Espartaco. La rebelión de los esclavos
De Max Gallo (Madrid, Alianza, 2007)
Que no debemos dejarnos llevar por las apariencias, que no, pues luego pasa lo que pasa: desechamos lecturas que nos hubieran encantado. Menos mal que esta vez me dio por llevarme el libro a casa aunque de mala gana (estaban cogidos los dos libros que quería leer); pensaba que la leyenda de Espartaco ya la tenía bien vista del cine en aquella memorable película protagonizada por Kirk Douglas magistralmente, lo mismo que la dirección de Stanley Kubrick.
Pero ahora resulta que la novela me ha ganado pues no es una narración al uso: lo que hubiera sido nefasto porque la historia de Espartaco es superconocida y no hubiera aportado nada nuevo. Esto lo sabía Max Gallo y ha dejado en segundo plano la técnica narrativa para emplear la teatral, con la que le da un enfoque nuevo a la visión del mítico liberador de esclavos.
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Llama la atención el alto grado de violencia que usan tanto los romanos como los esclavos, haciendo cierto el dicho de que el hombre es un lobo para el hombre: “El olor a muerte me oprimió la garganta. Algunos cuerpos se habían secado, pero otros, en la sombra de las callejuelas, eran amasijos de carne purulenta y hormigueante que perros y ratas se disputaban, acechados por las rapaces que anidaban en los repechos de las ventanas” (415-416).
También sorprende el uso que el autor hace de la técnica caleidoscópica para enfocar desde varias perspectivas el tema a través de Curio, Jaír, Apolonia o el legado Gayo Fusco Salinator: “En varias ocasiones, creí que me bastaba con tender la mano, con mandar apurar el paso de las cohortes y de las centurias, con lanzar la caballería al galope. Cabalgaba en cabeza, intentando dar alcance a esos perros que se dirigían hacia Brindisi, sin duda para intentar embarcar, cruzar el Adriático y llegar a Tracia” (449).
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