(Badajoz, Diputación, 2001)
Aunque me hubiera gustado que el título de este estupendo conjunto de relatos fuera Maneras de vivir, porque necesitaba una lectura alentadora que me ayudara a superar el triste ambiente que ha creado el virus, debo reconocer que José Antonio Leal es un extraordinario narrador con cualidades excepcionales para ser más conocido, pero que aún no ha encontrado el modo (a pesar de que ya ha difundido en varias novelas su indiscutible calidad) de que alguien con poder editor se fije en sus virtudes escritoras y lo catapulte al lugar de privilegio, que debía ocupar entre los autores más reconocidos a nivel nacional.
Y aseguro esto porque José Antonio Leal goza de un estilo sólido en su discurrir, elaborado en su construcción, rico en matices y, además, se desenvuelve con soltura tanto en las distancias cortas (cuentos –Maneras de morir– o novelas cortas –Cita en la Habana–) como en las dimensiones largas (novelas –El testimonio del becario o La colombiana–; ver mi comentario de esta novela del 060917 en este blog–). Y no es fácil encontrarse a un autor que domine como él ambas medidas, pues hay novelistas que no dominan los relatos cortos como en Pintura existen buenos pintores, que son malos dibujantes, o en Poesía hay aceptables poetas, que no saben recitar sus versos.
Todos los relatos están exquisitamente elaborados y, además, sin afectación innecesaria, pues el autor no carga la expresión con más palabras e imágenes de las justas. En ese sentido el relato donde mejor cumple esta premisa de buen escritor es en el titulado “Velocidad del amor”, un episodio pasional azuzado por el deseo, que no dice más de lo debido en su desarrollo ni en su escueto y medido desenlace: “[…] los ojos abiertos de Laura parecían mirarme desde otro mundo” (134).
Luego todos los relatos tienen un sentido basado en la realidad como el denominado “La muerte del aristócrata”, que podría clasificarse como una “historia de la puta mili”, es decir, del servicio militar que, bajo su aura de tiempo glorioso de servicio a la Patria, ocultaba novatadas, acosos y vejaciones: “Nadie pensaba ya que Pisón y Bautista fueran maricas, pero la idea de imaginarlos en acción se acrecentó en las mentes diabólicas” (83). O el relato “Las hormigas”, que es la historia de la fracasada, por anodina, existencia del protagonista, como la que se vive muchas veces hoy día.
Además, unas narraciones responden a obsesiones como la amorosa de “El ahogado imposible”, o la hiperbólica de “Una llamada inevitable”. Otras se refieren a tristes situaciones como la densa soledad de la protagonista de “Las estaciones del olvido”; la lacra de la emigración, empujada por la pobreza, de “Aunque ya no me oigas” o la tragedia de “El amor y la muerte”. Otras son narraciones enigmáticas y bellamente líricas como la titulada “María”: “María se estremece y cierra sus ojos para que la voz la impregne de ternura en los párpados, y deja que recorran sus ardientes mejillas los besos más dulces de la voz que la transporta, y abre la boca dulce y una lengua de voz hace correr el manantial de su cuerpo y permite que la voz resbale por el tobogán de su cuello y suba por las dunas de sus pechos”(98).
No obstante, tras su envuelta formal, estos relatos suele encerrar otros mensajes más abisales como “Malos sueños”, que ahonda en la pervivencia del instinto asesino del ser humano, que no deja, aunque domesticado, de ser una fiera. O el titulado “Oscura razón” que doblemente hurga en otros instintos como el sexual de un religioso que abusa de un alumno, y el instinto violento de un compañero, que se aprovecha de los débiles para imponer su voluntad entre sus condiscípulos.
Lindo mundo, el que nos pone delante de los ojos con maestría José Antonio Leal.
asalgueroc