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MININOS de Pilar Fernández

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(Mérida, Calefonia, 2018)

Este libro de relatos es fruto del carácter singular de Pilar Fernández que, si en Archipiélago descubrió su atracción por el mundo clásico; en Tombuctú 52 días, su preferencia por la exótica cultura mora y, en Esta precaria dicha, su apasionada concepción del amor, ahora, en Mininos, se presenta en estado puro con todas sus virtudes personales y poéticas a la vista: sensible, enamoradiza, pasional, frágil, solidaria, exótica, viajera y, como sus gatos, misteriosa y delicada.

Licenciada en Filología Románica, Pilar Fernández en Mininosmuestra una clara influencia de su formación clásica en los nombres míticos con que denomina a sus gatos (Sapho, Orfeo, Dafne, Sócrates), en el atractivo que encuentra en sus leyendas y en sentirse como una matrona romana rodeada de felinos libres y enigmáticos, alrededor de aquella rotunda presencia personal de la que hacía gala cuando escribía el libro.
Portada del libro en la que aparece Jason

Luego a este ingrediente clásico fundamental se debe añadir la sensibilidad que, en Mininos, se encuentra con frecuencia en forma de delicadas y etéreas descripciones ambientales: “Las suaves colinas pobladas de coníferas y arbustos nos dieron la bienvenida, al igual que la luz, aún violenta, de una tarde recién estrenada del cielo diáfano y celeste del mes de agosto.” (34). Y resulta llamativo que Pilar no solo prodigue esta sutil virtud, propia de las almas sensibles, sino que la eleve de tono cuando describe a sus gatos: “El más sedoso y dócil, con diferencia, ha sido Orfeo. Es blanco, con manchitas marrones. Debió ser fruto del cruce de siamés y angora, de ahí la suavidad de su pelaje y sus pupilas azules. Semeja uno de esos nimbos, un poco cargados de tormenta de verano.” (72). Y también sorprende que imprima a estas detalladas visiones de sus amados gatos un halo de trascendencia: “Tal vez fuese por mi empeño en que Sapho II llegara a ser el símbolo de la perpetuidad de la vida, por lo que ella misma, en la edad adulta, se convirtió en una auténtica Diosa Madre Gatuna, progenitora de varias camadas abundantes de hermosos y sanos cachorrillos.” (78).

Además, habría que sumar a sus virtudes anteriores la presencia de la ternura, un rara emoción en el mundo de hoy que, sin embargo, resulta característico en Pilar Fernández como consecuencia de su concepción amable de la existencia y de su percepción especial de los animales: “Yo lo adopté y comencé por darle leche desnatada en una jeringuilla gorda, iniciando su toilette espolvoreándole un antiparasitario de consistencia semejante al talco que no daña los ojitos, ni al Medio Ambiente. Pasado un rato, lo cepillé bien con una manopla de plástico blando y le preparé su comedero-bebedero y su arena, una infusión de manzanilla puesta a enfriar, un algodón para limpiarle las legañas y una camita en un lugar fresco. Muy pronto se quedó dormido y tranquilo. Había sido una larga jornada” (73).

Con estos ingredientes, Pilar Fernández cuenta la experiencia de su convivencia con gatos y muestra tal conocimiento de sus hábitos que resulta una auténtica experta de estos felinos como Dian Fossey lo fue de los gorilas: “Una de las costumbres llamativas que tenía Sapho II era la de marcar su territorio para que Dafne no se acercase a ella, y lo hacía de la manera más contundente, no con el orín como los machos, sino dejando una buena plasta de caca en mitad del pasillo o en el cuarto de dormir. Y se quedaba tan fresca” (79). Incluso imparte, sin intención erudita, lecciones propias de una estudiosa del comportamiento sexual de sus gatos, que describe sin tapujos y, curiosamente, usando la expresión típica de una representación teatral: “Al tiempo que iba creciendo su atracción sexual por Orfeo se hacía cada vez más evidente y, a pesar de que sabía que era el marido de Dafne, lo buscaba por todas partes. En época de celo, Sapho II se colocaba en la ventana con la cola para arriba y profiriendo unos maullidos desgarradores para llamar la atención del macho que dormía en su habitación con Dafne. […] Las cópulas de Orfeo y Sapho II eran auténticas películas porno de sexo gatuno, el Kamasutra de los felinos. […] Una pasión desbordante y una atracción fatal. […] de aquellos polvos vinieron estos cachorros. Sapho II quedó embarazada de su loco amante tres veces” (79).

Y lo llamativo es la relación estrecha que existe entre el amor de los gatos y el de los humanos, pues el apasionado amor gatuno que Pilar cuenta, como en las obras teatrales del XVII, conforma también un triángulo amoroso en Mininos entre dos gatas (Dafne y Sapho II) con Orfeo, y hasta un cuadrilátero amoroso cuyos lados son dos gatos, Amarguito y Orfeo, y dos gatas, Dafne y Sapho II. Y, como sucede entre los humanos, el pique entre los gatos acaba en una típica pelea de apasionados pretendientes: “Los dos eran antagónicos hasta en el color: uno blanco impoluto y el otro negro, negrísimo; uno dócil y con cierto pedigrée, el otro rebelde ‘porque el mundo lo hizo así’. Cuando se encontraban en el pasillo se enzarzaban en unas peleas brutales… unas nubes de pelusas blancas, negras y grises, volaban por los aires como esporas en un cielo de primavera. Costaba Dios y ayuda separarlos” (86).

