamente se irán instalando en la ciudad. Pero, al igual que Brenan, cientos de turistas visitarán Mérida. El turismo se dispara y a comienzos de los Cincuenta ya se intuía que, junto con las industrias, debía ser el motor de la economía emeritense. Al Parador de Turismo llegarán turistas de todos los países y se pugnaba por establecer en la Plaza Queipo de Llano (donde el Parador) una Oficina de Turismo. Se pretendía dar la imagen de una ciudad moderna, para lo cual era perentorio dotarla de infraestructura básica: “El buen turista (se decía) necesita organizarse; no basta con nuestra proverbial amabilidad, ni mucho menos con los improvisados cicerones, entre los que abundan los gitanos, todo lo colorista que se quiera, eso sí, pero negativos al fin”. Cicerones como el que acompañara en su visita a Mérida a Mariano José de Larra o ese literario “Robustillo” que trae a colación Salguero y que formaba parte de ese aguafuerte costumbrista emeritense al que el autor dedica un capítulo.

Con todo, lo que se buscaba era recuperar el tiempo perdido, que para nuestra ciudad podía cifrarse en varios años. En 1955 visitó la ciudad el periodista inglés Henry V. Morton, el cual, paseando por la ciudad, se topó con dos mozalbetes provistos de sendos cartelones (seguramente pintados por Josán o Carbajo, aunque nunca lo sepamos) que anunciaban la película “El final de la leyenda”. Estrenada en 1950, había tenido que pasar un lustro para que se exhibiera en las sala del cine Liceo. Y otro tanto cabría decir de “Lo que el viento se llevó”, la superproducción hollywoodiense por antonomasia, que fue proyectada por vez primera en 1939 y aquí no llegó hasta 1954, como pone de manifiesto Salguero.

No quisiera terminar sin agradecer al amigo Antonio Salguero la oportunidad que me brindó de leer en primicia su manuscrito, para que, tal y como había hecho en otras ocasiones con otros libros suyos, pudiera asesorarle históricamente. También la gentileza que ha tenido en invitarme a presentarlo públicamente. Y yo, desde aquí, quiero animar a todos a disfrutar de la lectura apasionada de este libro tan nuestro; para que no tenga que venir nadie de fuera a enseñarnos nuestra propia historia reciente, la que vivieron nuestros padres. Un libro que, como todos los libros, nos ayudará a adquirir esa conciencia crítica que nos permite tener los suficientes elementos de juicio como para discriminar lo bueno que tuvo aquella época de lo malo (que también lo hubo, claro que sí). Para que seamos más libres porque, como dijo don Miguel de Unamuno “sólo el que sabe es libre y más libre el que más sabe. Sólo la cultura da libertad”.

De modo que, en este día en que se celebra el Día Internacional de las Bibliotecas, como decía el poeta Luis Cernuda: “hagamos del libro una cosa viva y de su lectura una revelación maravillada, tras la cual quien leyó ya no será el mismo”. Que la lectura de este delicioso libro, “Mérida abarcable (1950–1960)” suponga  para todos esa suerte de “revelación maravillada” que su autor, Antonio Salguero, nos ha querido regalar.

Enhorabuena, Antonio, y muchas gracias a todos Vds. por su atención."


PONENCIA DEL AUTOR




En primer lugar quiero agradecer a José Luis de la Barrera su aguda y detallada presentación del libro y las loas dirigidas a mi autoría y más cuando proceden de un investigador de su prestigio. De ahí que celebre mi propuesta de que fuera presentador de mi libro y de que él aceptara sin dudarlo. Muchas gracias, José Luis, por tus reflexivas y elogiosas palabras.

La elaboración de un libro de investigación que se precie nunca es una tarea fácil ni corta aunque le resulte grata al autor como ha sido la confección de Mérida abarcable, pues su origen se remonta a 1987 cuando Jesús Delgado Valhondo, al que le fui a pedir consejo de investigador novato, me descubre la existencia de la revista Gévora de Badajoz, de cuyo análisis, que me llevó tres años, resultó el libro titulado Gévora. Estudio de una revista poética de Extremadura




Después, el análisis de esta publicación me conduce a conocer las revistas extremeñas de los años 50 y, entre ellas, a Jaire



y a Olalla,




ambas de Mérida, a través de las cuales llego al encuentro con otras dos publicaciones emeritenses, que no eran poéticas pero habían editado mucha poesía: la revista Mérida de la Feria



y el semanario
Mérida



De las cuatro publicaciones he editado información, a petición de Ángel Briz, en dos artículos de la revista de la Feria en 2004 y 2005 y ahora en el apartado “La poesía emeritense” del libro que nos ocupa.

