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EL ÚLTIMO EXPLORADOR de Manuel Leguineche

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(Barcelona, Seix Barral, 2004)

Este libro sobre el explorador británico Wilfred Thesiger de Manuel Leguineche (uno de los grandes reporteros de TVE en la edad dorada de los grandes reportajes, encabezados por Miguel de la Cuadra Salcedo) me ha servido para conocer las poderosas razones que tienen estos aventureros para desear siempre llegar más allá y descubrir qué hay detrás de la línea del horizonte sin importarles penalidades ni peligros.

Todo menos volver a la Gran Bretaña, a la insulsa vida diaria, a la llamada civilización, después de haber probado el dulce (y a veces ácido) sabor de la aventura africana. O sea, la libertad, el placer que procura la abstinencia” (159).

“Hora tras hora, día tras día, nada cambiaba en el horizonte. El desierto, el cielo, siempre la misma distancia frente a nosotros. El tiempo y el espacio eran la misma cosa. En torno todo era silencio; […] todo era puro y limpio, infinitamente alejado del mundo de los hombres: esto es lo que había venido a ver” (“Era la dimensión espiritual de los desiertos, donde el hombre se vuelve insignificante”, añade el autor) (168).

“Ante las cartas, los chalets, los caminos de asfalto, las señales de tráfico… Thesiger decía yo suspiraba por el caos, los olores del desierto, el desorden y la vida deslavazada del mercado de Addis Abeba. Yo quería color y salvajismo, dificultades y aventura” (171).

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A Thesiger le desagradaba el hastío de la vida cotidiana y la mediocridad general. Pedía espacio, distancia, historia y peligro, mundo vivo (183).

“Tú y yo -le dijo el señor de la guerra bereber al general Silvestre- formamos tempestad; tú eres el viento furibundo, yo el mar tranquilo. Tú llegas y soplas irritado, yo me agito, me revuelvo y estalla la espuma. Ya tienes ahí la borrasca. Pero entre tú y yo hay una diferencia: que yo, como el mar, jamás me salgo de mi sitio, y tú, como el viento jamás estás en el tuyo—” (195).

No es la meta, sino el camino” (197).

“Wilfred Thesiger, despegado de pasiones terrenales, se mueve por los cuatro resortes del espíritu de aventura: la vocación para el riesgo, el anhelo de libertad, el anticonformismo y el deseo de explorar” (220).

Esta idealización de los bedus (beduinos) es una suerte de monserga paternalista basada en el desprecio del materialismo, la tecnología y el desarrollo” (228).

La ira ofusca la mente, pero hace transparente el corazón” (259).

Los animales no se impacientan, ni se lamentan de su situación. No lloran sus pecados en la oscuridad del cuarto. No me fastidian con sus discusiones sobre sus deberes hacia Dios. Ninguno está descontento. Ninguno padece la manía de poseer objetos. Ninguno se arrodilla ante otro ni ante los antepasados que vivieron hace milenios” (289).

Los tuaregs aseguran que Dios creó países con agua para que sus habitantes fueran felices, y los desiertos para que los hombres se encontraran a sí mismos” (364).

“La teoría de Thesiger: cuanto más grande es el padecimiento, más noble es la gente que lo sufre. La satisfacción de alcanzar una meta está en proporción directa a la dureza de la prueba y la dimensión del desafío. Luego si los beduinos son los que más padecen, serán también los mejores” (364).

Los occidentales viven vidas de segunda mano, a través del cine o la televisión. Veo algo así como un aburrimiento masivo. Los beduinos desconocen el tedio, ni siquiera se aburren al afrontar el viaje más largo por el Territorio Vacío. Les basta calcular dónde está el agua, dónde podrán encontrar pastos, cómo resistirán los camellos. En el desierto manda la supervivencia de los más preparados, justo lo contrario que en la sociedad del bienestar” (365).

(fecha lectura enero’18)

asalgueroc


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