Quantcast
Channel: IMPRESIONES DE LECTURA ASALGUEROC
Viewing all articles
Browse latest Browse all 100

Article 3

$
0
0
Grandes superficies de Pilar Galán

(Mérida, De la luna libros, 2010)

No conocía más que unos artículos de Pilar Galán hasta ahora que me he decidido a leer su libro Grandes superficies donde, desde la perspectiva original de una cajera de supermercado, realiza una inteligente y dura crítica contra los responsables de la desorientación actual que todos padecemos, por no saber adónde vamos con el sistema de vida que, entre unos y otros, hemos contribuido a malmontar: “[mentimos] Veintisiete veces. Yo no me fío de la gente que no miente nunca. Voy a decirte la verdad, aseguran, pero la verdad nunca es nada bueno, nada de estás más guapa, más delgada, tu marido te quiere con locura. La verdad es estás más gorda, más vieja y tu chico se ve con otra. Y el sincero se quita un peso de encima y te lo pone a ti, tan ricamente” (46).

Pilar Galán clama al cielo preguntándose cómo se puede estar a la altura de una sociedad que exige desempeñar un cúmulo de roles simultáneos como, por ejemplo, a la mujer ser la mejor hija, esposa y madre, excelente cocinera, inmejorable cuidadora de niños y mayores, sesuda administradora de casa, estresada trabajadora externa... Y, por si esto no bastara, tener una sonrisa en los labios en cualquier circunstancia, palabras de ánimos para todos y soluciones mágicas siempre, cuando la protagonista padece un tremendo cansancio, provocado por la superficialidad en que vive, la falta de reconocimiento, la desgana y la triste certeza de que este desastrado planteamiento de vida nunca va a cambiar: “Te gustaría sentarte un poco, abrir un periódico, leer un libro, apagar las voces ajenas que te invaden, los goles, los reproches, el diálogo magistral en casa de tus padres, la voz chillona de tu suegra. Pero los niños tienen sueño y es la hora de los baños…” (32).

Por estos motivos, Grandes superficies es, en definitiva, una desencantada visión de la forma desacertada que tiene la sociedad actual de afrontar los retos que han surgido de vivir más años, de la conciliación de la maternidad y el trabajo, de la fragilidad de las relaciones humanas, de la falta de atención a asuntos que llenen el espíritu, de los fracasos personales en una sociedad que solo valora el éxito, del consumismo, de las apariencias, de la nula valoración de la formación intelectual y de la falta de tiempo: “… o lo que sea que nos haga salir de esta puta rutina, qué aburrimiento, cariño, qué vidas más anodinas tenemos todos” (75).

El resultado es un ser humano existencialmente insatisfecho como la desmotivada protagonista del libro que, cajera circunstancial en una gran superficie, es licenciada en Filología Clásica y, sin embargo, tiene que aceptar un trabajo, en el que se siente fuera de lugar, lejos de sus aspiraciones profesionales. Pero se ha visto obligada a abandonar el doctorado, porque la beca no le cubre los gastos y necesita aportar dinero a casa, mientras se decide a preparar las oposiciones como una tabla de salvación que, en realidad, será un calvario hasta que, en el mejor de los casos, las apruebe: “Luego ya se verá: el examen, los destinos, alquilar una casa, cuándo tener un niño, o ni siquiera tenerlo, cómo acercarme, qué bien que es viernes, qué tristeza los domingos por la tarde, qué se puede hacer para llenar las horas en un pueblo de mil habitantes” (235). Vamos, una odisea equiparable a la de Jasón y sus argonautas pero, con la diferencia, de que la realidad en que vive la protagonista no existen los héroes y la existencia da miedo.

Es lógico que la desilusión la invada en este ámbito desquiciado y más cuando el entorno familiar en que se mueve estresada y el ambiente laboral en que trabaja deprimida se halla muy lejos de la armonía, la reflexión y la cordura clásica: “Y cuando la palabra merchandising hace su aparición en la pantalla, la estaflancación de la diseconomía ha conseguido que alcancen un clímax pop up que salpica el power point dejándolos no frills con el blíster totalmente sold out, naked and dumping” (200).

Y lo cierto es que no puede tener otra visión más positiva, porque su trabajo resulta monótono, poco gratificante, embrutecedor y, por si fuera poco, se encuentra rodeada de jefes cuadriculados y compañeros cuyo modo de relación es el chismorreo, los comentarios nada edificantes, las actitudes críticas y malintencionadas, la envidia, la competencia, las mezquindades, las sandeces y obscenidades de mal gusto: “Todos le ríen la gracias a Rosario. […] el de las  pulgas de los camellos es para mearse, pues ¿y el conejo para cenar? El conejo de la mujer, aúlla el Piche” (158).

Una vida anodina en resumen con la que la protagonista sobrevive en una existencia, que no puede dedicar a disfrutar sino a malvivir en una actividad lineal que, además, no le deja tiempo para otras más gratas y a existir sin horizontes ni ilusiones. Algo como la triste visión que Lorca ofrece en “La aurora de Nueva York” (1929): “La aurora llega y nadie la recibe en su boca / porque allí no hay mañana ni esperanza posible. / Los primeros que salen comprenden con sus huesos / que no habrá paraíso ni amores deshojados”… Y lo peor de todo es que noventa años después seguimos igual…

Así la protagonista, que es tímida, no tiene don de gente ni encanto especial alguno, es un náufrago que a duras penas se mantiene a flote en un ambiente hostil, donde es especialmente frágil y vulnerable: “Ya en el servicio me contemplo en el espejo, con la cara desencajada. Y no, no me miro por encima del hombro, estoy perdida y agotada y cansada de padres, madres, de tu madre, para cuándo ese nieto, de Antonio y sus problemas, de no tener tiempo para leer, de que cada vez llegues más tarde a casa, de quererte y no reconocerte, de no saber, sobre todo, de no saber si te esto amando locamente. Pero no sé cómo te lo voy a decir” (162).

Además, por la caja pasan un amplio abanico de personajes que tienen en común, con la protagonista, su frustración vital: la clienta que acaba de saber que su marido la engaña después de una vida dedicada a él; el cliente anciano que va perdiendo la memoria; la mujer presumida que solo intenta ocultar su soledad; el ex compañero de carrera que es un fracasado pero intenta ocultarlo; la bajeza de un antiguo profesor que se avergüenza al verla atendiendo a la caja; el consumismo atroz; el fracaso en las relaciones sociales: “Allí se enamoró de una chica de aquí. No explicó cómo se conocieron ni en qué momento se cruzaron sus vidas. […] Un sábado a las siete de la tarde, cuando faltaba solo una hora para llegar a la estación, ella lo llamó y le dijo que no quería volver a verlo. […] Un día la vio de lejos, del brazo de un tipo maduro” (77).

Grandes superficies, sin duda, es una poderosa llamada de atención para que advirtamos que por este camino no vamos a llegar a ninguna parte y para que aprendamos a rectificar y a conseguir, en un esfuerzo común solidario, una vieja aspiración del ser humano, de la que hoy día estamos más lejos que nunca: la felicidad.

asalgueroc


Viewing all articles
Browse latest Browse all 100

Trending Articles