TONÁS DE LOS ESPEJOSde José Antonio Zambrano
(Almaraz, De la Luna Libros, Col. Luna de poniente, 2013)
En un primer acercamiento al poemario, la sensación que prevalece es que se trata de un libro formado con letras de canciones y, por ese motivo, pensé que su comentario debía hacerlo un compositor experto. Pero, después de reflexionar más a fondo, deduje que Tonás de los espejos es un libro de poemas concebidos, como la poesía primigenia, para ser cantados sin acompañamiento musical o interpretados por un cantante (o cantaor) que acompasa su cante con el sonido de una guitarra: “Nunca me digas de noche / lo que debo hacer de día. / Junto a tu cuerpo desnudo / cualquiera lo olvidaría” (IV, 25). Y tal certeza me anima a comentarlo porque esta es la verdadera poesía como aquella de Cancionero que, acompañada de un instrumento elemental de cuerda, cautivaba a los oyentes o, en la actualidad, la de San Juan de la Cruz o la de Machado que, musicadas por Amancio Prada y Juan Manuel Serrat respectivamente, han llegado más directas a la emoción del receptor con forma de canciones.
Y, curiosamente, es en las coplas donde se aprecia sobremanera la necesidad de recuperar la musicalidad perdida por la poesía hace siglos. Pues a estos textos, cortos de forma e intensos de contenido, no se les saca todo su jugo si solo se leen. Hay, además, que entonarlos, que gesticularlos, que retorcerlos vocalmente hasta transformarlos en lamentos. Hay que alargar ciertas letras, vocablos, inicios o terminaciones. Hay que respetar las pausas, convertirlas en hondos silencios y, por último, envolver armónicamente todo en dolorosos quejíos, pues su profunda turbación va más allá de lo que puede expresar la palabra por sí sola: “La luz tiene sus lamentos / y el aire vive sus penas, / pero mi sino contigo / se pierde sin darme cuenta” (II,21).
Y, curiosamente, es en las coplas donde se aprecia sobremanera la necesidad de recuperar la musicalidad perdida por la poesía hace siglos. Pues a estos textos, cortos de forma e intensos de contenido, no se les saca todo su jugo si solo se leen. Hay, además, que entonarlos, que gesticularlos, que retorcerlos vocalmente hasta transformarlos en lamentos. Hay que alargar ciertas letras, vocablos, inicios o terminaciones. Hay que respetar las pausas, convertirlas en hondos silencios y, por último, envolver armónicamente todo en dolorosos quejíos, pues su profunda turbación va más allá de lo que puede expresar la palabra por sí sola: “La luz tiene sus lamentos / y el aire vive sus penas, / pero mi sino contigo / se pierde sin darme cuenta” (II,21).
Con esta idea hay que acercarse a Tonás de los espejospues, de lo contrario, la tarea del lector se quedará en una simple lectura de poemas o, mejor dicho, en una simple reproducción de letras de canciones sin más. Y no solo actuaría incorrectamente por este detalle sino también porque no apreciaría que José Antonio Zambrano, además de ser un entendido del cante, es un poeta de ricas y variadas interioridades, que se desenvuelve a la perfección entre los vericuetos de los sutiles sentimientos, que son especialmente concebidos para expresar la pena o las preocupaciones humanas más sentidas: “No hay jondura en mis decires / ni aliento que aguante el día / si a mi corazón le falta / una razón en su vida” (III, 57). No en vano es un fiel seguidor de la profunda poesía de Jesús Delgado Valhondo, que manaba estremecedoramente muchas veces desde el mismo caudal del llanto: “Para el placer, / que el alma esté / eternamente en quietud. // Para el dolor, / que el alma y el corazón / gocen de una beatitud / eterna. // -¿Para una pena?-. / ¡Quererla!, / eternamente quererla” (“Canción a la eternidad” de libro Pulsaciones).
Tonás de los espejos también acoge un variado registro temático, pues ofrece un abanico de asuntos que se relacionan unos con la sensualidad (“Vergüenza me da decir, / que el fuego de tu cintura / me tiene coloraíto / y esto nadie me lo cura”; XII, 41), otros surgen de reflexiones filosóficas cotidianas (“Me tocó la condición / de verme libre por dentro. / Cuántas fatiguitas cumple / la ley del conocimiento”; VIII, 33) y otros proceden del entorno natural que luego la sensibilidad del poeta convierte en cuadros sugerentes: “Veredas guardan los ríos / que van hacia la bahía. / Mis dos cestitas de mimbre / llenas de soles volvían” (XI, 73). Además la temática de otras tonás reflejan intranquilidades vivenciales en forma de desorientación (“Por tonás pido a la vida / que a mí me siga queriendo, / porque no hay recao que alumbre / el fin de su entendimiento”; I, 53), de sentido trágico de la existencia (“Cada vez que miro al miedo / se bambolea mi vida”; IV, 59) o de oscilación entre los extremos vitales que se balancea el ser humano: “Dos formas con dos sentires / y al fondo la misma España” (II, 55).
En fin, el análisis de estos poemillas descubre que son un ejemplo de condensación expresiva, presentada con unos sencillos medios formales (octosílabos, asonancia - a - a, copla) y una exposición de sentimientos muy marcados que solo pueden transmitirse visceralmente, porque surgen del mismo centro de la emoción humana: “Ahora solo el alba sabe / que llevo mi barca al son / de las orillas de un río / sin remos y sin timón” (I, 19).
asalgueroc