Con este material poético me propuse elaborar un libro titulado Mérida, la ciudad de la Poesía, pero luego pensé que ya había analizado bastante la poesía en Mérida con mis estudios sobre el poeta emeritense Jesús Delgado Valhondo




mis Itinerario Poético de Mérida




Itinerario Monumental de Mérida



artículos sobre la poesía de Rufino Félix como el titulado “La sangre derramada”


y con poemarios como Canciones de una abierta herida




que edité con poemas de alumnos, profesores, poetas de Gallos quiebran albores y otros vates emeritenses en el instituto Emerita Augusta, y presenté con mis alumnos, a través de diaporamas


en la Casa de la Cultura de entonces, hoy UNED.

Así que, después de encontrarme con una cita de Rufino Félix, que luego comentaré, decidí editar un libro que se llamara Mérida abarcable (1950-1960) con la información extraída de las publicaciones emeritenses citadas mientras seleccionaba sus contenidos poéticos, que pueden consultar en Extremadura, XXI siglos de Poesía




la web que tengo el gusto de mantener al día con el profesor Luis Martín.

Es decir que desde el origen a la edición de Mérida abarcable han pasado 31 años… Así que, como les decía, la elaboración de un libro de investigación suele ser ardua y larga…


En fin, contada las peripecias de la procedencia del libro, voy a comentar tres detalles sobre su confección para que puedan coincidir conmigo en cómo lo he concebido y, por tanto, para apreciarlo en su justa medida:

1º)Mérida abarcableno es un trabajo exhaustivo de investigación y, como consecuencia, no es un libro que dice todo lo que sucedió en la década. Mérida abarcable es un conjunto de recuerdos y, por tanto, es un libro incompleto como la memoria. Mi objetivo era elaborar un texto grato a la lectura con la redacción clara, la letra grande, los capítulos cortos y la extensión mediana y que no me robara mi tiempo durante años, como me había sucedido con investigaciones anteriores.

2º)Mérida abarcableno es un álbum de fotografías sino es un libro de textos, las fotos solo son un complemento visual de los textos. Quien se acerque a ellas con espíritu perfeccionista se va a llevar una decepción, pues algunas tienen escasa calidad como suele suceder en los libros con fotografías antiguas, las cuales, como es necesario decolorar, aclarar y uniformizar antes de su edición, pierden calidad.

Y 3º)Mérida abarcable trata exclusivamente de la década 1950-1960. Por tanto en su texto no aparecen hechos, empresas, proyectos o noticias que estén fuera de ese cómputo temporal. No obstante, el libro no se encuentra aislado en la década sino que está conectado con la historia anterior y posterior, por ejemplo, a través de la trayectoria del Instituto Nacional de Enseñanza Media Santa Eulalia desde su creación en 1933 hasta su nueva ubicación en 1967.

La PORTADA del libro lleva un pergamino de Olivar, en cuya parte central aparece un mapa de Mérida que representa una pequeña población que apenas ha superado el casco urbano pues, por ejemplo, si se observa el entorno del teatro y del anfiteatro romano, está vacío igual que el espacio entre la plaza de Pizarro y la plaza de toros.


En la CONTRAPORTADA aparece sintetizado el contenido del libro que rescata del olvido cómo vivían los emeritenses su día a día en la década central del siglo XX, cuando Mérida sale de su letargo de siglos por el impulso de la actividad económica del Plan Badajoz.

La PRESENTACIÓN de Silvia Fernández, delegada de bibliotecas municipales, abre el libro destacando el contenido de las tres decenas de apartados que lo componen informando sobre los más variados aspectos de la Mérida del Medio Siglo. 

La DEDICATORIA va dirigida a Carmen, mi mujer (Carmen Pérez González) y a Daniel, mi nieto (Daniel Moscatel Salguero), porque han nacido en Mérida y también en agradecimiento a mi querida esposa por mostrarme su firme aprecio en los últimos 42 años y como muestra especial de afecto a mi querido nieto por simpático y por cariñoso.

A CARMEN, MI ESPOSA

A DANIEL, MI NIETO

QUE HAN NACIDO EN MÉRIDA

El TÍTULO procede de la visión del mapa de la portada y de mi encuentro con una cita del poeta emeritense Rufino Félix en su libro Reloj de Arena, donde dice sentidamente [RUFINO FÉLIX ESTÁ PRESENTE]:

“… IRÉ NUEVAMENTE A LA BUSCA (EN UN BELLO DELIRIO)

 DE LA CIUDAD DE MIS LEJANOS AÑOS,

 AQUELLA QUE ABARCABA CON MIS BRAZOS Y ME CABÍA EN EL ALMA”.