En fin, como sucede lo mismo en el terreno amoroso que en la vida humana, Pilar Fernández no distingue entre humanos y gatos; y no porque los gatos actúen como los humanos, sino porque los humanos actúan como animales (sin ánimos de ofender) que son: “Orfeo se sintió muy triste y maullaba desolado recorriendo cara una de las habitaciones de la casa, buscando a Sapho II cuando se escapó un buen día  y nunca más se supo. Era demasiado amante de la libertad y estaba ya cansada de parir y criar gatitos. Fue explicable” (76). De tal forma que, en ocasiones, parece que la autora, cuando habla de sus gatos, se refiera a ella misma como, por ejemplo, cuando describe la actitud ante el amor de Dafne que “en el amor siempre fue la más sumisa y complaciente a veces hasta límites de auténtica humillación. Por su entrega incondicional, se puede decir que Dafne ha sido la verdadera esposa de Orfeo […] un amor compartido que tuvo sus altibajos e infidelidades como casi todas las parejas” (“Dafne, la ninfa de los ojos verdes”, 64). E incluso, explica las relaciones gatunas con expresiones escogidas de la realidad cotidiana: “Cosas curiosas que tiene el destino: Orfeo tuvo durante bastante tiempo esposa (Dafne) y amante (Sapho II). Con la primera mantenía una relación como mandan los cánones. Dafne siempre fue  ‘la legítima’ y, como dice la copla, Sapho II hizo el papel de ‘la otra’” (69).

Pilar Fernández con Orfeo (www.europapress.es)
No es de extrañar que, como un rasgo propio de una personalidad sensible y delicada, la aventura amorosa breve y apasionada siempre esté presente en la otrora dulce vida de Pilar Fernández: “Como, a estas alturas, mi atracción por A. K. (y la suya por mí) no parecía limitarse a nuestra común afición gatófila, acabamos durmiendo juntos aquella segunda noche en su minúsculo apartamento de la Rue Labat, en pleno corazón de Montmartre” (34). Sin embargo, Pilar Fernández coincide en el amor con los gatos en que sus devaneos amorosos suelen acabar, igual que un emocionante episodio romántico, en frustración como en el caso de Dionisio y Sapho, aunque después (a Pilar le sucede algo parecido) la gata, olvidadiza, vive una aventura apasionada con Caramelito, al que “mi gata lo fue envolviendo y seduciendo con su astucia femenina y acabaron por vivir una historia de amor.” (63).

Junto a las características citadas, también el exotismo impregna el libro de ese dulce aroma del descubrimiento de lo nuevo y de lo distinto. De ahí que sea normal encontrarse en Mininos con los nombres sonoros de personas y lugares visitados por Pilar Fernández (Sultane, Les Animaux, Forum-Les Halles, Neelu, Dominique, Nueva Delhi, Au Père Traquile, Château Rouge…), que mezcla con bellas y conmovedoras historias, como en el caso de Neelu, un dependiente hindú de una tienda de animales, y Sultane, una gata (42), y las condimenta con pizcas mágicas (“he notado que las buenas vibraciones de Orfeo también las captan mis amigos y familiares, porque no conozco a nadie a quien este animalito le haya caído mal. Seduce a todos son su bondad y con su belleza”) y con referencias a sus dotes adivinatorias en forma de enigmas: “Es curioso el destino de los humanos y también el de los felinos. Sócrates había muerto de la misma manera que su madre y del mismo modo que el filósofo griego que le daba nombre” (56).

En Mininos, además, el lector realiza gratificantes viajes pues Pilar Fernández, mezclada con sus historias de gatos, va contando sus experiencias viajeras y a la vez, con la naturalidad que le caracteriza, introduce deliciosas descripciones que expone con una parsimonia idéntica a la que emplea en la realidad vivida: “Aquel mes de septiembre decidimos viajar a Portugal un grupo de amigos para hacer camping. Pasamos unos días de relax en Ericeira, donde pusimos nuestra tienda en un bello pinar junto a la playa. […] Nos paramos a tomar un café y buscar la casa solariega que los familiares de Ángel habían alquilado para todo aquel septiembre. Tras una peregrinación por varios palacetes, dimos con una mansión de piedra gris…” (48). De ahí que en este libro, aunque su núcleo temático sean los gatos, se localicen narraciones de sus desplazamientos con comentarios y anécdotas, que conforman un libro de relatos viajeros dentro de los relatos de Mininos.

No obstante, Pilar Fernández, a pesar del carácter amable del libro, no elude la realidad porque es consciente de los contratiempos que jalonan la existencia de los gatos, como de la humana, y en Mininostambién aparecen momentos tristes como el de la muerte de Sapho, en cuya descripción Pilar Fernández muestra sus sentimientos más a flor de piel que nunca: “Sapho murió una mañana de lluvia y viento del mes de abril. Se quedó en la mesa de operaciones. Entró viva y me la devolvieron en una caja de cartón […] sus hermosas pupilas azul turquesa se volvieron completamente negras” (65).

Sin embargo, en Mininos abundan los momentos en que Pilar Fernández cuenta situaciones graciosas como el de la gata que le gusta jugar al escondite y se oculta en la cesta de la ropa sucia o en la lavadora de casa, donde cree encontrarse en una nave espacial (61) o el del gato que le agrada dormir la siesta… con ella: “Amarguito, muy celoso, exigía que todo los días durmiera la siesta con él en el sofá, lo cual no era difícil, sólo tenía que poner el culebrón de la primera cadena y me quedaba frita… y el gato también.” (87).

En fin, de la lectura de Mininos se deduce que, sin lugar a dudas, Pilar Fernández es feliz al lado de sus felinos, y que ese gozo ha convertido a este conjunto de relatos en un libro delicioso, protagonizado por estos delicados animales que tienen mucho en común con los seres humanos y como tales Pilar los trata con tal dedicación y ternura que, sin preverlo, Mininos es toda una lección de respeto y amor por los animales. Que yo le agradezco y le alabo públicamente.

asalgueroc


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