De ese sentido que abarcaba con mis brazos surge el título de Mérida abarcable, es decir, de una población de poco más de 23.000 habitantes donde todos se conocían por lazos familiares, de vecindad o cercanía porque no había distancia entre sus extremos.

El ÍNDICE surge de la distribución de la información conseguida en Olalla, la revista y el semanario Mérida, el citado libro de Rufino Félix y los documentos que cito en la Bibliografía.

Se estructura en 30 apartados, que son suficientes para conocer los aspectos más diversos de la vida cotidiana de la Mérida de mediados de siglo XX, cuando se convierte en el centro del Plan Badajoz, aprovecha los beneficios generados por este magno proyecto y resurge de su anonimato secular.


Puerta de la Villa

Mérida abarcable comienza con un capítulo titulado “Panorama de Mérida”, donde se recogen las dos opiniones que había sobre la población en aquella época: la idílica (Mérida es una ciudad con un gran futuro) y la realista (Mérida es un pueblo grande con abundantes deficiencias).


Foto aérea de Mérida

Los restantes CAPÍTULOS sirven para formarse una opinión sobre cuál de las dos posturas era la más acertada y, en todo caso, para que los habitantes de la Mérida de hoy apreciemos cuánto ha cambiado la ciudad para bien en los últimos 70 años. No obstante, Francisco López-Arza ha asegurado que Mérida abarcable no es solo muestra de la vida cotidiana en Mérida sino también reflejo de nuestro país en aquella época.

Ciertamente, llevaban razón los que aseguraban el buen futuro de Mérida, pero la realidad de aquel presente, sobre todo de la primera parte de la década, es que Mérida era una población con múltiples carencias.


Calle Santa Eulalia

En los diversos capítulos, se conoce la actividad municipal, económica, cultural, sanitaria,religiosa, educativa, ambiental y festiva de Mérida.

Biblioteca Juan Pablo Forner

Resumiendo mucho el contenido, diré que el AYUNTAMIENTO realizó un gran esfuerzo para arreglar calles, instalar fuentes, crear jardines y modernizar la población, aprovechando que cuadruplicó su presupuesto gracias a la actividad económica generada por el Plan Badajoz. Sus mejores servicios culturales para Mérida fueron la fundación de la biblioteca Juan Pablo Forner y la edición del semanario Mérida.


Chozo del Barrio Bizcocho

Los PROBLEMAS APREMIANTES fueron la supervivencia diaria, la pobreza, la falta de vivienda, el abastecimiento de agua, los cortes de luz, la escasa educación social y los perros callejeros.



Instituto Santa Eulalia c/Moreno de Vargas

La DOCENCIA estuvo presidida por las escuelas diurnas y nocturnas y el Instituto Nacional de Enseñanza Media Santa Eulalia en la calle Moreno de Vargas, por el analfabetismo, las escuelas ilegales y la falta de estudios superiores después del bachillerato.



Cartel de la Feria de 1956

La FERIA grande de Mérida se celebraba en septiembre como ahora. Además había tres ferias de ganado: la de febrero (o Feria del moco), la de septiembre (que coincidía con la Feria grande) y la Feria Chica (o de los gitanos) en octubre como ahora.

La Corchera


Las principales INDUSTRIAS de Mérida, al final de la década, eran la Corchera, Cepansa, el Matadero, Cerveza Cruzcampo, Insecticida Zeltia y Procampo.



Casa Zancada

El COMERCIO experimenta un auge inusitado por el impulso del Plan Badajoz con la apertura de numerosos negocios de todo tipo para atender a la creciente demanda de la población.


Mercado de Calatrava



Peristilo teatro Romano



Plaza del Parador

En fin, no comento más detalles para que la lectura del libro les resulte un descubrimiento de principio a fin.




Por último, quiero agradecer al ayuntamiento de Mérida y, en especial, a Leni Ortiz, directora de la biblioteca municipal Juan Pablo Forner, a los concejales Silvia Fernández y Pedro Blas Vadillo, al director de la imprenta de la Diputación de Badajoz, Domingo Casado, su interés por la edición de este libro, y a ustedes, amable público, su presencia y su atención. Muchas gracias y buenas noches”.

asalgueroc


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